El mejor cine norteamericano provino de la década de los setenta, y Sidney Lumet, que falleció el sábado pasado a los 86 años de edad, fue uno de sus principales exponentes. Aunque menos consistente que Martin Scorsese, de cine menos llamativo y escandaloso que el de Brian DePalma y, por supuesto, sin el músculo taquillero de Friedkin o hasta Spielberg, la obra de Lumet contiene algunas de las mejores cintas no sólo de aquella década dorada sino de cualquier otra. Basta recordar tres de ellas: Serpico, Dog day afternoon y, sobre todo, Network.
Recientemente, la New York Magazine escogió a Dog day afternoon como la quintaescencia del cine neoyorquino. La historia sigue a Sonny (Al Pacino) y Sal (John Cazale), dos delincuentes inexpertos que deciden asaltar un banco y después observan, con incredulidad, como su robo fallido se convierte en un circo mediático. No obstante, al igual que Network, Dog day afternoon funciona como una especie de presagio de la cultura de la fama instantánea que prevalece hoy en día. A pesar de sus referencias a noticias de esos años (Attica! Attica!), la cinta de Lumet es mucho más que un vistazo punzante a una de las décadas más tumultuosas de la ciudad de Nueva York: es una cinta claustrofóbica (toda la trama ocurre dentro de un banco), valiente (trata la homosexualidad y el cambio de sexo dos décadas antes que Philadelphia), trágica (basta ver el final) y extrañamente simpática (Chris Sarandon como el novio de Pacino es una joya). La prueba fehaciente de las agallas que tenía el cine norteamericano en aquella época.
Dog day afternoones, probablemente, la cinta más conocida de Lumet. Pero no es la mejor. Ese honor se lo lleva Network. Hermanas en tono y pluralidad temática, ambas cintas –estrenadas en 1975 y 1976 respectivamente- ponen bajo la lupa la responsabilidad de los medios y la capacidad que tienen para trastornar la naturaleza de los individuos delante y detrás de cámaras. Network narra la transformación de un canal de noticias que decide romper esquemas y, con el afán de ganar televidentes, convierte su programación en un maratón de reality shows amarillistas. La cinta bien podría estar hablando de la lamentable transformación de una decena de canales alrededor del mundo, empezando por MTV. No obstante, Network ancla su crítica en personajes de carne y hueso: Howard Beale (Peter Finch) el viejo anchorman convertido en lamentable espectáculo, Diana Christensen (Faye Dunaway) la figura emblemática de una nueva generación desprovista de valores y Max Schumacher (un tremendo William Holden) el veterano productor que se enamora de Diana. Aunque la crítica generalmente recuerda las escenas en las que aparece el personaje de Finch, lo cierto es que las secuencias verdaderamente memorables ocurren entre Dunaway y Holden. Y no hay escena mejor escrita e interpretada que esta, en la que su incipiente relación se acaba:
Es en esta secuencia en la que queda de manifiesto otra de las grandes cualidades del cine de Lumet: su generosidad y su modestia como creador. Noten como deja brillar el texto de su guionista –el inigualable Paddy Chayefsky-, como no impone un estilo, como no hay juegos de cámara. Lumet confía en el poder de Holden, Dunaway y el texto para cargar la secuencia. La mayor prueba de esta generosidad –y del respeto que Lumet sentía por todos los oficios involucrados en el séptimo arte- está en su libro, Making movies, una biblia para todo aquel que quiera aprender cómo hacer cine y cómo disfrutarlo. Lumet dedica cada uno de los capítulos a hablar de la importancia de la edición, la música, la fotografía y, por supuesto, los actores, a los que nadie entendió, ni dirigió como él. Pacino jamás volvió a estar a la altura de su interpretación en Dog day afternoon y Dunaway está aún mejor en Network que en Chinatown de Polanski. Del oficio del histrión, Lumet dice:
Amo a los actores. Los amo porque son valientes. Un músico comunica sentimientos a través del instrumento que toca, un bailarín a través del movimiento de su cuerpo. El talento de un actor depende de su capacidad para comunicar pensamientos y sentimientos a la audiencia. Dicho de otra forma: el actor es, en sí, su propio instrumento: sus sentimientos, su fisionomía, su sexualidad, sus lágrimas, su risa, su molestia, su ternura, su agresividad. Eso es lo que vemos en pantalla. No es fácil transmitirlo. Es más: muchas veces es doloroso hacerlo.
Aunque con el tiempo su obra perdió relevancia (su última cinta, Before the devil knows you´re dead, es cruel y absurda), Lumet jamás dejó de trabajar. Se mantuvo, hasta el final, como un amante del séptimo arte. Y será recordado, siempre, como uno de los más grandes directores.