Lobo. Falsas memorias verdaderas

Jim Harrison, paradigma del hombre hecho a sí mismo y una de las grandes estrellas mitológicas de las mitológicas letras americanas es el personaje principal del libro.
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Delirante. Entretenido. Más bien melancólico. Cuando no triste. Alucinógeno. Pasado. A ratos pasadísimo. Y sobre todo divertido. Muy divertido. Y es que aunque Lobo venga certificada por la, bostezo bostezo, a veces, más bien casi siempre, soporífera etiqueta de nature writing –una tradición tan americana como el country o las armas de fuego y con las que a su modo está emparentada– las casi trescientas páginas que lo conforman están plagadas de párrafos en los que prima un lúdico desencanto lleno de humor que cuando no te hace sonreír te sorprende con las carcajadas ante la mirada brutal y tierna del personaje principal del libro: el propio Jim Harrison (1937-2016), una de las grandes estrellas mitológicas de las mitológicas letras americanas. Un Harrison, ejemplo paradigmático del hombre-hecho-a-sí-mismo americano, compañero de farras de Jack Nicholson, apasionado por la literatura que por aquel entonces, hablamos de 1970, era un joven poeta en ciernes que lo leía todo (cita el autor como favoritos  a César Vallejo, Rimbaud, Lorca, Dylan Thomas, Rilke) y que de repente, por sorpresa, debutaba con estas falsas memorias verdaderas que supusieron una revelación. 

Un libro, este Lobo (que, dato aleatorio, comparte título con el guión de terror que escribió para Mike Nichols protagonizado por su colega Nicholson y cuyo proceso abandonó, desencantado por el matiz más bien amable que tomaba la historia) narra un paseo-abandono por la naturaleza que le sirve para emprender un paseo-evocación por su vida, sin orden, hacia atrás y hacia adelante y vuelta hacia atrás. 

Una vida llena de amoríos torpes, amistades fallidas, encontronazos familiares, que arranca marcada por un accidente –un juego infantil en el que una niña le salta un ojo con una botella y hala, ahí va otro tuerto ilustre en plan John Ford o Nicholas Ray– y en la que Harrison tendrá que enfrentarse a la muerte, el abandono, el desamor y la desesperación cuando no a la pobreza y la miseria, a la que se ve lanzado. Es en estos párrafos plagados de mendigos, pícaros y buscavidas cuando el libro remite a literatura del dust bowl invocando a Steinbeck y Hemingway por el camino del ácido de deshoras y el whiskey, mogollón de whiskey. 

Obra que es a la vez de juventud y madurez –como la poesía de su admirado Rimbaud, este es un vitalista libro pesimista o, si prefieren, un optimista libro sobre la pérdida–, en Lobo aparece el tema recurrente de toda la obra posterior de Harrison (rescatada en nuestro país por Errata Naturae): el contacto a flor de piel con la naturaleza, como metáfora-símbolo de un espíritu sensible, rebelde, indomable– aunque el corazón del libro no sea rural sino más bien urbano. O al menos mitad y mitad. 

Porque mientras Harrison, a través de su alter ego Swanson, hijo del cisne, se embarca en la búsqueda de un lobo como figura mitológica –también el águila, gran símbolo americano, hace acto de presencia en las páginas– las estampas sobre el abandono a (ante) la naturaleza salvaje se van alternando con delirantes episodios urbanos donde el Michigan natal del autor, el San Francisco del amor libre o la oscura Nueva York de los setenta se equiparan con el entorno salvaje de los bosques, aparecen de hecho menos civilizadas, con menos reglas, menos gobernables y más en carne viva, más peligrosas que la naturaleza propia, en un juego de espejos tan fascinante como inteligente. 

Un viaje donde no hay tanto del Walden como de Whitman y en el que Harrison certifica el amargo despertar de la pesadilla hippie a través de episodios a ratos escatológicos, a ratos drogotas, de una sexualidad patética y un romanticismo aún más patético. Un libro melancólico que ahonda en la pérdida, ¿la imposibilidad? del amor y el desamparo ante la familia perdida (un accidente familiar como detonante del abandono, una abuela lejana como única figura de arraigo y conexión con la sangre) y en el que subyace, como buen libro de su autor, una especie de vitalismo inesperado. Lobo se convierte así en el paradigma de la literatura (y el mapa) de todo un país: si Harrison es el escritor americano, Lobo es el libro americano. 

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Fernando Navarro (Granada, 1980) es guionista y crítico musical. Ha escrito enre otras 'Toro', 'Verónica' y 'Bajocero'. 'Venus' (Jaume Balagueró, 2022) es su último guion. En 2022 publicó la novela 'Malaventura'.


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