Foto: Marcus Ganahl en Unsplash

La nueva ciencia de la inmortalidad

La biotecnología ya no se conforma con prevenir o curar enfermedades: ahora sueña con vencer a la muerte. En la carrera por la inmortalidad, ¿qué será de lo que nos hace humanos?
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En la antigua Mesopotamia, un rey llamado Gilgamesh –protagonista del mito más antiguo, que se conserva en tablillas de arcilla– fue en busca de una planta submarina capaz de devolver la juventud. Heródoto, el historiador griego, hablaba de manantiales sagrados en Etiopía que prolongaban la vida. Alejandro Magno, conquistador de todo el mundo antiguo, murió joven sin haber hallado el río que, decían, curaba la vejez. Siglos después, los alquimistas de la Edad Media perseguían el elixir de la inmortalidad con la misma obstinación con la que intentaban transmutar metales comunes en oro. Y en el Renacimiento, Ponce de León –ya viejo– se embarcó hacia lo que hoy es Florida buscando la legendaria “fuente de la eterna juventud”.

Hoy, la alquimia no ha muerto: mutó en ciencia. Ya no se trata de convertir plomo en oro, sino materia viviente en tiempo. En lugar de pociones y elixires, los nuevos alquimistas operan con inteligencia artificial, biotecnología, nanotecnología y edición genética. Silicon Valley ha reemplazado al monasterio medieval. En laboratorios sofisticados se forja la promesa de una juventud sin fecha de caducidad. Empresas con nombres futuristas –Altos Labs, BioAge, Retro, Cradle Healthcare– compiten por extender la vida, manipular los relojes celulares, y criopreservar el cuerpo sin apagar la conciencia. Invierten miles de millones no en curar enfermedades, sino en posponer la muerte. Sueñan con reprogramar el envejecimiento como si fuera un error de código, pausar la decadencia, reanimar lo ya marchito o enfermo. La longevidad se ha vuelto una industria billonaria, pero también una doctrina biotecnológica: una nueva fe que ve en cada célula un umbral y en cada gen una promesa de redención individual… y de ganancia económica exponencial.

La organización más emblemática en la búsqueda de prolongar la vida humana no había sido una startup futurista, sino la Alcor Life Extension Foundation, fundada en 1972 como una institución sin fines de lucro. Desde entonces, ha acumulado cientos de cuerpos y cerebros criopreservados en su sede de Arizona, conservados en cápsulas de nitrógeno líquido a la espera de una hipotética reanimación futura. Sin embargo, no ha logrado devolver la vida a ninguno.

“Piense usted en las cápsulas de hibernación que se ven en las películas futuristas para viajes espaciales; bueno pues nosotros queremos construirlas”. Eso escribió Laura Deming, una destacada biotecnóloga del MIT especializada en el campo del envejecimiento molecular, así cómo de una creciente y popular disciplina encaminada a “suspender la vida” a través de la criopreservación. Deming cree que la ciencia puede acabar con el envejecimiento y que “está mucho más cerca de lo que se piensa”.

¿Suena extraído de una película de ciencia ficción? Parece, pero es real. Tan real que el fondo de capital de riesgo Longevity Investorsha recaudado más de mil millones de dólares para invertirlos en la investigación y desarrollo de la longevidad humana.

Desde San Diego hasta Shanghái, científicos de élite trabajan para reescribir el destino biológico de la humanidad. Universidades como Harvard y Stanford estudian cómo revertir el envejecimiento en ratones, mientras Altos Labsreúne premios Nobel en centros de investigación en Estados Unidos, Reino Unido y Japón. En Alemania, el Instituto Max Planck investiga los mecanismos más profundos del desgaste celular. En China, la Academia de Ciencias ha logrado revertir signos de envejecimiento en primates. Y en Arabia Saudita, la fundaciónHevolution destina cientos de millones de dólares para expandir esta ciencia fuera de Occidente.

En la nueva carrera por vencer al tiempo, algunas compañías emergen como protagonistas de una biotecnología que ya no es ciencia ficción. Altos Labs, fundada en 2022 con un capital inicial de 3,000 millones de dólares y respaldada por Jeff Bezos, busca “reiniciar” las células humanas mediante técnicas de reprogramación biológica: procesos que permiten que una célula envejecida olvide su edad y recupere funciones juveniles. Tras años de silencio, Altos logró extender la vida de ratones, abriendo el camino hacia terapias que podrían revertir el envejecimiento en humanos. BioAge Labs, otra pionera del sector, pasó más de una década explorando los patrones moleculares que determinan cuánto y cómo envejecemos. Tras un tropiezo clínico en 2024, resurgió aliándose con Novartis para desarrollar fármacos que imiten los beneficios del ejercicio físico a nivel celular, sin necesidad de mover un músculo. Retro Biosciences, respaldada por Sam Altman, aspira a añadir una década de vida saludable mediante un doble enfoque: hacer que las células entren en modo “limpieza profunda” (un proceso natural llamado autofagia, donde se reciclan y reparan) y rejuvenecerlas con reprogramación genética. Su alianza con OpenAI, usando inteligencia artificial para rediseñar proteínas madre, ha multiplicado la eficiencia de producción de ciertas células, uniendo los mundos de la biología y la computación avanzada. Por su parte, Cradle Healthcare, fundada por Laura Deming, apuesta por un viejo sueño con nueva tecnología: suspender la vida sin apagarla. En 2024 logró reanimar tejido cerebral de roedores tras congelarlo, demostrando que tal vez sea posible algún día criopreservar órganos y cuerpos humanos, y devolverlos a la vida cuando la ciencia esté lista para curar lo incurable.

Piense por un momento en un futuro donde cada aspecto de la existencia esté mediado por inteligencia artificial: asistentes algorítmicos que anticipan enfermedades y necesidades; implantes cerebrales conectados a la nube que permiten acceder a información infinita o comunicarse sin hablar; enjambres de nanobots patrullando el cuerpo desde dentro, detectando células defectuosas antes de que envejezcan, reparando tejidos, ajustando desequilibrios químicos en tiempo real. Exoesqueletos ligeros y ergonómicos expanden la fuerza y resistencia humanas, mientras la edición genética da forma a una nueva generación: seres diseñados con los mejores genes y células, hechos para vivir 120, 150 años, o más. Órganos preservados criogénicamente esperan el momento preciso para ser trasplantados, como piezas de repuesto en una maquinaria viva.

Toda esta exuberancia tecnológica nos enfrentaría a preguntas existenciales. Si llegamos a preservar y revivir cuerpos y cerebros humanos, ¿seguirá allí la misma conciencia? ¿Persistirán los recuerdos, el carácter, la historia interior? ¿O nacerá una entidad nueva, habitando una biografía prestada? La biotecnología no solo desafía a la biología: interroga los límites de la identidad y la continuidad del yo. En el corazón de esta promesa late el proyecto transhumanista: la aspiración de trascender nuestras limitaciones biológicas, fundir carne con código, y convertir la existencia humana en una plataforma actualizable. ¿Es legítimo reescribir los significados de la vida y la muerte? ¿Nos corresponde ese poder, o estamos usurpando un orden que aún no comprendemos del todo?

Más allá de estas inquietudes filosóficas, se abren otras, quizá más inminentes: ¿qué implicaría una vida extendida para las economías, los ecosistemas, la convivencia? ¿Cómo se gestionarían los recursos de un planeta con una población que vive mucho más tiempo? ¿Quién tendría derecho a acceder a estas tecnologías? ¿A qué precio? En un mundo donde solo unos pocos pueden pagar el privilegio de vivir más, ¿qué ocurrirá con los que se queden atrás? ¿La longevidad será una conquista humana o una nueva frontera de desigualdad? Cuando la ciencia avanza más rápido que nuestras leyes, nuestra ética y nuestra sociedad, la pregunta ya no es si podemos hacerlo, sino si deberíamos.

Tal vez, en unas décadas, alguien despierte de una cápsula criogénica y lea estos párrafos como la reliquia de una era ingenua. Tal vez nuestros nietos no mueran como nosotros morimos hoy. Es posible que nunca lleguemos tan lejos. O que, en el intento de vencer al tiempo, perdamos algo irrecuperable: la fragilidad que nos vuelve humanos, la fugacidad que da sentido a la vida misma.

Tal vez la humanidad aprenda a manipular el código de la vida. Falta saber si estará lista para asumir lo que eso significa. ~

El autor es fundador de News Sensei, un brief diario con todo lo que necesitas para empezar tu día. Engloba inteligencia geopolítica, trends bursátiles y futurología. ¡Suscríbete gratis aquí!


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