Foto: Don Ornitz/ZUMA Press Wire

Raquel Welch

Aunque su imagen la convirtió en un icono, Raquel Welch no se dejó encasillar por la industria del cine. Más que por su belleza, habría que recordarla por su indudable talento.
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La escena no podría ser más que chocante desde la perspectiva actual. Estamos en el desierto del norte de México y un tren lleno de soldados se dirige rumbo a una toma de agua. Debajo de ella, Raquel Welch se da un baño de regadera vestida con tan solo unas botas y una camisa húmeda y pegada, junto a un burro de aspecto inocuo, cargado de leña. En el tren, un oficial borracho del ejército mexicano le da un trago a una botella y se percata de lo que está ocurriendo debajo de la torre. “¡Eh, muchachos –grita sorprendido–, una muchacha!” Gritos, algarabía. El tren se detiene de inmediato y la soldadesca abandona sus puestos detrás de los sacos de arena. “¡Ah, qué pasa!, ¿no han visto a una mujer?”, les grita Raquel Welch en español, con un fuerte acento norteamericano. El oficial se acerca a ella, borracho y babeante, pero Welch le dispara a quemarropa con un fusil Winchester. Porque se trata de una emboscada. Dentro de la toma de agua, Jim Brown observa la escena también armado. Y a los costados del tren, escondidos en agujeros bajo una superficie de paja, hay un grupo de rebeldes mexicanos comandados por Burt Reynolds. Esta es la contribución de Raquel Welch a la Revolución mexicana. Estoy hablando de 100 rifles, un western norteamericano estrenado en 1969.

Es una escena chocante por el papel que tiene Welch, un mero señuelo para lujuriosos soldados mexicanos, pero también porque, ¿quién se da un baño con una camisa puesta? Se dice que el director Tom Gries le pidió a Raquel Welch que se desnudara para aquella escena y que ella se rehusó, como tuvo que hacerlo muchas otras veces a lo largo de su carrera.

Lo mismo ocurrió con otro western, esta vez británico, Hannie Caulder (1971), en donde Welch aparece en una tina desnuda de la espalda, y cuando decide levantarse nos percatamos de que viste unos pantalones. ¿Quién se baña con pantalones? Es una escena fuera de contexto, con el único propósito de atraer al público masculino, cuando la historia de Hannie Caulder es la historia de empoderamiento de una mujer que recorre el Viejo Oeste en busca de los bandidos que asesinaron a su esposo.

Con frecuencia me preguntó qué es un sex symbol, aparte de un clisé periodístico. ¿Ser el objeto de las fantasías de millones de personas en el mundo? Es algo que muy pocos podrían sobrellevar. El término lo utilizó por primera vez Walter Winchell para referirse a Mae West. En mi opinión, Welch aceptó ese papel de manera ambivalente a partir de One million years B.C. (1966), en donde, con apenas tres líneas de diálogo, y vestida con un bikini de gamuza, interpreta a Loana, una mujer prehistórica con grandes habilidades físicas. Su figura, de cabellera rubia (que no era su color natural), se convirtió en un ícono, una especie de imagen pin up. De inmediato, la prensa la apodó el Cuerpo, algo que no podría ser más ofensivo hoy en día. En varias entrevistas Welch habló de tener sentimientos encontrados con respecto a este apodo. Por un lado, le resultaba halagador, pero también estaba consciente de no ser reconocida por su talento como actriz.

Pese a todo, no se dejó encasillar por la industria del cine, como ocurre a menudo, y en 1973 ganó un Globo de Oro con el papel de Constance en The three musketeers de Richard Lester, y repetiría el papel en The four musketeers en 1974. Ambos filmes fueron todo un referente para mí, y más tarde, cuando leí la novela de Dumas, no podía dejar de imaginarme a Welch como Constante y a Michael York como D’Artagnan. Aunque ya en 1970 interpretó a Myra Breckinridge (al lado de Mae West, por cierto), en la película homónima: un personaje transexual que desafía los estereotipos de genero e intenta generar una revolución en su entorno. Se trata de una sátira sexual, basada en una novela de Gore Vidal, que fue muy criticada por su contenido explícito y por abordar temas como el feminismo, la transexualidad y la homosexualidad en una época en la que era impensable. “¡El libro que no pudo ser escrito… es ahora la película que no pudo ser realizada!”, rezaba la publicidad.

Raquel Welch tenía un indudable talento para la comedia. Más que por su belleza, habría que recordarla por su voz, su carisma y su presencia durante las diferentes etapas de su vida. Tuvo su propio programa de televisión. Apareció como invitada en varios otros programas. De manera especial, la recuerdo en aquel capítulo de Seinfeld llamado “The summer of George” (08/22). Una demanda ganada a Metro-Goldwyn-Mayer en 1982 la mantuvo casi fuera del cine durante las décadas de 1980 y 1990. Algunas de sus últimas apariciones fueron en Legally blonde y Tortilla soup, ambas del 2001. Me dio mucha pena verla en How to Be a Latin lover (2017), actuando junto a un cómico tan mediocre como Eugenio Derbez, aunque esto no demerita en nada su carrera.

Su nombre de soltera fue Raquel Tejada, pues su padre era de origen boliviano. El Welch lo adoptó de su primer esposo, con quien tuvo dos hijos antes de aquella aparición en One million years B.C. A principios de su carrera, le pidieron que se cambiara el nombre de Raquel porque era muy “étnico”, difícil de pronunciar, pero ella se negó. Décadas después, también se le criticó por interpretar papeles de hispana, a lo que ella respondió que no le podían negar las raíces por el hecho de no hablar español. Podría extenderme mucho más hablando de ella. Falleció a los 82 años, después de “una breve enfermedad”, como dijeron en el comunicado.

Descanse en paz Jo Raquel Tejada.

Raquel Welch. ~

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Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).


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