Imagen: Wikimedia Commons

Estaba en onda, pero luego cambiaron la onda: ¿qué pasó con Los Simpson?

Por años fueron una especie de educación sentimental desde la comedia, pero la actualidad de la serie de televisión parece estar anclada en esas glorias pretéritas.
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La mayor astucia de los Beatles fue separarse. Si no me creen, pregúntenle a los Rolling Stones. Mientras Jagger y compañía pasaron por décadas penosas, llenas de discos prescindibles que comprometían su leyenda, el mito alrededor de la discografía cerrada y perfecta de los Beatles solo parecía crecer.

Como el zorro en la fábula de Monterroso, los Beatles no nos dieron la oportunidad de verlos fracasar. En cambio, los Rolling no solo cometieron errores sino que descendieron a puntos ridículos antes de asumir que su edad añadía heroico dramatismo a sus presentaciones. Podría pensarse que Los Simpson cantan “Satisfaction” en esta historia; sin embargo, el problema es que son tanto los Rolling como los Beatles.

Los méritos y las hazañas de la serie creada por Matt Groening han sido más que comentadas. Sus primeras temporadas educaron a una generación entera en política, literatura, incluso en álgebra y cálculo, como lo demostró esa hilarante joya de la divulgación científica que es Los Simpson y las matemáticas de Simon Singh. Y, lo más importante, nos enseñaron qué significan los adjetivos “agudo” y “corrosivo” cuando se habla de comedia. Si la risa de verdad distingue a los humanos de otras especies, Los Simpson nos inculcaron una versión insuperable de ese don civilizatorio.

Por otro lado, no es menor el logro de haber transmitido escenas citables para cualquier circunstancia de la vida política o del chacoteo privado. Su legado es tan omnipresente que aquellos pocos que no están familiarizados con Los Simpson con frecuencia asisten a reuniones donde no entendieron un solo chiste.

Por desgracia, todos estos atributos ocurren en pasado; su legado está intacto gracias las repeticiones constantes, pero su vigencia es nula. Los dislates de Homero ya no provocan escándalo; ahora causan una reacción aún más indeseable: pereza.

Para colmo, quienes aprendieron a reír con ellos han asistido al penoso descubrimiento de que la celebrada incorrección política del show pisa los terrenos del racismo. El caso fue más que comentado: el documental The Problem with Apu, del comediante Hari Kodabolum, puso de relieve cómo uno de los personajes más representativos de la serie fomentaba de forma indirecta el racismo hacia los sudasiáticos-americanos.

A la distancia, los noventa se revela como una década de racismo, sexismo y homofobia veladas pero constantes, como descubrimos ante la desconcertante blanquitud de Friends. Sin embargo, la desilusión con Los Simpson es más profunda: la respuesta del show ante las críticas por racismo fue un diálogo en el que Lisa lamenta, mutatis mutandi, cómo el público cambia sus juicios sobre lo que es solo gracioso y lo que es simplemente ofensivo para luego voltear hacia una fotografía de Apu. ¿Su mensaje?: “Ustedes cambiaron, nosotros no”.

El crítico de televisión Todd VanDerWerff nombró hace poco una inquietante casualidad: que los personajes de Los Simpson no envejezcan dentro de la temporalidad del show subraya que el concepto mismo de la serie, sus denuncias y sus inquietudes, no han mutado en treinta años. Es cierto: nosotros cambiamos; por desgracia, Los Simpson no.

Es una regla de los relevos generacionales: los progresistas de hoy serán los reaccionarios de mañana. Todo aquel que tenga padres comunistas que ahora coquetean con la derecha, lo sabe.

Sería inexacto asumir que ese es el caso de Los Simpson, pero el afán de no traicionar sus ideales ha provocado que estos permanezcan estáticos, en un eterno loop de los noventa. De nada sirve que critiquen a Trump si en el fondo se comportan como si el presidente siguiera siendo Bill Clinton.

La negativa a actualizarse podría resumirse (sí, cumpliré con el cliché de hablar de Los Simpson con un chiste de su autoría) en uno de los parlamentos más famosos del abuelo Abe, cuando lanza a Homero una versión del tempus fugit que hubiera escandalizado a Virgilio por certera: “Yo sí estaba en onda, pero luego cambiaron la onda. Ahora la onda que traigo no es onda y la onda de onda me parece muy mala onda… ¡y te va a pasar a ti!” 

La mayor astucia de los Beatles fue separarse, pero la gran hazaña de los Rolling Stones fue sobrevivir a su leyenda. Los Simpson afirman que rockearán por siempre frente al espejo cuando deberían respirar de un tanque de oxígeno tras bambalinas entre canción y canción.

A estas alturas de la encrucijada “Hey Jude”/“Satisfaction”, cancelar el show sería admitir que no supieron adaptarse al siglo XXI, pero queda claro que la vigencia es algo más que seguir transmitiendo su show a la misma hora por el mismo canal por treinta años. A la postre, el mayor mérito de Los Simpson debería radicar en haber asumido su vejez como una forma homérica de la tenacidad, no de la terquedad penosa. Si no me creen, pregúntenle a los Rolling Stones.

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(Ciudad de México, 1988) es autor del poemario Código Konami y la novela Los suburbios.


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