Facebook quizá no está listo para dar un paso al frente y decir: “Mi nombre es Facebook y soy una empresa de medios”. Pero lo que sí ha comenzado a aceptar es que su feed entraña elecciones editoriales y estas elecciones dan forma al modo en el que fluye la información. Tras la controversia sobre las noticias falsas, Facebook ha dado nuevos pasos para penalizar a los proveedores de noticias engañosas. También permitirá que los usuarios señalen mentiras del mismo modo en el que pueden señalizar pornografía o discursos de odio. Google también ha intentado promover el fact cheking mediante etiquetas. Sony solicitó una patente para un sistema de verificación de clasificaciones para noticias. Sin duda habrá otros intentos para hacerle frente a lo que el presidente Obama llamó “una polvareda de tontería” levantada por las mentiras compartidas masivamente.
No obstante la efectividad de estas invenciones, no van a detener nuestro deslizamiento hacia un discurso post verdad. Y entre más efectivas sean las medidas, más provocarán que el futuro presidente Trump, y el Congreso sumiso, acusen a Facebook de estar sesgado y traten de hacerlo pagar. En lugar de simplemente perseguir soluciones tecnológicas, entonces, necesitamos pensar en inversiones mucho más fundamentales para mejorar los flujos de información.
Las noticias falsas son tan viejas como el reporteo. William Randolph Hearst utilizó historias falsas para incitar al presidente McKinley a entrar en guerra con los españoles a propósito de Cuba. En un mundo aplanado, cualquier puede superar el alcance y la velocidad de Hearst. Un twit falso puede convertirse narrativa de campaña si confirma un sesgo. No hay manera de detener esto, en realidad. Observemos, no obstante, las dinámicas que promueve las noticias falsas y demás variantes de la falsedad popular. Una de estas, claro, es la cámara de resonancia, o la burbuja. Las personas se acodan dentro de redes sociales de mentalidades semejantes y reciben crédito social al amplificar su congruencia. Los postulados osados (aún cuando no sean ciertos) ponen en juego la identidad y son compartidos dentro de esta cámara sellada.
Una segunda dinámica, una que recibe mucho menos atención, es la pérdida de autoridad que experimentan las instituciones periodísticas tradicionales. Mientras que los grandes periódicos nacionales y los sitios de nativos digitales realizan un buen trabajo, los periódicos locales han sido eviscerados. El periodismo de la base hacia arriba –el que hace que los periodistas nacionales pongan atención a cuestiones locales– no está funcionando. Los periódicos locales han sido diezmados durante la era Obama, la caída de la publicidad los golpeó, los usuarios migraron a otras plataformas, y surgieron nuevos intermediarios. Para 2010, los think tanks, fundaciones, y agencias federales como la Comisión Federal de Comunicación (FCC) y la Comisión Federal de Comercio observaron la devastación y concluyeron que sin una inversión masiva en reportajes de investigación, en especial a nivel local y estatal, la democracia se vería afectada.
Sin el periodismo que va de la base hacia arriba, los medios nacionales fácilmente pueden caer en un distanciamiento elitista –como cuando no lograron ver lo que pasaba “allá afuera” en el país durante la campaña de 2016. Las organizaciones de noticias a nivel nacional desde hace mucho tiempo han dependido de sus afiliados locales y de otros organismos periodísticos locales para percibir cómo va la cosa en Des Moines, Iowa. El periodista Alec MacGillis apuntó que “los medios están todos en Washington D.C. y en Nueva York gracias al deterioro de los periódicos locales. Y la brecha entre el modo en el que van las cosas en aquellas ciudades y el resto del país se amplió mucho más en años recientes”.
Cuando una comunidad pierde una fuente periodística local importante, pierde más que solo información. En especial en las comunidades pequeñas, el periódico local y algunas veces la estación de radio local servían de apoyo para la vida civil común. Quizá, esta elección reciente se trató de la desesperanza y el abandono de las pequeñas ciudades, el fracaso de las instituciones mediadoras (incluidos los partidos políticos y los sindicatos) y de las voces locales acalladas por un mundo cada vez más cosmopolita. Facebook y otras plataformas digitales no fueron diseñadas para promover la conexión cívica, sino para crear comunidades de intereses con frecuencia sin restricciones geográficas. Nathan Heller escribió en el New Yorker que a medida que nuestro espacio informativo se vuelve “personal y a la medida, hemos perdido contacto con el terreno en común, y con el lenguaje común que hacía posible las trabajo público significativo”.
El terreno en común requiere inversión, incluso subsidios. Durante mucho tiempo, los reguladores de la información en Estados Unidos –en especial el FCC– apoyaron a los medios locales mediante una política conocida como localismo. Cuando otorgaron las licencias para las estaciones de transmisión de radio en los treinta y para televisión en los cincuenta, el enfoque más eficiente habría sido instalar transmisoras enormemente poderosas para cubrir áreas muy vastas de terreno. En cambio, otorgaron licencias a estaciones menos poderosas en cada comunidad. Por eso existen hoy en día 1,700 estaciones de televisión local, y más de 15,000 estaciones de radio. La idea fue codificar los ideales de Jefferson de control local en las asignaciones de transmisión. Otras políticas de localismo impusieron controles a la propiedad e incentivaron el contenido local para aclar a las estaciones en sus comunidades. El localismo de estas transmisiones trazó una línea recta entre el periodismo local, las voces locales y el autogobierno. Muchas de estas políticas políticas se fueron por la borda con la desregulación, pero la asignación de frecuencias permaneció, y el localismo persiste en las industria de la comunicación como un modo de promover la conexión local sin prescribir los contenidos locales.
En el mundo de internet, donde los medios locales se rezagan, no existe un subsidio estructural para las noticias locales ni para las voces locales. Y no hay un regulador oficial que pueda echarle una mano al localismo. Pero hay un regulador de facto. Quiera admitir que es una empresa de medios o no, no hay duda que Facebook regula la información. Sus algoritmos y sus prácticas de negocios determinan quién puede hacerse con parte de la atención, quién sale de la plataforma, cómo se empaqueta la información y quien tiene una ubicación preferencial. Como regulador de información, en libertad para redactar sus propias reglas, Facebook debería considerar una política de localismo. Sin sesgo y con mínimo esfuerzo editorial, podría promover noticias locales en los feeds para llevar más tráfico a los medios locales que flaquean. (Presumiblemente, sólo aquellos que sobrevivan el nuevo filtro de verdad de la plataforma.)También podría ayudar a que el periodismo local se comparta más. Google ha dado pasitos tímidos en esa dirección al poner un tag de “fuentes periodísticas locales” en los resultados de sus búsquedas. Alrededor del mundo, Facebook opera Free Basics, una suite de contenido móvil. Mientras que los críticos aseguran que esa suit atrapa a los usuarios dentro un jardín ideado por Facebook, la compañía presume que el contenido está curado en especial para proveer valores cívicos. La curaduría no es necesaria en Estados Unidos, pero no hay razón por la cual la plataforma no podría promover el valor cívico mediante el contenido que privilegia.
Mucho más osado sería que Facebook saliera y subsidiara a los medios locales de varios tipos. Esto podría ser a través de una tajada mayor de las ventas por publicidad para los proveedores de contenido o un fondo, ya sea como esfuerzo filantrópico o como una inversión a largo plazo en el ecosistema de información que Facebook crea que sus usuarios quieren. (Mark Zuckerberg: “Sabemos que la gente quiere información precisa”.) Facebook ha comenzado a pagarle a sus socios periodísticos para crear videos de Facebook Live. Ninguno de los contratos principales son con medios locales, por la obvia razón de que las audiencias serían limitadas. Así mismo, en los grandes acuerdos de contenido distribuido, como Instant Articles de Facebook, o Discover de Snapchat, todos los involucrados operan a nivel nacional. Este es el tipo de falla en el mercado que el localismo corregiría.
Más allá de Facebook, las fundaciones, las entidades comerciales preocupadas por la pérdida de un terreno común de información, y las universidades pueden formar parte de esta inversión en periodismo local y medios locales como un espacio cívico compartido. Uno de los beneficios del localismo como estrategia para mejorar la información es que combina los impulsos progresistas y conservadores. Es progresista en su compromiso con la verdad y con el llamado a cuentas del gobierno (por no mencionar las modas de consumo local). Es conservador en tanto la ideología mutó en la elección más reciente, es anti-global, incluso anti-nacional. Y es conservador en el sentido más antiguo del Principio del subsidio católico: deferencia a la autoridad más cercana a la gente.
Las investigaciones revelan que la participación cívica cae y la corrupción incrementa cuando los medios locales se secan. Uno de las obras de periodismo de responsabilidad gubernamental más poderosas de los últimos años fue la búsqueda incesante del New Jersey Record de la nota del Bridgegate. Este año, ese periódico fue comprado por Gannett y perdió una gran parte de sus reporteros en despidos para ahorrar dinero. Facebook debería invertir para asegurarse que este y otros periódicos sean capaces de hallar el siguiente Bridgegate y luego promover esas historias cuando suceda.
es profesora en la Rutgers Law School y co directora del Rutgers Institute for Information Policy and Law