En los últimos tiempos han aparecido noticias acerca de los papiros que, desde finales del siglo XVIII, se han recuperado en la llamada Villa de los Papiros de Herculano. La más reciente fue una conferencia de prensa en la que, con bombo y platillo, se informó que, “gracias a la inteligencia artificial”, se había podido leer un fragmento de papiro con indicaciones sobre el lugar donde se encuentra la tumba de Platón.
La historia de esta magnífica villa, sobre cuyo plano construyó Paul Getty su mansión de Malibú, es bien conocida: la erupción del Vesubio en el año 79 d.C. sepultó la rica ciudad de Herculano, a cuyas afueras se encontraba, convirtiéndola en una especie de cápsula del tiempo piroclástica, en un “lugar de memoria” y en un depósito arqueológico privilegiado, en el que podía estudiarse el mundo antiguo casi en directo. Entre los innumerables tesoros sepultados por la explosión del volcán se encontraba la biblioteca de la villa. Los rollos de papiro que se conservaban en las estanterías sufrieron un proceso de carbonización parcial: se quemaron por fuera, pero se conservaron en su parte interior. Es el mismo proceso que sufrió el papiro de Derveni, el libro más antiguo que conservamos del mundo grecorromano, que fue puesto en la pira funeraria de su dueño hacia el año 330 a.C. Por su número y sus características, los papiros de Herculano han terminado por construir toda una rama de especialización de la papirología, que es la disciplina que estudia los manuscritos antiguos, desde los primeros fragmentos que conservamos hasta más o menos el siglo VII d.C., cuando el papiro fue sustituido por otros tipos de papel.
En el caso de la Villa de los Papiros, lo excepcional es que se trata de una biblioteca entera, de la que se han rescatado restos de más de mil rollos. Desde su descubrimiento se han usado diferentes métodos para “desenrollar” los volúmenes, incluida una célebre máquina que utilizó el padre Piaggio. Restaurar y editar los papiros ha sido un trabajo largo y laborioso, que no admite prisas ni atajos, como por otra parte no los acepta casi ningún campo de la Filología clásica: hay que desenrollar pacientemente los rollos, poner los fragmentos resultantes en marcos de cristal que los conserven, reconstruir la estructura de los libros y, por supuesto, leerlos e intentar completar lo que falta, que en textos como estos puede ser mucho.
Por la célebre Officina dei papiri de Nápoles han pasado excelentes papirólogos que se han dedicado a esta labor arqueológica y filológica. Es obvio que la llegada de la fotografía, de la informática y de otros avances tecnológicos ha causado siempre grandes esperanzas entre quienes llevan a cabo esta labor. A principios de nuestro siglo, la aplicación de técnicas de espectrometría y de infrarrojo permitió recuperar porciones de texto que se encontraban en zonas expuestas al calor, en las que texto y soporte constituían casi una masa informe, imposible de leer al microscopio. Esas técnicas no se han aplicado, por supuesto, solo a los papiros de Herculano, sino a muchos otros, provenientes en su mayor parte de Egipto –el mayor repositorio de manuscritos antiguos que tenemos– e incluso a manuscritos medievales. Pero la Villa de los Papiros tiene un halo romántico especial, un lugar en el imaginario cultural, que hace que todo lo que se descubra ahí suscite gran interés.
Volvamos a la conferencia de prensa. Un equipo de papirólogos de Pisa informó que había logrado leer pasajes hasta ahora inaccesibles de una obra del filósofo y poeta Filodemo de Gadara, que vivió en el siglo I a.C. en Roma y es el autor mejor representado en la biblioteca de la Villa de los Papiros. Esto se debe a que Filodemo fue amigo de quien se cree que fue el dueño original de la finca, Lucio Calpurnio Pisón Cesonino, importante político y suegro de Julio César. Pisón, como otros personajes públicos de su tiempo, practicaba el epicureísmo, y de ahí que fuera protector de Filodemo y reuniera una nutrida colección de rollos de papiro sobre filosofía en general y epicureísmo en particular.
Esta obra de Filodemo, conocida entre los especialistas como Index Academicorum (Catálogo de los filósofos de la Academia), se conserva en dos rollos de papiro (P. Herc. 1691/1021 y P. Herc. 164) que fueron “abiertos” con los métodos más o menos bárbaros de los que ya hemos hablado, lo que resultó en su destrucción parcial, aunque controlada. La obra ha sido editada en varias ocasiones, siendo la edición del conocido papirólogo Tiziano Dorandi, de 1991, la más reciente. Los fragmentos se conservan montados en vidrio, como es usual en estos casos. Dorandi contaba solamente con microscopios electrónicos y fotografía digital, avances tecnológicos con los que Siegfred Merkler no podía ni soñar cuando hizo su edición de 1902.
El equipo de Pisa ha podido usar, en cambio, dos herramientas más: la imagen hiperespectral de infrarrojo de onda corta (ese es su nombre técnico) y la inteligencia artificial. La primera básicamente consiste en aumentar muchísimo más allá de lo posible para el ojo humano el contraste entre la tinta de carbón usada para escribir los libros y el material vegetal, el papiro sobre el que se escribía, carbonizado también. Lo que la IA hace es contribuir a reconocer los trazos, es decir, las palabras, gracias al “entrenamiento” que ha recibido por parte de los papirólogos. Así, donde el ojo humano ve un trozo de papel quemado y donde incluso la mejor fotografía digital ve trazos imposibles de conectar, la nueva alianza de imagen hiperespectral e IA logra recuperar vocablos. Así, el equipo en cuestión ha logrado leer poco más de mil palabras nuevas, que en la edición de 1991 obviamente no podían leerse. Y es en estos pasajes donde Filodemo, con el estilo anecdótico y casi chismoso que caracteriza a su obra, cuenta algunos avatares de la vida de Platón y menciona que a su muerte fue enterrado en un jardín privado de la Academia, enfrente de una fuente consagrada a las Musas.
¿Qué de todo esto es realmente nuevo? La verdad es que no mucho. La técnica de imagen multiespectral comenzó a aplicarse a los papiros de Herculano desde la primera década de este siglo, gracias a un equipo de investigación de la Universidad Brigham Young liderado por el profesor MacFarlane, que presentó sus avances en varios congresos de la especialidad (no en ruedas de prensa, que yo sepa). Yo recuerdo haber quedado bastante impresionado cuando vi los resultados en un congreso en Groningen en 2007. De la imagen multiespectral se pasó al infrarrojo y luego al infrarrojo hiperespectral. Esta tecnología no es, pues, radicalmente nueva, y se aplica ya regularmente a los papiros de Herculano. ¿Y la inteligencia artificial? Es nueva, pero tampoco tanto. La IA lo que proporciona es una nueva interfaz, cómoda para un papirólogo que no es un informático experto: le das al botón y hace aquello que ha sido entrenada para hacer. En este caso, la IA ha sido “alimentada” con miles de imágenes de los papiros ya abiertos, de forma que “aprenda” a leer los textos. ¿Qué tan difícil es leer un papiro de Herculano? Si estuvieran en buenas condiciones, un estudiante de primero de Clásicas podría hacerlo, pues el tipo de letra de estos rollos, la llamada mayúscula libraria, es una letra deliciosamente regular cuya dificultad está en la escritura continua (sin separación entre palabras) y obviamente en entender la lengua, pero no en el trazo. Un texto de Herculano en buen estado se vería así:
En la realidad se ven así…
La IA ha aprendido a reconocer los trazos en tinta de carbón sobre un fondo carbonizado y a conectarlos mediante un algoritmo predictivo. Obviamente no “entiende” lo que está leyendo, pero para eso, y para suplir las lagunas a base de conocimiento del griego, está el papirólogo.
Así que la técnica no es radicalmente nueva. ¿Y el contenido? Bueno, siempre es interesante recuperar detalles (la Filología consiste en detalles), pero la verdad es que la tradición biográfica antigua ya recogía el dato de que Platón estaba enterrado en la Academia… que en un jardín frente a la fuente de las Musas no, eso lo sabemos ahora gracias a estos avances. ¿Vale la pena dar una conferencia de prensa para anunciar eso? En términos puramente científicos, un artículo más bien breve en el Zeitschrift für Papyrologie und Epigraphik hubiera sido suficiente. ¿Y el entusiasmo de los medios? Nos lo hubiéramos perdido. Eso, y recordarle al público que los huesos del buen Platón tal vez están por ahí, junto a una fuente, y que con un poco de suerte una excavadora puede tropezar con ellos al construir un edificio en la zona de Atenas donde sabemos que estaba la Academia.
Con todo, estos avances son solo palomitas mientras esperamos la noticia de verdad: que se pueda leer los papiros carbonizados sin tener que abrirlos. ¿Qué tan cerca estamos? Parece que bastante. Hace un tiempo, un concurso internacional con premios bastante generosos, el Vesuvius Challenge, convocó a jovencísimos informáticos que no saben una palabra de griego ni tienen idea de quién es Filodemo a enfrentarse con los rollos carbonizados, y tres de ellos lograron leer 140 palabras de un rollo cerrado. Es verdad que de la primera capa de un papiro, pero el avance es significativo. Al mismo tiempo, un equipo de investigación del Instituto de Microelectrónica y Microsistemas (IMM) del Consejo Nacional de Investigación (CNR) de Italia ha venido trabajando, con muy pocos recursos, en el uso de rayos X de alta potencia para intentar “desenrollar” virtualmente los rollos. Es una paradoja que los tres informáticos se hayan llevado 700 mil dólares por su logro, mientras el equipo de CNR lucha todavía por conseguir financiación. Será que no dan conferencias de prensa lo suficientemente impactantes o que siguen creyendo que la ciencia no tiene prisa y lo importante es trabajar bien: si Filodemo ha esperado dos mil años, un par más no lo afectarán. Con la integración de todos estos avances, se está cerca de lograr un tipo de tomografía específico para estos documentos carbonizados, como muestra en este breve video el papirólogo Gianluca del Mastro. Hay más de 500 rollos de papiro esperando para ser leídos, y nos dirán mucho más que a dónde fueron a dar las anchas clavículas de Platón.
¿Palomitas? No, gracias: avísenme cuando desenrollen virtualmente los papiros. ~
(Tuxtla Gutiérrez, 1973) es profesor titular de Filología griega en la Universidad de Salamanca, poeta y traductor. Su libro más reciente es Quinientos epigramas griegos (Cátedra, 2021).