El genio desmenuzado

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Marcel Proust

El almuerzo en la hierba

Selección de pensamientos de En busca del tiempo perdido por Jaime Fernández

Traducción de María Teresa Gallego y Amaya García

Madrid, Hermida Editores, 2013, 382 pp.

El 14 de noviembre de 2013 se cumplieron cien años de la publicación de la primera parte de En busca del tiempo perdido, el original “ciclo novelístico” de Marcel Proust (París, 1871-1922). Esta obra, quizás la más extensa, evocadora y melancólica del siglo xx, consta de siete partes desiguales en extensión, aunque todas ellas insoslayables para comprender lo que su autor quiso ver como obra de arte cerrada. Proust publicó la primera parte, Du côté de chez Swann, en la editorial Grasset pagándosela de su bolsillo, pues era un autor desconocido. Este título se ha traducido al castellano como Por el camino de Swann y Por la parte de Swann; las traductoras del volumen que reseñamos lo vierten ahora como Por donde vive Swann. La novela no gustó entonces. Párrafos sinuosos, elipsis, extensas descripciones y tediosas minucias particulares parecían no estimular su lectura. Gide comentó maliciosamente que el lector terminaba de leer las frases proustianas antes de que su autor hubiera terminado de escribirlas. Pero Proust no se rindió; al fin y al cabo, desde pequeño se había empeñado en consagrar su vida al arte, a la escritura. Este anhelo se le acrecentó al morir su adorada madre, a la que hubiera querido sorprender convirtiéndose en el autor de una gran obra, gigantesca e inmortal.

Tras la Gran Guerra, en 1919, apareció A la sombra de las muchachas en flor, segunda novela del ciclo, editada por Gallimard. La influencia de amigos poderosos de Proust consiguió que lo galardonaran con el Premio Goncourt; el impulso del galardón, unido al cambio de sensibilidad de la época, ocasionó la buena acogida del libro. Enfermo, recluido de día en casa y en cama, comido por las manías, cada vez más hastiado de sus salidas nocturnas a reuniones sociales o en busca de relaciones homosexuales esporádicas, Proust terminó consagrándose por entero a la elaboración de su obra, a la que puso “fin” casi el mismo día de su muerte. Todavía alcanzó a ver en vida la publicación de El mundo de Guermantes y Sodoma y Gomorra; La prisionera, Albertina desaparecida y El tiempo recuperado vieron la luz después de muerto su autor, editadas por su hermano Robert.

La fama de Proust fue imparable. Uno de sus más tempranos admiradores en España fue Ortega y Gasset, quien escribió: “En estos volúmenes nadie hace nada ni pasa nada: todo es una pasiva sucesión de situaciones estáticas […] Aun así, con Proust no nos aburrimos nunca pese a que puede suscitar una cierta sensación de pesadez.”

De entre el puñado de novedades que nos brinda la conmemoración de este centenario proustiano destaca por su profundidad y utilidad El almuerzo en la hierba, una selección de fragmentos de En busca del tiempo perdido. En 2001 Península publicó otra antología de textos de la novela –Proust, de la imaginación y el deseo, preparada por María del Mar Duró y hoy descatalogada–, así que este nuevo libro llena ahora esta laguna antológica y es una de las mejores puertas estratégicas por la que penetrar en el universo de Proust.

Jaime Fernández Martín (Cáceres, 1960) intérprete vocacional y desmenuzador de las grandes obras de la literatura (Don Quijote, las tragedias de Shakespeare o las novelas de Thomas Mann) –aunque también ha desmenuzado a Hitler (Hitler, el artista del mal, Almuzara)– escribe un esclarecedor ensayo que precede a los textos que ha seleccionado, en él aporta claves para entender el mundo de Proust y su obra, el proyecto artístico de recuperar el tiempo perdido.

Reunidos bajo epígrafes como “Imaginación”, “Memoria”, Celos”, “Amor”, “Literatura”, “Música, “Relaciones sociales”, “Muerte”, “Homosexualidad”, “Judíos”, “Lenguaje”… etcétera, que van repitiéndose según los textos seleccionados correspondan a los siete tomos de la obra, el lector adquirirá una visión amplia de qué era lo que animaba e inquietaba a Proust una vez transformado en el “Narrador” de su novela.

No se busque en Proust a un filósofo, ni tan siquiera a un pensador. Jamás fue ni lo uno ni lo otro; tampoco se espere el lector aforismos o sentencias de moralista; el autor de À la recherche fue un original inmoralista –a su primer editor presentó su obra con el calificativo de “indecente”– tan solo preocupado por explorar sus sensaciones, que lo elevaban a estados sumamente placenteros o lo sumían en pozos de molestia y desesperación. En su ensayo, Fernández lo retrata como un solipsista imaginativo y sensual, un ser sorprendido porque la vida pase sin remedio, aplastada bajo el peso de la ley de la corrupción universal; por la preeminencia absoluta de la muerte y la condena al olvido de aquello que se vivió con tanto esfuerzo sensitivo. Proust, asmático, marcado por su homosexualidad, aislado en su piel, con una concepción dolorosa de la amistad –“El hombre es el ser que no puede salir de sí mismo, que nada sabe de los demás sino en sí mismo, y, si dice lo contrario, miente” –, desilusionado del amor –“Solo se ama aquello que no se posee”–, diletante e hipersensual, únicamente vio colmada su existencia cuando comprendió que debía vivir para el arte; y “el arte” para Proust fue su escritura a modo de catarsis. De placer en placer, de fiesta en fiesta, de amor en amor en busca del Amor, de sensación en sensación, siempre desilusionado por no poder detener el bello instante esperado con ilusión, Proust vertió todo su ser en su desmedida novela con la que pretendía recuperar para la eternidad el tiempo que a él se le había ido para siempre. El arte dio sentido a su vida, trufada por un hondo pesimismo, pues creía que cualquier esfuerzo es inútil si no se transforma en arte. Así que las más de 3.000 páginas de En busca del tiempo perdido nacieron de una visión apesadumbrada y negra de la existencia; consiguieron ser arte puro, mas la pura representación de un solipsista que anhelaba que sus cenestesias y fluctuantes sentimientos pasaran a convertirse en paradigmas del género humano. Si lo logró, eso han de decidirlo los lectores.

Sea como fuere lo cierto es que Proust, hipersensible muchacho y luego adulto hipersensible y remilgado, enfermo perpetuo bañado por la sempiterna luz eléctrica de su cuarto, viviente nocturno y zombie de la literatura, logró recuperar aquel pasado que ni siquiera existió de verdad en una obra compleja, llena de máscaras y recodos, digna de disfrute estético y de minucioso estudio. ~

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(Cáceres, 1961) es traductor y ensayista. Ha escrito Martin Heidegger. El filósofo del ser (Edaf, 2005) y Schopenhauer. Vida del filósofo pesimista (Algaba, 2005). Este año se publicó su traducción


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