Felipe Calderón
Los retos que enfrentamos
México, Debate, 2014, 344 pp.
Felipe el abnegado. Felipe el incomprendido por los medios de comunicación. Felipe víctima de gobernadores y legisladores. Felipe el valiente. Felipe el artífice de un “milagro económico”. Felipe nuestro salvador ante el virus ah1n1. Felipe el moderno. Felipe líder de un equipo de colaboradores sin par. Felipe el legalista. Felipe el demócrata. Felipe el visionario. Felipe el que en su nuevo libro nos dice a los mexicanos: “Yo también los extraño mucho.” Felipe Calderón Hinojosa, político que está de vuelta en México y en la política mexicana. Felipe el autor de un libro en el que responde muy poco, prácticamente nada, sobre grandes dudas en torno a su sexenio.
Presentado bajo el esquema general de “los principales desafíos que viví como presidente de la república y las políticas públicas” para resolverlos, Felipe Calderón Hinojosa ha publicado Los retos que enfrentamos. El volumen es un monótono compendio de cifras y asertos, una narración pendular en la que su autor iguala la (enorme) magnitud de los problemas con las (avezadas) soluciones ideadas por él y sus colaboradores para lidiar con la situación. A pesar de sus limitaciones, esta crónica presidencial podría haber tenido alguna oportunidad de ser atendida, pero su aparición ha quedado sepultada por otra narrativa: la del extraordinario (por inédito) ciclo reformador de Enrique Peña Nieto.
Sin embargo, el libro de Calderón no solo tiene un problema de timing o de tono triunfalista. Para ponerlo en palabras que escuché de una mujer de Tijuana que buscaba a su hijo desaparecido durante el sexenio pasado, el texto es como “el carrizo, está hueco, no tiene corazón”. Felipe Calderón eligió debutar en la galería de los expresidentes mexicanos comentando “sus tiempos” con un documento que no se atreve a mirar a la historia de frente.
Que no se atreve a exponer por qué decidió aliarse con Elba Esther Gordillo en la elección del 2006 y si valió la pena pagarle tanto durante el sexenio. Que no reflexiona con honestidad sobre la inoperancia de su administración en casos tan flagrantes como el de la Estela de Luz, monumento a la corrupción de su régimen. ¿Qué tanto valdrá este testimonio, como el propio Calderón lo ha calificado, cuando no tuvo la valentía de mencionar ni siquiera una vez, aunque fuera para negarlas, las denuncias por violaciones a los derechos humanos en su administración?
El libro queda a deber demasiado. Por años, varios investigadores y periodistas han hecho la pregunta sobre cómo surgió la decisión de convertir el combate a los narcotraficantes en el eje de su gobierno. En vez
de aportar datos al respecto, en vez de contar su versión, Calderón intenta una explicación teórica del fenómeno de la violencia asociada a los cárteles de la droga, para reiterar que su estrategia fue la correcta en forma y fondo. En esta materia el exmandatario no solo carece de autocrítica (“en términos generales hicimos lo correcto”, “la estrategia fue la correcta”), sino que celebra situaciones que con el tiempo han quedado en entredicho, como la depuración llevada a cabo en la pgr, de cuyos múltiples chascos judiciales, armados por su procuradora Marisela Morales, Calderón no dice nada, y en cambio tiene palabras de encomio patriótico para la hoy cónsul en Milán.
Calderón también regatea al lector datos y elementos claves para entender la crisis de seguridad de Ciudad Juárez. En el texto no aparece reseñada la matanza de los niños de Villas de Salvárcar, a los que él insultó al enmarcar esa masacre contra inocentes como un pleito de pandillas. La tragedia, así como la indignación ante las declaraciones de Calderón, como se recuerda, constituyó el pivote utilizado por los ciudadanos de aquella población para obligar a los tres niveles de gobierno a una labor conjunta frente a los criminales. El expresidente solo menciona a Salvárcar en los pies de foto de las imágenes en las que se le ve inaugurando una biblioteca e instalaciones deportivas en ese barrio juarense. Para él, la galería de las fotos; para las víctimas y los héroes ciudadanos de Juárez, apenas una mención, una referencia impersonal al nombrarlos como “la sociedad juarense”.
De igual forma, el michoacano desperdicia la oportunidad para hacer una reflexión que ayude a los mexicanos a sacar lecciones sobre la polarización política que marcó a su administración luego de la crisis electoral de 2006. “Había sido una elección cerrada en la que yo había ganado limpiamente”, dice al respecto Calderón, inamovible en su postura ocho años después, para luego descargar en Andrés Manuel López Obrador, a quien no nombra, la responsabilidad de la crispación: “el comportamiento antidemocrático de quien perdió, negándose a reconocer el resultado de las urnas, y llamando abiertamente al rompimiento del orden constitucional e institucional, generó una tensión política que no solo fue un enorme lastre para el avance del país, sino que erosionó injustamente la credibilidad del sistema y de las instituciones electorales”.
Para tener valía, las memorias de un gobernante (y este libro, aunque su autor se niegue a llamarlas así, son eso: memorias) deben aportar ya sea información novedosa que antes no era posible ventilar o una reflexión honesta hecha desde la distancia. En el libro de Calderón hay poca novedad y lejos de hacer una reflexión reveladora, honesta u original, el panista se desentiende de aquellas cosas que no salieron bien. Así, no solo culpa a López Obrador de la crisis electoral sino que no se hace cargo de que la reforma electoral que descabezó al ife de Ugalde terminara “por no ser del gusto prácticamente de nadie”.
Esa es la tónica que se puede encontrar en varios pasajes de los once capítulos en que está dividido el libro: yo propuse pero los gobernadores y/o los legisladores no dispusieron como yo quería. “La oposición del Congreso, por presión de algunas entidades federativas, bloqueó estas reformas que eran verdaderamente federalistas”, dice por ejemplo en el capítulo “Crisis y competitividad de la economía” al hablar de una reforma hacendaria. “Desafortunadamente, algunos gobiernos locales no se tomaron en serio esta tarea”, expone al hablar de la falta de cooperación de administraciones estatales en el combate a los criminales. “Había autoridades en los estados que rechazaban que el secretario (de Salud, Córdova Villalobos) dijera que en sus entidades había casos de influenza”, dice sobre la crisis por el ah1n1.
Calderón le haría un servicio a México si emprende una denuncia sobre aquellos que boicotearon sus proyectos. Esa denuncia debe exponer claramente las situaciones donde los gobernadores y otros políticos (o poderes fácticos) se opusieron a lo que él consideraba que era lo mejor para el país. Que sea prolijo en decir quiénes, cuándo y cómo fueron poco patrióticos y que deje al lector el veredicto sobre si tiene razón o no. Como en su libro son escasos e insuficientes esos detalles, el tono de queja al que el autor recurre una y otra vez lo exhibe como un gobernante poco capaz y, encima, plañidero.
Resulta notable que en el único capítulo en que se acerca a describir una situación más o menos detallada es al referirse al controvertido enfrentamiento entre su gobierno y la empresa mvs por la banda 2.5 ghz.
Al final, la constante del libro es el tono autocelebratorio que los mexicanos han memorizado en los rituales de los informes de gobierno. “He sido yo el presidente entre los últimos seis en cuya administración se ha elevado menos el precio de la gasolina”, dice por ejemplo. Pero el exmandatario usa las estadísticas que le convienen. Como al aseverar que, “al cierre del sexenio, México se ubicaba entre los 10 primeros lugares de la tabla de clasificación de la Organización Mundial del Turismo”. Esto es cierto, pero a Calderón le falta honestidad intelectual para acotar, en un texto editado en agosto de 2014, que cinco meses después de que él dejara Los Pinos nuestro país fue expulsado de ese top 10 turístico, descalabro del que no puede culparse a la nueva administración, sino a la del michoacano.
El reto que enfrenta Calderón es que si de verdad quiere construir una narrativa para su sexenio, tendrá que echar a la basura este, su séptimo informe de gobierno, y ofrecer una reflexión donde exponga qué piensa de que aún no haya llegado la justicia para los niños de la Guardería abc; una reflexión que contenga una larga explicación sobre por qué protegió a Genaro García Luna, exhibido en el caso de Florence Cassez y en varios otros. Si Calderón quiere contribuir a escribir su historia, que formule hipótesis para comprender por qué si, según su libro, él lo hizo tan bien los electores mandaron a su partido al tercer lugar en el 2012. Pero si quiere que los mexicanos le den una nueva oportunidad a su verdad, les debe un testimonio con corazón, uno en el que exponga sus vacilaciones, dudas, certezas y arrepentimientos frente a la gran tragedia humanitaria que son los cien mil muertos y desaparecidos en su sexenio. ~