México, como España, es un país cuya historia se encuentra teñida por una extensa mancha de melancolía y pesimismo. Nos es que los habitantes de estos dos países se encuentren particularmente dominados por la tristeza. Pero es indudable que en la historia de las ideas encontramos una profunda veta melancólica que ha llevado a muchos escritores españoles y mexicanos a pintar con las tintas más negras el panorama cultural y social que los rodea. Se ha expandido a lo largo del siglo XX la idea de que la sociedad se encuentra herida por problemas casi insolubles, confrontada a una cadena de fracasos y sumergida en terribles procesos de decadencia. Los sentimientos de frustración se han agudizado actualmente en España debido a la terrible crisis económica que la azota, y en México provocados por la inmensa oleada de crímenes y por la inminencia del retorno al poder del partido del antiguo régimen autoritario.
No hace mucho se publicó en España un libro iluminador sobre la influencia del pensamiento melancólico. Su autor, el historiador Rafael Núñez Florencio, nos presenta un admirable aunque tétrico recorrido por la historia de la cultura española, desde el malestar de los escritores del 98 hasta el desencanto de los postmodernos que viven en la desdicha ante una democracia que no parece curar los males seculares. En El peso del pesimismo (2010), Núñez Florencio documenta profusamente la gran importancia de las reflexiones sobre la España como problema, la acumulación de desastres, la desolación y los negros esperpentos de la política. Es un libro que debería ser leído en México.
No se ha hecho una historia de los pesimismos mexicanos. Pero no es difícil reconocer los antecedentes de la pesadumbre actual en las viejas ideas sobre un país aplastado por los “grandes problemas nacionales”, destinado a la confusión, la melancolía, la degeneración, la vana gesticulación y a sufrir un complejo de inferioridad y un subdesarrollo perennes. Cuando por fin llegó la democracia a México, a fines del siglo pasado, no faltaron los intelectuales que la despreciaron como coja, defectuosa, fea o ficticia. El retorno del PRI al poder provocará que se derramen torrentes de lacrimosas quejas ante la evidencia de que la mayor parte de los mexicanos aceptó resucitar al dinosaurio político.
Y no obstante, tendremos que hacernos la inevitable pregunta: ¿es posible domesticar al dinosaurio priista? Los españoles se hicieron mucho antes una pregunta similar: ¿es posible domesticar al monstruo franquista? Los más pesimistas dirán que es casi imposible. Pero en España el monstruo fue domesticado y, posteriormente, marginado gracias a los pactos de la Moncloa de 1977. El equivalente mexicano de estos pactos fueron los acuerdos que transformaron en 1996 al Instituto Federal Electoral (IFE) en una organización ciudadanizada independiente del poder ejecutivo. Desgraciadamente esta institución ha sido enlodada por los populistas hasta el punto de que más de un tercio de la ciudadanía cree que las elecciones son fraudulentas.
Los resultados de las elecciones presidenciales mexicanas dieron el triunfo al PRI, pero no le otorgaron mayoría absoluta en el Congreso. Esa fue la desagradable sorpresa para el futuro presidente, Enrique Peña Nieto, y la buena noticia para la oposición. Ahora tendrá que establecer acuerdos, negociar, convencer o dejarse convencer, aprender y tolerar. Por supuesto que el ala más dura de su partido intentará consolidar las formas corruptas y manipuladoras en que se asienta el poder de sus barones (los gobernadores) y sus organizaciones sindicales.
Es evidente que la sociedad que hoy rodea al PRI es muy diferente de la que hace quince o veinte años todavía estaba sumergida en la vieja cultura política nacionalista. Es previsible que la euforia de importantes sectores de la sociedad se trastoque pronto en decepción y desencanto. El miedo que impulsó en muchos el deseo de que retornase el PRI no se disipará fácilmente. Habrá que esperar que la nueva marejada de pesimismo no ahogue los esfuerzos por civilizar al dinosaurio. Para ello será necesaria la sensatez y la inteligencia de la oposición. Hará falta también que la intelectualidad supere su negra decepción y preste sus luces para iluminar los obscurecidos cerebros de tantos políticos oportunistas que no piensan más que en sus obsesiones personales por el poder, más dañinas que sus ansias por acumular riquezas.
Este tipo de políticos lo encontramos a diestra y siniestra, en la derecha y la izquierda, y –con mayor abundancia– en el seno del viejo partido autoritario. No obstante, creo que una buena dosis de confianza en la democracia podría impulsar cambios en la anquilosada clase política. Bajo la sombra del PRI, los mexicanos tienen seis años para frenar las fuertes tendencias restauradoras que nos amenazan. Pero, ¿en dónde podría abrevar una renovada confianza en la democracia? No veo otra fuente que las energías acumuladas en la oposición democrática. Pero para que fluya esta energía tendrán que ser arrinconados los conservadurismos y los populismos que anidan tanto en la oposición como en los espacios de la derecha revolucionaria que gobernará a México durante los próximos seis años. Hay que recordar que esta energía se apoya en gran medida en el IFE, al que hay que defender lo mismo que a otras instituciones autónomas que garantizan que el país no retroceda. ~
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.