Un tipo cualquiera camina por la noche, en dirección a su casa. Es quincena y acaba de cobrar su salario. Una patrulla lo sigue de cerca, se empareja con él, dos policías salen de su interior: “¿A dónde va, amigo?”. “A mi casa”, contesta el ciudadano. “Usted parece muy sospechoso”, le dice uno de los agentes, “de seguro trae droga”. “No, cómo cree, oficial”, dice asustado el pobre tipo. Uno de los policías se acerca a él, lo empuja hacia la pared, empieza a revisarlo, saca la cartera de la bolsa trasera del pantalón y se da cuenta que está llena de billetes. “¡Ajá!”, anuncia triunfante la autoridad, “¡no trae droga, pero trae dinero pa’ comprar droga!”.
Este cuento de horror policial lo solía contar mi padre como chiste, para señalar la absoluta indefensión en la que se podía encontrar cualquier persona común y corriente que se topara con un extorsionador con placa. Me fue inevitable recordar ese cruel chiste paterno al ver la escena inicial de Rebel Ridge (E.U., 2024), cuarto largometraje de Jeremy Saulnier, especialista en intensos thrillers violentos y asfixiantes, que se puede ver en Netflix.
Terry Richmond (Aaron Pierre) está pedaleando por una carretera vecina, rumbo a Shelby Springs, un pequeño pueblo de Luisiana. Como viene escuchando en sus audífonos a Iron Maiden, no se percata que una patrulla va detrás de él y menos se da cuenta cuando el auto sube la velocidad para golpearlo y dejarlo tendido en el pavimento. Dos policías se bajan del auto, le apuntan con sus armas y le preguntan por qué no se detuvo, si se da cuenta que violó la ley de tránsito metros atrás, hacia dónde se dirige y qué lleva en su voluminosa mochila. Terry se levanta del piso con los brazos raspados y procede a responder tranquilamente a todas las preguntas. Terry es afroamericano, los policías son blancos y Richmond sabe muy bien que se encuentra en el sur profundo gringo y que por menos que eso –pero, ¿qué es eso?, ¿qué hizo?– cualquier negro es baleado en “la tierra de los libres”.
Terry sabe que no hizo nada malo, que no tiene antecedentes penales y que es un ciudadano tranquilo, respetuoso de la ley, pero también sabe que los oficiales tienen todo a su favor. Así que para evitar más pérdida de tiempo y más problemas, acepta que le revisen la mochila, porque, en una de esas, trae droga. Y no: Richmond no trae droga, pero sí 36 mil dólares en efectivo. Como dijera mi papá: “¡trae dinero pa’ comprar droga!”.
Aunque parezca mentira, esto es lo que sucede y la arbitraria decisión que toman los policías es completamente legal en Luisiana: basta la sospecha de la autoridad de que cierta cantidad de dinero pueda ser usada en algún delito, para que esta sea retenida. El término es “decomiso civil” y el ciudadano tiene el derecho de solicitar que el dinero se le regrese, pero el pleito legal suele ser laberíntico, tardado y muy costoso. Si se llega a ganar, puede salir más caro el caldo que las albóndigas. Más vale dar el dinero por perdido, diría cualquiera, pero no Terry Richmond: esa lana representa todos sus ahorros, una parte está destinada para pagar la fianza de un primo que se encuentra en prisión por un delito menor de posesión de drogas, mientras que la otra está apalabrada para comprar una camioneta. Esos 36 mil dólares son de Terry, no de la policía y él va a hacer todo lo posible por recuperarlos, no solo porque es su dinero, sino porque es lo correcto.
Saulnier es un experto en crear momentos de tensión desesperante que, tarde o temprano, se liberarán en súbitos estallidos de violencia, como podrá constatar quien haya visto sus dos obras mayores anteriores, Cenizas del pasado (2013) y Habitación verde (2015). Solo que esta vez la tensión es mayor porque el protagonista actúa con una tranquilidad pasmosa: el Terry de Aaron Pierre nunca levanta la voz, no hace gestos brucos, conserva siempre la calma y apenas si esboza alguna sonrisa irónica. Por supuesto, cuando haga falta –y hará falta: estamos ante un thriller de acción, no lo olvide– podrá saltar, dar golpes, levantar en vilo a sus rivales y hasta romper brazos, pero el tipo hará todo esto como último recurso, pues a su debido tiempo sabemos que Richmond es un antiguo marine altamente calificado para desescalar cualquier amenaza usando armas no letales. Pero, ¿cuáles armas?: las que tenga a la mano, incluyendo su propio cuerpo.
Si las escenas de acción están expertamente montadas, tal como uno podría esperar en cualquier filme dirigido por Saulnier, es el intrincado planteamiento argumental del guion escrito por el propio cineasta el que llama ahora la atención. La tensión del relato es palpable desde la secuencia inicial ya descrita por una razón muy simple: ser un negro y estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado –o sea, en cualquier calle de Estados Unidos– es estar a merced de las fuerzas policiales que, por lo demás, tienen todo a su favor, empezando por el derecho a la violencia legítima. En este sentido, el guion de Saulnier funciona como una versión contemporánea, menos melodramática y desprovista de cualquier tipo de histeria, de Rambo (Kotcheff, 1982), el clásico ochentero de clara raigambre reaganiana que partía de la misma premisa –un sheriff corrupto se mete con el veterano equivocado– pero desde una perspectiva ideológica, política y hasta moral muy diferente.
De hecho, Rebel Ridge puede verse en una función doble con el premiado cortometraje The incident (2023), de Bill Morrison, que nos muestra, en escasos 30 minutos y usando exclusivamente imágenes salidas de cámaras de seguridad y de patrullas policiales, un trágico incidente muy común en el que fue asesinado, en 2018, un afroamericano a plena luz del día y en una calle de Chicago solo por parecer sospechoso y llevar un arma que tenía el derecho legal de portar, con todo y permiso incluido, que no lo dejaron mostrar porque fue abatido por cinco disparos “en legítima defensa”.
O, para seguir documentando la indignación, también se puede revisar al lado de El poder policial en EE. UU. (2024), sobrio ensayo documental de Yance Ford disponible también en Netflix, que analiza los orígenes históricos de la policía en Estados Unidos, nacida en el sur gringo a partir de la creación de las patrullas cazadoras de esclavos y fundada en el norte –en Boston, de hecho– como una fuerza represiva pagada y organizada por los grandes barones del dinero con el fin de reprimir al emergente movimiento obrero y, de pasada, amenazar a los inmigrantes que, como los negros, siempre son sospechosos de algo. Por ejemplo, de llevar droga. O de traer dinero pa’ comprar droga. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.