Inabarcable. O incombustible. Quizá sean los adjetivos más útiles para (intentar) describir la carrera musical de André Previn (Berlín, 1929-Nueva York, 2019). Su biografía temprana no se diferencia mucho de otras. Esa biografía estándar que ha conformado parte del sueño americano: niño prodigio judío formado en prestigiosas escuelas europeas que escapa por los pelos del nazismo y acaba, gracias a un familiar (también músico), en Los Ángeles.
Previn llegó en el momento justo al lugar adecuado: en la época dorada de la televisión y el auge de los grandes estudios. Hollywood necesitaba músicos. Y Previn era perfecto para esa industria. Seductor, con mucho sentido del humor, gran ética del trabajo y talento, mucho talento. Pocos nombres sintetizan mejor que Previn el idilio entre Hollywood y los músicos europeos (en la senda de sus admirados Max Steiner o Ernest Gold). Aunque a un hombre de música tan inquieto como Previn la Costa Oeste se le quedó pequeña y no dudó en cruzar a la otra esquina, de Hollywood a Broadway.
Habitual en la crónica rosa por sus matrimonios, Previn era encantador, divertido y de algún modo su personaje encajaba más en la larga tradición del entertainer americano que en la de un director de orquesta sesudo, un jazzman maldito o un invisible compositor de scores. De ahí que fuera tan querido, tan admirado.
Por encima del personaje nos queda su música. Maestro al piano, orquestador brillante, compositor, no hay nada con lo que no pudiera ni se atreviera. En su discografía, extensa, variadísima, no es difícil perderse. Quizá una panorámica, no necesariamente cronológica, más bien impresionista y desprejuiciada (como lo era el propio Previn) nos ayude a conocer sus muchas facetas.
Clásica y Broadway
Manejaba con suntuosidad las cuerdas y tenía una notable afición por la ópera (se atrevió con dos, basadas en sendas obras de Noël Coward y Tennessee Williams) y, claro, por los musicales (su pieza mayor en este género es Coco, biopic de Coco Chanel, escrito y montado en los años 70). Entre sus muchísimas grabaciones de música clásica quizá podemos quedarnos con sus acercamientos a los compositores rusos (su Lago de los cisnes de Tchaikosvky) o, sobre todo, los franceses (especial atención a su versión de Daphnis y Cloe de Ravel).
Previn tuvo la suerte de convertirse, en vida, en un clásico americano y contribuyó a ello, además, con varios discos sobre la música del país que lo acogió. Ahí están el estupendo disco de 1975 junto a Itzhak Perlman consagrado a la obra de Scott Joplin. O, ya en los noventa, el precioso American Songs, donde interpretaba clásicos americanos (Copland, Barber) al piano, acompañado únicamente de la intensidad vocal de la soprano Barbara Bonney.
Su devoción por Broadway queda bien retratada en la retrospectiva que le dedica al cancionero de Jerome Kern: Sure Thing, acompañado por la voz de Sylvia McNair, traslada la energía y la fuerza de los escenarios neoyorquinos a un formato íntimo, en el que destaca el aspecto musical por encima del espectáculo.
Jazz
Para disfrutar de su estilazo al piano (con un sentido musical muy profundo y un tempo como dormido, que aprovecha de manera muy inteligente los silencios) ahí están 4 To Go! o el genial “King Size!”, quizá su mejor disco de jazz, en formato trío (con el contrabajista Red Mitchell y el batería Frankie Capp). Y suenan especialmente emotivos tanto su encuentro tardío con Ella Fitzgerald revisitando a Gershwin (el delicado Nice Work If You Can Get It) o su mejor disco de los ochenta, After Hours, donde se acompaña de Ray Brown y Joe Pass.
Su lado más valiente queda bien reflejado en dos discos separados por diecisiete años. En Different Kind of Blues (1980) hace de nuevo equipo con el violinista Itzhak Perlman (que nunca se había acercado al jazz) dando como resultado un disco expresivo, original; en From Ordinary Things (1997) se une al violonchelista Yo Yo Ma en un disco mucho más cercano a la música impresionista, o a las abstracciones de la música contemporánea. Sorprende la cantidad de matices de Previn, su estado de forma cuando ya hacía tiempo que no tenía que demostrar nada.
Bandas sonoras
Entre sus bandas sonoras se habla a menudo de Gigi o Porgy & Bess, que le valieron dos de sus cuatro Óscar, aunque no se trata de composiciones originales sino de adaptaciones de otros compositores (Lerner y Loewe en el primer caso, Gershwin en el segundo), orquestaciones o arreglos. Más personal es su trabajo para Irma la dulce (otro de sus Óscar), entre ecos del can-can, y donde aportó ligereza y humor a la sordidez del tema. Para esta película compuso una melodía principal para el recuerdo. Es quizá su obra más inmortal.
Aunque para apreciar mejor su trabajo para el cine ahí quedan las tremendas, intensas, contundentes (y casi inesperadas viniendo de un músico tan delicado) partituras para Elmer Gantry (su mejor banda sonora) o Los cuatro jinetes del Apocalipsis, en las que muestra un interesante, arrollador trabajo como orquestador, sobre todo en el tratamiento de las cuerdas, que aún hoy suena arrebatador y contemporáneo.
Previn no se agota. Sus grabaciones o sus antiguas actuaciones en vivo funcionan como una enorme caja de músicas que invita a descubrirlo una y otra y otra vez. Sigue vivo. Y, de algún modo, su figura ha terminado convertida en metáfora: un símbolo del amor incondicional a la música.
Fernando Navarro (Granada, 1980) es guionista y crítico musical. Ha escrito entre otras 'Toro', 'Verónica', 'Bajocero' y Venus'. 'Segundo premio' (Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, 2024) es su último guion. En 2022 publicó la novela 'Malaventura'.