En 2004, Emeryville, un suburbio industrial de San Francisco, California, envió a un equipo de rehabilitación ambiental a derramar casi 57 mil litros de queso cottage en aguas subterráneas bajo una fábrica abandonada. Entre 1951 y 1967, esa fábrica había producido parachoques de automóviles, y los restos de cromo hexavalente que dejó se habían filtrado en el manto acuífero. El cromo hexavalente provoca cáncer en los seres humanos, mientras que el cromo trivalente no lo hace. El queso cottage convierte el primero en el segundo.
La administradora municipal de Emeryville, que ocupa el cargo desde hace varias décadas, me cuenta la historia del queso cottage con mucha satisfacción. Le pregunto cómo es que Emeryville pasó de ser una zona industrial en 1975 al ordenado suburbio comercial que es hoy. Su respuesta fue que limpiar un siglo de residuos tóxicos no es sencillo, y que el proceso de recuperación medioambiental puede ser extraño y confuso. Tan extraño que en ciertos momentos y desde ciertos ángulos, como cuando se tiró queso cottage al piso, puede hacer que la ciencia parezca brujería.
Estoy hablando con la administradora de la ciudad porque me he desviado. Hago trabajo de campo en Emeryville, supuestamente sobre estudios organizacionales con las empresas de biotecnología que llenan la ciudad. La gente se aburre y desconfía cuando les pregunto por su trabajo en la industria, y luego se alegran cuando les pregunto de cuando Emeryville era un basurero, de cómo hace 30 años había un compactador de basura a unas cuadras de donde ahora se encuentra el campus de Pixar, y un viscoso líquido verde aún brota en algunos lotes de la ciudad.
Rara vez se puede descontaminar por completo una tierra contaminada, por lo que hay toda una serie de medidas parciales que navegar al hacer una limpieza. Llegas a una fábrica abandonada hace décadas y no tienes ni idea de lo que hay en el suelo. Haces todo lo posible por averiguar qué hay allí, porque distintas sustancias químicas deben ser tratadas de forma diferente. Sin embargo, muy rara vez hay solo una sustancia química tóxica en el suelo, y es probable que las múltiples que hay estén interactuando entre sí de formas complejas. El plomo o el arsénico se comportan de forma distinta al plomo y el arsénico juntos. Los residuos también pueden filtrarse en el suelo, en sedimentos más duros o, en el peor de los casos, pueden llegar a las aguas subterráneas. A veces se pueden poner tubos para vaporizar los productos químicos. A veces se aspira la tierra, se trata y se devuelve. A veces, se coloca una barrera para evitar que llegue a las aguas subterráneas. La mayoría de las veces, no se puede reducir la toxicidad de forma significativa, así que la tierra se extrae y se envía a una incineradora. Si todo lo demás falla, se busca contener los residuos colocando un tapón de concreto y/o estableciendo restricciones de uso, que impidan que casas, escuelas o residencias de ancianos funcionen a nivel de piso.
Es fácil olvidar que la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) existe apenas desde 1970, y que la ciencia de la rehabilitación tóxica sigue siendo bastante nueva, lo que se complica aún más por la dificultad de determinar quién tiene que hacer la limpieza y quién decide cuándo algo está suficientemente limpio.
Dice su historia de origen que los escritos de Rachel Carson, conservacionista y autora de Silent Spring, llevaron a la crear la EPA como una agencia federal para el control de la contaminación. Luego, las fotos a color de paisajes inhóspitos de basura, como Valley of the Drums y Love Canal, ayudaron a crear la Ley de Respuesta Ambiental Integral, Compensación y Responsabilidad en 1980, más comúnmente conocida como Superfondo.
El programa del Superfondo permitía a la EPA identificar los lugares contaminados, sancionar a los responsables de la contaminación y supervisar su rehabilitación medioambiental. Los lugares contaminados de la lista de prioridades nacionales suelen llamarse simplemente “sitios del Superfondo”. Pero los sitios del Superfondo son apenas los más contaminados de los Estados Unidos, y son los únicos que la EPA supervisa. Los recursos del Superfondo son limitados, y hay muchas más zonas industriales contaminadas en el país, además de las 1,333 que figuran en la lista de prioridades de marzo de 2022. El Programa de antiguas instalaciones industiales (conocido en inglés como Brownfields Program), puesto en marcha por la EPA en 1995, fue una solución a este problema.
A través de dicho programa, la EPA ha repartido pequeños subsidios y préstamos para áreas que no cuentan con normas de limpieza ni supervisión significativa. El programa dio a los gobiernos locales y estatales los recursos necesarios para llegar a acuerdos con desarrolladores que asumieran la responsabilidad de la limpieza a cambio de exenciones fiscales para la construcción de nuevas empresas en esos terrenos. Emeryville se convirtió en un ejemplo de libro de texto y en el mejor escenario de cómo podría desarrollarse este programa. Ahora es la capital de las grandes tiendas del Área de la Bahía. Tiendas como Ikea y Target son la apuesta para sacar los residuos tóxicos, o la mayoría de ellos.
El Programa de antiguas instalaciones industiales confía especialmente en las empresas y los desarrolladores como encargados de la responsabilidad medioambiental. Notablemente, estos son los tipos de actores responsables del problema original. Los críticos del programa, como el Center for Public Integrity, señalan que esto permite a los desarrolladores limpiar sin supervisión federal, sin normas de limpieza y sin verificar siquiera que se haya realizado algún trabajo. El desarrollador dicta las condiciones, y “el resultado es un nivel de confianza nunca visto en otros contextos“. La EPA tiene asuntos más importantes que tratar en el Superfondo, y es mejor sacar una parte del arsénico y el cromo a no sacar nada.
Y es cierto que estos niveles inauditos de confianza dan espacio para triquiñuelas. Hace poco, los residentes de Richmond, ciudad vecina de Emeryville, se despertaron una mañana y encontraron un montón de tierra contaminada con plástico PVC bajo una lona en un terreno vacío, cerca de casas y de una escuela primaria. Un desarrollador de Emeryville mandó la tierra a este lugar, ahora baldío, desde la antigua sede de Pixar. Pixar se fundó originalmente en Richmond y más tarde se trasladó a Emeryville, una ciudad favorable a los desarrolladores. La ironía no pasó desapercibida para Edie Alderette-Sellers, residente de Richmond y vecina de la zona: “Emeryville sacó a Pixar de Richmond y, literalmente, nos dio tierra tóxica a cambio. Así es como se siente. Es una verdadera cachetada”, dijo al East Bay Express. Parece que los periodistas locales tienen los ojos bien abiertos para detectar colores extraños en las obras. En febrero de 2020, un blog local publicó fotos de una obra de construcción de Lennar con una sustancia viscosa verde saliendo del suelo. Hay más historias que me han contado, y también me han dicho que no las repita. Es un cochinero.
Lo peor es que este desastre solamente es visible porque Emeryville ha hecho mucho más que sus vecinos para limpiar sus antiguas zonas industriales. Gran parte del este de la Bahía de San Francisco estuvo cubierta de almacenes industriales como los de Emeryville, y quienes sean lo suficientemente valientes como para navegar por el mapa interactivo de la EPA descubrirán que el resto de esa zona (y muchas otras ciudades estadounidenses) tienen la misma cantidad de residuos tóxicos que tratar. Emeryville es el mejor escenairo, uno en el que se dejan muchos residuos peligrosos en el suelo, y a los “paisajes neoliberales infernales” se les echa pavimento encima.
Con una búsqueda en Google de “Emeryville queso cottage”, encontrarás la historia en unos cuantos escritos elaborados en la última década y media. Varias veces me he preguntado qué la hace tan atractiva. Creo que hay algo más en la historia que su locura. El queso cottage es barato, sencillo, dulce; procede de una bonita granja de vacas, y es eficaz en un 95%. Es esperanzador. Es un pequeño milagro que algo tan feo y desordenado se pueda solucionar con algo tan puro, cuando generalmente, el plomo, el arsénico y el mercurio se cubren con capas de concreto, o se envían a incineradores en Texas, o se esconden bajo lonas en Richmond. Y es que lo más frecuente es que tengamos que vivir con los problemas que creamos.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es candidata a doctora en las Dimensiones Humanas y Sociales de la Ciencia y la Tecnología en el College of Global Futures de la Arizona State University. Es antropóloga cultural y escribe sobre la relación entre la industria tecnológica y el espacio en el área de la bahía de San Francisco.