(Contiene spoilers.)
Existe una verdad opacada por el vertiginoso desarrollo de la temporada más reciente de Breaking Bad: su a veces alarmante inconsistencia. Varias veces la serie ha mostrado irregularidad; sus personajes actúan de forma, por lo menos, sospechosa: Saul Goodman, el mañosérrimo abogado de Walter y Jesse, reacciona intimidado nomás porque sí ante Walter; Hank, el siempre racional detective, alcanza una revelación cuasi divina a la hora de averiguar la identidad de Heisenberg. Quizá la serie peque de guionistas un poquito flojos, dispuestos a sacrificar algunos aspectos de sus personajes con tal de acomodar la historia donde ellos quieren que caiga sin dar tantos rodeos. En medio de esto, empero, se levanta un pilar de definición y consistencia: Mike Ehrmantraut, detective privado, cleaner, hit man y consigliere.
La primera ocasión en que tenemos noticia de Mike es a través de Saul Goodman: I know a guy who knows a guy who knows a guy. (El último elemento de esta cadena, nos enteraremos después, es Gus Fring.) Poquito tiempo después, al morir la perfecta novia de Jesse, Jane Margolis, es el hombre que limpia la escena de su muerte y tranquiliza a Jesse antes de la llegada de la policía. También será quien traslade a Walter hacia el primer encuentro con Gus. Durante la segunda temporada la presencia de Mike fue marginal: se encontraba allí como un elemento importante pero no indispensable; un fixer útil que no parecía destinado a tomar un papel preponderante.
Mike creció en la tercera temporada. Su naturaleza se reveló como la de un samurái, aunque más específicamente, como la de un rōnin: samurái sin dueño, mercenario al servicio del mejor postor y, a veces, de la justicia. (cf. Seven Samurai, de Akira Kurosawa; 13 Assassins, de Takashi Miike) Al principio, Mike parecía un perro fiel dispuesto a seguir órdenes de forma inteligente y precisa. Poco a poco, con esa paciencia que sólo permite la serie de televisión, su identidad fue dándose a conocer: abuelo amantísimo, la misión de Mike es dejar un legado –económico, principalmente— a su nieta. La serie se da el tiempo de mostrarnos a Mike comprando helado, regalando un globo, llevando a la niña a los columpios, paseando con ella de la mano. No es este vistazo a su vida privada uno lleno de sentimentalismo; al contrario, la vemos descrita con naturalidad, en breves secuencias que nos muestran que sí, que el hombre del arma –aquel que es capaz de arrancarse un trozo de bala del cartílago de la oreja sin inmutarse— tiene también afectos que lo atan.
Pero Mike Ehrmantraut no permitía que el afecto se filtrara a su trabajo. Es, ante todo, un gran trabajador: uno en la vena de The Man With No Name en La trilogía del dólar, de Neil McCudy en Heat, de Alain Delon en Le Samourai o de The Driver en Drive. Inexpresivo –al menos hasta la quinta temporada, donde se llevó los mejores diálogos—, seco, pero sobre todo, eficaz. Es el chambeador constante y concreto que Fring necesitaba a su lado y al que Walter White tan sólo podrá aspirar a ser. La muerte de Gus, a finales de la cuarta temporada, trastocó su mundo: perdió sus ahorros de toda la vida, cuidadosamente distribuidos en cuentas bancarias para asegurar el futuro de su nieta. La propuesta del convincente pero detestable Walter White lo convenció de volver al ruedo del narcotráfico. Y su personaje siguió creciendo: apadrinando a Jesse, aconsejándolo para abandonar el lado de Walter, cuidando de su nieta, poniéndole el único freno a la estupidez y delirio de poder de Heisenberg. “Just because you shot Jesse James doesn’t make you Jesse James” dijo en algún momento a Walter. (Otra enorme frase de Mike: Keys, scumbag. It's the universal symbol for keys.)
Y un día, como todas las cosas buenas de este mundo, Mike se murió. Su muerte podría parecer una anomalía: ¿en qué universo el impulsivo y torpe Walter podría asesinar al experimentado y frío Mike? En el de esta serie, claro; un universo que parece empeñado en consentir todos los caprichos al exprofesor de química metido a fabricante de drogas. El memorable hitman caminó estoicamente con una bala en el estómago hasta encontrar un lugar donde sentarse con dignidad. “Cállate la pinche boca y déjame morir en paz”, fueron sus últimas palabras: el último hombre con sentido del honor en Breaking Bad murió mirando al río que reflejaba los últimos destellos del sol vespertino.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.