Un vistazo a la selección del Riviera Maya Film Festival deja ver rápidamente una oferta atractiva y equilibrada: están los grandes nombres internacionales (Wenders, Herzog, Kim Ki-Duk) que han estado rotando en el circuito de festivales, con el añadido de algunos títulos poco conocidos. Riviera presenta, también, una mixtura interesante entre cine documental y de ficción, nacional y extranjero.
La inauguración estuvo marcada por la llegada de Ethan Hawke, invitado especial; y el cine comenzó con la proyección de Los bien amados [Les bien-aimés], de Christophe Honoré (de quien es indispensable conocer Las canciones de amor, cinta con la que comparte elenco de forma parcial: Louis Garrel y Ludivine Sagnier) en el teatro al aire libre del Parque Xcaret: un sitio de impresionante belleza natural, pero con una infraestructura quizá poco adecuada para la proyección de un filme que se alarga hacia el final. Honoré revisa temas ya presentes en parte de su filmografía (la poligamia, principalmente; la capacidad de enamorarse de una o de dos o de tres personas) y lo hace a través de una estructura que sobre el papel se antoja interesante: la cinta avanza cronológicamente a través de fechas clave (1968 y 2011, sin ir más lejos, son años centrales en el desarrollo de la cinta), marcando coincidencias y metáforas entre la vida de los protagonistas y los hechos históricos de los años señalados. A la hora de ejecutar la idea, Honoré se extravía un poco y termina evidenciando el artificio de su guión; con todo, es una cinta disfrutable (los números musicales del director suelen ser atinados) y el elenco es garantía de placer cinéfilo: Chiara Mastroianni actúa hombro con hombro con su madre, Catherine Deneuve; Ludivine Sagnier está interpretando al personaje de Deneuve con varios años menos; el gran Miloš Forman, divertidísimo, es el padre de Chiara; Louis Garrel, acaso el parisiense definitivo, es uno de los intereses amorosos de la protagonista.
Garrel está también presente en el despropósito del segundo día de proyecciones: Aquel verano [Un eté brûlant], de Philippe Garrel. Aunque con un arranque prometedor –una secuencia de Garrel conduciendo a través de la noche– y un momento altísimo –Mónica Bellucci bailando seductoramente en una escena cuidadosamente coreografiada, filmada en una sola toma–, justo después de este punto, en el que todo parece ir particularmente bien, el filme se torna poco menos que desastroso: el desarrollo exhibe las particulares carencias del guión, que divaga por espacio de media hora en redundancias. Hacia el final, el asunto se torna larguísimo y tedioso. Bellucci interpreta a una mala actriz que se encuentra en pleno rodaje, Garrel cae en un azote típico del romanticismo francés que resulta penosísimo y, una hora después de ver a Mónica Bellucci llenando la pantalla de sensualidad, todos los personajes se encuentran completamente desdibujados.
11 flores [Wo 11], de Wang Xiaoshuai, es una de las dos grandes cintas que se han proyectado: una historia de crecimiento y madurez casi de manual (la referencia obligadísima es Cuenta conmigo, aunque tan sólo como punto de partida) que, ambientada en la China de la Revolución Cultural, sigue a un grupo de cuatro niños pequeños a través del proceso que termina dejando atrás de forma inevitable la infancia. Hay una historia de un asesino en el bosque, arquetipo bien explotado aquí, y una camisa largamente deseada que sufre una serie de eventos inesperados. De estética lograda –con locaciones impresionantes–, simbología profundísima pero que jamás cae en la solemnidad, ritmo constante –la narración no decae en ningún momento y los personajes, especialmente los niños, se encuentran firmemente construidos– y de altísimo nivel actoral de los implicados –los cuatro infantes proyectan una empatía y buen humor poco comunes–, 11 flores se convirtió en una grata sorpresa y en recomendación obligada. Habría sido el filme más interesante del segundo día de no ser por otra cinta de temática similar, acaso la mejor de las funciones: Los gigantes [Les gèants].
La producción belga-francesa, de locaciones envidiables, narra otra historia de crecimiento e infancia, aunque en un contexto menos específico: no hay años o fechas definidas, tan sólo tres niños (dos hermanos y un amigo) que, víctimas del abandono, el maltrato o el rechazo, comienzan a vivir y a divertirse por su cuenta como cualquier preadolescente. Los tres son banales, irresponsables e irreflexivos. Hay en su errático proceder una joie de vivre envidiable: son chicos ingenuos pero de una vitalidad palpable. Bouli Lanners, el director, logró una cinta donde no hay un solo cuadro desperdiciado, ni minuto que sobre (se agradece la brevedad: una hora y veinticinco minutos); por el contrario, las ganas de vivir de los protagonistas se dejan ver en cada momento. Al final del día, al terminar las funciones, la única discusión posible era la elección de la mejor cinta. Escoger entre Los gigantes y Once flores no es cuestión sencilla.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.