Mínima animalia

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No es raro toparse en la poesía de Octavio Paz con pequeños bestiarios llenos de veneración y asombro. Reptantes o volantes, de pelo o escamas, con élitros o colmillos, las criaturas ilustran fábulas o dictan pequeñas cátedras, exhiben su intacta belleza en su perpetuo presente de envidiable inconsciencia:

La hormiga, el elefante, la araña y el cordero,

extraño mundo nuestro de criaturas terrestres

que nacen, comen, matan, duermen, juegan, copulan

y obscuramente saben que se mueren…

Abundan también como partiquines del carácter saturnal del poeta iracundo, propenso a denigrar con parangón animal. Costumbre vieja desde que Semónides psicoanalizaba humanos con símiles zoológicos, y desde que –según Homero– Ares insultó a Atenea llamándola mosca de perro, insulto reversible a la doble potencia. Cuando el poeta agravia con bestias se pasa de Orfeo a Circe, la hechicera que insultaba con la metamorfosis incluida. Insultar con animales a cualquiera consiste, a fin de cuentas, en regatearle el componente humano y desandarle, imaginariamente, el Darwin.

Al ailurofílico Paz también le daba por insultar con perros: si hemos desenterrado a la Ira es porque la horrenda daimona que unta de bilis el subsuelo decora su yelmo con una perra rabiosa. La ira de Paz pulula de perros: son perros los retóricos, perros los intelectuales y son de perros las cofradías de universitarios. Las ideas estúpidas son un asco: perras enamoradas de su vómito. ¿Y los poetas con alma de repórter? Perros.

El catálogo es más amplio: los demócratas que abandonaron a la república española son buitres, zorros; los nacionalistas son papagayos y culebras; el tirano es un decidido sapo; el político chacal que diserta entre las ruinas; los licenciados son coyotes ventrílocuos; los beneméritos son cacomixtles y el militar matón es un caimán con charreteras. Los universitarios, obviamente, chapoteamos en el charco de las ranas. Hay un profesor que junta méritos para graduarse de perro a escorpión meloso y con bonete.

Ese escorpión merodea por “Piedra de sol”, en la estrofa que contiene la trepidante retahíla iracunda contra

… el tigre con chistera, presidente

del Club Vegetariano y la Cruz Roja,

el burro pedagogo, el cocodrilo

metido a redentor, padre de pueblos,

el Jefe, el tiburón, el arquitecto

del porvenir, el cerdo uniformado…

A veces las bestias ilustran las tensiones del propio poeta. Uncido a la burocracia, se siente un caballo sometido a un aprendizaje intenso. Si vaga por su memoria se convierte en un reptil entre piedras rotas. Buen insomne, sus angustias de media noche son gatos insidiosos y, si logra el sueño, se inicia el hormiguero en pleno sueño. En la vigilia, escribe al dictado lo que dice el vuelo de la mosca, zumbante sucedánea de la musa; Dios mismo es la araña del miedo. También hay simpatía hacia su perseverancia: vivimos asediados por el escarabajo de la terca razón; atrapar una idea equivale a que zumba en mi cráneo la abeja inquisitiva. Como Tablada, Paz oficia de entomólogo: la luz es abeja zumbando en el verdor; el colibrí es una chispa con alas; la araña es hija del aire en su casa de aire. Las mariposas de alas desplegadas son el pubis dormido: cuando despierta es un abanico de abejas. Su desdén fourieriano a la familia lo lleva a compararla con un nido de escorpiones. Definió a su madre con las virtudes de cuatro criaturas: jilguera, perra, hormiga, jabalina, pero también lo aterró la alacrán madre que devora a sus hijos.

Los sapiens nocturnos nos autodegradamos en la ciudad y terminamos como gatos en celo y pánico de monos. Humanos y perros nos reñimos los saldos, perros callejeros / mondan el hueso de la luna; entre las luces tuertas de la calle, el espectro de un perro / busca, en la basura, / un hueso fantasma. La sociedad es animal en tumulto: un patio de vecindad es una gallera alborotada; los barrios son hormigueros gusaneras. Esos que hoy se llaman “fashionistas” son pulgas vestidas a la moda y los turistas son mariscos erotómanos. Del otro lado, los niños voceadores son gorriones dormidos en los nidos de los periódicos que no vendieron.

Al mediodía deslumbra el sol león del cielo, y los rugidos de leona de la mujer que se corre agrandan la noche. La mujer que tiene primero los ojos fijos del tigre / y un minuto después los ojos húmedos del perro… Pero, ¿y el caballo ciego caballo desbocado? ¿Y el gallo que desgarra la noche? Buscan a Melaina, yegua mixta, o a la mutante Melusina, hembra y dragón. Buscan a Salamandra, con miedo y deseo de comprobar que su cola termina en un dardo. Es la mujer/animal que hizo decir a nuestro semejante Baudelaire ne cherchez plus mon coeur; les bêtes l’ont mangé… Pero esa de la Salamandra es una historia complicada y no hay espacio ya para contar sus crótalos. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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