Ébola: ¿del Congo al resto del mundo?

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“Los microbios”, reza un lugar común, “no reconocen fronteras”. De allí a concluir que el brote de enfermedad por el virus del Ébola (eve), que ha causado la muerte de más de cuatrocientas personas en tres países de África occidental en los últimos meses, se diseminará tarde o temprano al resto del mundo, solo hay un pequeño paso. Médicos sin Fronteras declaró que la epidemia “está fuera de control”, mientras que la Organización Mundial de la Salud hizo un llamado a tomar “medidas drásticas” para frenar la expansión de esta enfermedad que empieza ocupar un lugar privilegiado en el imaginario popular. Sin embargo, no todos los microbios se comportan de la misma manera; algunos tienen una vocación más cosmopolita que otros. Los medios de comunicación harían bien en reseñar los brotes de infección atendiendo escrupulosamente a las características microbiológicas de los organismos involucrados y a las características clínicas y epidemiológicas de las enfermedades que producen.

Las narrativas de varias epidemias recientes (Ébola, virus del Nilo occidental, SARS) se han construido siguiendo un patrón común que apela al prejuicio y al temor, y que manifiesta cierta complicidad con los desastres. Primero se relata el brote de una extraña enfermedad en una remota comunidad de un exótico país que causa la muerte de decenas o incluso centenas de personas. En seguida, surge la discusión del peligro de su expansión a los países del hemisferio norte y su posible transformación en una pandemia que se describe haciendo uso de metáforas bíblicas. Estos prejuicios y temores se han acrecentado debido a lo que el Nobel nigeriano Wole Soyinka, en su libro Clima de miedo, llama el “clima de aprensión” en el que viven los habitantes de las naciones desarrolladas desde el 9/11, producto, a su vez, de la preocupación por la violación de la santidad de los límites y las fronteras en el mundo globalizado.

Las condiciones en las que surgió la EVE, sus dramáticas manifestaciones clínicas y su letalidad han contribuido a este clima de recelo. Los dos primeros brotes de esta fiebre se produjeron en 1976, uno de ellos en la comunidad de Kikwit, Zaire, hoy República Democrática del Congo, muy cerca del río Ébola. Se trata de una enfermedad viral para la que no se cuenta con tratamiento específico ni vacuna, y cuyo reservorio natural (el huésped en donde se aloja un germen) no se encuentra todavía identificado, aunque se sospecha que son los murciélagos frugívoros que habitan los bosques pluviales africanos. Tiene un periodo de incubación de dos a veintiún días. Produce inicialmente fiebre, debilidad y dolores en músculos, garganta y cabeza, y, más tarde, vómito, diarrea, erupciones cutáneas, disfunción renal y hepática, y, ocasionalmente, hemorragias internas y externas. Su tasa de letalidad puede alcanzar hasta 90% y se transmite por contacto con órganos, sangre, secreciones u otros líquidos corporales de animales salvajes y seres humanos infectados. Los pacientes son contagiosos mientras el virus permanece en sangre y secreciones, y hasta por dos meses después de resuelto el cuadro clínico.

La EVE, en efecto, es una enfermedad nueva, extraordinariamente agresiva y muy contagiosa. Sin embargo, el misterio de su origen, sus síntomas y la amenaza que representa para la comunidad global han sido exagerados por unos medios que se afanan en generar el conocido shock value.

Los medios de comunicación de los países occidentales han insistido en presentar esta infección como típica de las comunidades de los impenetrables bosques tropicales africanos, azotadas por la pobreza, la ignorancia, la corrupción, la violencia tribal y la falta de higiene. Para ellos, una enfermedad así solo podía surgir en un sitio que recuerda al Congo colonial de Conrad y en donde la gente pierde su humanidad frente al poder de la barbarie.

Sus manifestaciones clínicas también han sido magnificadas, sobre todo su carácter hemorrágico, tan lleno de simbolismos. La sangre, ese “jugo sorprendente”, dice Julio Hubard, “no solo tiene una historia de datos firmes y sensibles… [también se asocia] a asuntos de fe y miedo”. Uno de los libros que más ha llamado la atención sobre la EVE es Zona caliente, de Richard Preston, que vendió más de dos y medio millones de ejemplares. Es un texto de fascinante lectura que narra la infección de un grupo de trabajadores de un laboratorio de Reston, Virginia, con un virus parecido al Ébola, así como los brotes de diversas fiebres hemorrágicas que se han producido en África en las últimas décadas. En las primeras páginas de este libro, que ha sido criticado por “el uso de un lenguaje metafórico hiperactivo”, Preston habla de “los charcos de sangre que se extendieron rápidamente” alrededor de un paciente con fiebre hemorrágica que se colapsó en el piso de la sala de espera de un hospital de Nairobi. Sin embargo, la principal manifestación de la EVE son las fiebres intensas y no las hemorragias externas, que casi siempre son discretas y poco comunes.

Finalmente está el temor de que el virus del Ébola se disemine por el resto del planeta. Dicha posibilidad se plantea incluso como una especie de retribución por los excesos de una humanidad que está acabando con las áreas naturales de la Tierra y liberando a sus demonios. Esta visión, sin embargo, tiene poco sustento. La EVE es una infección local que se transmite por contacto estrecho con pacientes infectados. Aunque teóricamente el virus podría viajar en avión en una persona infectada que aún no presenta síntomas, difícilmente produciría brotes importantes en países desarrollados, que cuentan con sofisticados sistemas de vigilancia capaces de contenerlos.

Los actuales brotes de EVE requieren de atención inmediata por parte de la comunidad internacional. Esta grave enfermedad está afectando a países muy pobres y con poca capacidad de respuesta. El riesgo de diseminación a naciones vecinas es real. Lo que no debemos olvidar es que se trata de una infección bien estudiada y que puede controlarse si se toman las medidas adecuadas de salud pública. Los medios juegan en este proceso un papel vital: al informar, no pueden subestimar los peligros de esta epidemia, pero lo peor que pueden hacer es exagerarlos. ~

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Investigador del Centro de Investigación en Sistemas de Salud del Instituto Nacional de Salud Pública.


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