A principios de este mes, Ip Kwok-him, asesor de primer nivel de Carrie Lam, la jefa de gobierno de Hong Kong, ponderaba medidas que hasta hace poco se habrían considerado impensables. “El gobierno”, declaró, “recurrirá a todos los medios legales” para detener el movimiento de protestas que ya lleva varios meses. “No descartamos restringir el Internet”. En el escenario mundial, Beijing ha defendido los controles internos que ha impuesto al Internet bajo el argumento de que son esenciales para “mantener la estabilidad”, exigiendo a las demás naciones el respeto a su “soberanía en Internet”, eufemismo con el que se refieren a la política del Partido Comunista Chino de mantener la vigilancia y censura de la red, así como el control sobre las firmas locales de tecnología. Sin embargo, Hong Kong –región sobre la cual Beijing tiene soberanía política oficialmente, pero no control directo sobre el Internet– está poniendo a prueba la promesa original de la red mundial de constituir un ciberespacio sin fronteras.
En 1997, cuando la colonia británica de Hong Kong quedó de nuevo bajo la soberanía china, el Internet se hallaba en sus albores. Bajo el acuerdo de “Un país, dos sistemas” negociado entre Beijing y Londres, Hong Kong preservó muchas de sus instituciones como una región administrativa especial: puntos de control aduanales y migratorios de la antigua frontera colonial, tribunales independientes, un sistema monetario separado y libertades civiles. Beijing prometió que las libertades de Hong Kong permanecerían sin cambio alguno durante 50 años y que la forma de gobierno sería una representación democrática elegida, propicia para las libertades de expresión y de reunión que la ciudad conservaría.
En los años que han transcurrido desde entonces, el ciberespacio de Hong Kong, fuera de su “Gran Muralla Cortafuegos” (Great Firewall) de censura y vigilancia que ha construido Beijing, ha crecido en consonancia con esas libertades. En este espacio virtual predominan servicios bloqueados en la China continental: Facebook, Google, YouTube, WhatsApp y otros. Al interior de su territorio, China expulsó a los competidores extranjeros, a los que reemplazó con un conjunto de firmas y aplicaciones tecnológicas propias, que se encuentran bajo su vigilancia y censura, destinadas a controlar su vida digital. El Partido Comunista espera que los sorprendentes avances en la tecnología de consumo lleven a China hacia una mayor prosperidad, al tiempo que se consolida el control gubernamental. Sin embargo, a medida que la economía de este país fue cobrando ímpetu, en el transcurso de este milenio, los vínculos comerciales acercaron a Hong Kong hacia el sistema de “socialismo de mercado con características chinas” bajo la vigilancia gubernamental de Beijing, una variante del capitalismo bajo el control del Partido Comunista.
Conforme los medios impresos y difusoras, que alguna vez fueron muy bulliciosos, han ido quedando bajo la propiedad de firmas con intereses comerciales en China, los canales de noticias moderaron sus cuestionamientos hacia China. De modo que en 2014, al estallar la inconformidad latente por las fallidas promesas de democracia, internet se convirtió en una plataforma irrestricta para el disenso. El resultado fue el movimiento ciudadano denominado Occupy, con sus aldeas de tiendas de campaña extendidas en las vías principales de Hong Kong, cuya organización se logró principalmente mediante Facebook y WhatsApp y que está simbolizado con un paraguas amarillo. Occupy perdió ímpetu a finales de 2014, sin haber logrado el objetivo de una reforma política.
Pero Hong Kong y China no habían visto nada aún. En la primavera pasada, la jefa de gobierno no electa propuso una controversial ley de extradición con la cual los ciudadanos de Hong Kong corrían el riesgo de ser extraditados para su procesamiento en el interior del opaco y despiadado sistema legal chino. Había probabilidades de que la legislatura local de Hong Kong la aprobara, dado que está conformada en su mayoría por miembros no electos partidarios de Beijing. Esta situación generó enérgicas protestas ciudadanas que tuvieron como respuesta una represión policial más dura de lo esperado. En el subsecuente ciclo de medidas cada vez más severas, millones de manifestantes regresaron a las calles, continuaron sus movilizaciones e incrementaron sus demandas, aún después de que el proyecto de ley de extradición fue retirado. Los choques entre la policía, los manifestantes y las multitudes leales a Beijing (que incluyen sectores bajo sospecha de estar vinculados al crimen organizado) han escalado hasta convertirse en los peores disturbios civiles ocurridos en China desde las protestas de 1989 en la Plaza de Tiananmen en Beijing.
Aunque todavía queda el recuerdo de la brutalidad con que se reprimió a los manifestantes de Beijing, el estatus independiente de Hong Kong limita los recursos autoritarios que China podría desplegar para controlar la agitación. (Otra protesta reciente en la ciudad china de Wuhan se extinguió rápidamente gracias a la penetración total de los servicios de seguridad en el internet local y los poderes policiales absolutos.) En cambio, en Hong Kong, en donde la soberanía política de Beijing no incluye el control directo del internet o de la policía local, Beijing se ha resistido a elegir la opción más draconiana: el despliegue del Ejército Popular de Liberación para mantener el orden en las calles de Hong Kong. Aunque sería una medida totalmente legal, resultaría catastrófica para la confianza de los inversionistas globales, la credibilidad del régimen y los activos de élites partidistas y firmas respaldadas por el Estado que confían en las instituciones financieras de Hong Kong.
En vez de eso, Beijing está explorando otras opciones. Mientras las protestas continuaron durante el verano, varios sectores del aparato de seguridad y propaganda de China se asomaron al otro lado de la brecha digital que sigue la antigua frontera colonial. Hong Kong se ha convertido en un laboratorio para los esfuerzos de China de darle forma al ciberespacio más allá de su Gran Muralla Cortafuegos. A unas semanas del resurgimiento del movimiento, los manifestantes habían decidido dejar de usar WhatsApp y Facebook para comunicarse, utilizando en su lugar Telegram para crear una serie de grupos descentralizados para dirigir las movilizaciones de acuerdo con la ubicación geográfica, profesión y otras filiaciones. China respondió con un ataque distribuido de denegación de servicio en Telegram: un método contundente de saturar los servidores de la aplicación con solicitudes falsas. (Telegram ya había sufrido este tipo de incidentes antes, pero en esta ocasión, por primera vez, su director general, Pavel Durov, señaló a China como el culpable.)
Otra plataforma popular para la organización de movilizaciones es LIHKG, similar a Reddit con una ligera diferencia: los participantes deben tener una dirección IP en Hong Kong u otro vínculo local digital, como un correo electrónico con terminación .hk proveniente de una institución educativa para poder integrarse, una salvaguarda que ha disminuido la interferencia externa, aunque no la ha eliminado por completo. Los manifestantes han acusado a China de lanzar una guerra de desinformación en Hong Kong, inundando sus plataformas de organización con información falsa, distorsionada o incendiaria con el propósito de confundir y disipar las protestas.
En los medios oficiales del Estado, después de semanas de pasar por alto o minimizar las movilizaciones, Beijing comenzó a describir a las enormes multitudes como un pequeño grupo de inconformes guiados por la “mano negra” de organismos extranjeros de inteligencia cuyas tácticas cada vez más agresivas son comparables al terrorismo. En el cerrado ambiente de comunicación de la China continental, en donde los ciudadanos chinos comunes ya consideran a los ciudadanos de Hong Kong como niños mimados que no agradecen los cariños de la tierra madre, esta versión ha tenido aceptación. En Hong Kong, los manifestantes que intentan contar su versión de la historia a los ciudadanos continentales que llegan a los cruces fronterizos han utilizado AirDrop de Apple para enviar panfletos digitales en los que se expresan las opiniones de los inconformes. Ante esto, los agentes fronterizos del continente han comenzado una intensa campaña de revisión de los dispositivos de ciudadanos que cruzan la frontera de Hong Kong.
Es cada vez más probable que las huellas digitales de los ciudadanos de Hong Kong se utilicen en su contra: abundan los reportes de medidas de represalia por medios legales y extralegales que han presentado tanto el gobierno continental como el insular, utilizando las evidencias recogidas de las redes sociales y hasta registros de pagos electrónicos. Las personas a las que se les ha encontrado algún vínculo con las protestas, incluso aquellas que son plenamente legales en Hong Kong, enfrentan el riesgo de represalias laborales, como sucedió cuando Cathay Pacific, la aerolínea más importante de Hong Kong, anunció consecuencias para los empleados que recibieran amonestaciones de Beijing.
Dado que el movimiento es masivo, las tácticas de los manifestantes varían desde las escrupulosamente pacifistas hasta las agresivas y destructivas; sin embargo, en la esfera digital, China se ha esforzado en mostrar a los inconformes como violentos, nihilistas y respaldados de manera encubierta por fuerzas extranjeras con oscuros propósitos. Otro grupo objetivo lo constituyen los ciudadanos de Hong Kong de mayor edad con conocimientos digitales limitados: tanto los grupos leales a Beijing como los que favorecen a los manifestantes han difundido coloridos memes con bromas impactantes que son populares entre los mayores, con el propósito de reunir adeptos mediante contenido viral.
Los spin doctors digitales chinos también han llevado su guerra de medios al Internet global dirigiéndose a audiencias muy lejanas de Hong Kong. Publicaciones pagadas y campañas de bots han tenido amplia difusión en las redes sociales como Facebook, Twitter y YouTube, obligando a las compañías a responder borrando cuentas y estableciendo nuevas políticas para la publicidad pagada y canales de información respaldados por el Estado. La lucha por definir los acontecimientos a través del control de los relatos en línea puede servir para anticipar futuros conflictos en un mundo en el que China asume la categoría de superpotencia tecnológica, cuyo alcance va más allá de la Gran Muralla Cortafuegos, para contrarrestar expresiones de oposición más allá de sus fronteras y dirigir los acontecimientos a favor de Beijing. Los gobiernos y las firmas tecnológicas (así como las ligas deportivas) de todo el mundo enfrentarán dificultades para mantener el equilibrio en sus vínculos comerciales con China, situación totalmente opuesta a los ideales originales de la red mundial.
A medida que se intensifica el conflicto en Hong Kong y ambas partes lanzan ataques en una larga temporada de agitaciones, el fantasma permanente de la vigilancia, que es parte de la vida en el continente, se ha abierto paso en Hong Kong. Los manifestantes comparten consejos sobre cómo cubrir sus huellas digitales, y muchos de los que anteriormente utilizaban aplicaciones desarrolladas por los chinos, como la plataforma de funciones múltiples WeChat, las han borrado de sus teléfonos. Los esfuerzos de Beijing para controlar la participación de Hong Kong en el ciberespacio pueden servir como indicio de la forma en que las tensiones políticas y comerciales se presentan en un internet balcanizado en el futuro.
TikTok, aplicación desarrollada en China, ha sido acusada de censurar videos de lo que pasa en Hong Kong para los usuarios de todo el mundo, bajo las órdenes de gobierno de su país. Apple ha recibido críticas por haber eliminado de su tienda una aplicación favorable para los manifestantes y haber borrado el emoticon de la bandera de Taiwán en la versión más reciente en Hong Kong de su sistema operativo iOS. Blizzard Entertainment expulsó del videojuego Hearthstone a un jugador profesional que hizo mención a Hong Kong, y llegó al grado de confiscar sus ganancias antes de dar marcha atrás parcialmente ante una ola de reacciones de protesta. Si tensiones comerciales y tecnológicas continúan sacudiendo la red, el caso de Hong Kong puede constituir una línea divisoria por meses o años por venir.
Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
Nick Frisch es candidato a doctor en Estudios asiáticos por la universidad de Yale, y resident fellow en el Information Society Project de la Yale Law School.