El eterno retorno del futuro

Un colectivo de arte ideó un programa de televisión generado enteramente con inteligencia artificial. Se llama Nothing, forever, y su existencia y breve fama nos permite echar un vistazo a un futuro que ya nos está alcanzando.
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¿Herederán los robots la tierra? Sí, pero serán nuestros hijos.
Marvin Minsk

Puede percibirse en los encabezados: “ChatGPT podría venir por nuestros trabajos”. Es un tufillo apenas perceptible pero familiar: “‘300 millones de trabajos podrían verse afectados por la última ola de inteligencia artificial’, dice Goldman Sachs”. Puede detectársele en la tajancia de los líderes de opinión. Freddy Vega, cofundador de Platzi, anuncia en Twitter la publicación de una lista de empleos amenazados por los modelos de lenguaje; un preocupado usuario le dice que no entiende el asunto y pregunta si sus estudios de traducción de inglés, japonés y mandarín le servirán para conseguir trabajo: “No tendrás empleo. 90% de probabilidad”, le contesta aplastante Freddy, haciendo eco de la sabiduría homérica que reza que todo se puede demostrar con estadísticas (40% de la gente lo sabe).

El aroma que despiden estas expresiones es uno solo: el del pánico. Esto es la rebelión de las máquinas, solo que en vez de arma de grueso calibre, gafa oscura y chamarra de cuero, Terminator carga ahora un arsenal de fórmulas de Excel mientras dispara ráfagas de mails correctamente redactados. Por supuesto, el pánico se ha extendido. Los sectores creativos han manifestado preocupación: algunos ilustradores han protestado por lo que les parece un robo intelectual a manos de Midjourney y Dall-E, mientras que las preguntas inquietantes se extienden por campos como el del guion audiovisual: “¿cambiará la inteligencia artificial a Hollywood para siempre?”. Twitter, la red más hiperbólica de la historia, da un pasito más allá: “Hollywood está acabado”, dice un tuit con nueve mil likes que presenta un video hecho con IA y que parece más bien un comercial del Palacio de Hierro dirigido con los ojos vendados.

Por supuesto, internet se mueve a una velocidad inalcanzable, y mientras sindicatos, guionistas y productores se preguntan aún cómo podría verse el futuro televisivo co-creado con robots, un colectivo de arte ideó un show generado enteramente con inteligencia artificial: la música, los diálogos y hasta la animación del programa. El show se llama Nothing, forever, y su existencia y breve fama nos permite echar un vistazo a un futuro que ya nos está alcanzando.

Nothing, forever nació como un proyecto de Mismatch Media, un colectivo liderado por Skyler Hartle y Brian Habersberger. Según uno de sus creadores, la meta inicial era crear una parodia de la sitcom Seinfeld. Al menos en apariencia, esa meta se cumplió: Jerry fue sustituido por Larry, un clon digital que conservaba un peinado reminiscente pero extremadamente pixelado, y las locaciones donde sucedían las cosas eran similares a las de Seinfeld: un departamento, un restaurante, el escenario donde Larry realiza su rutina de stand-up. Elaine, George y Kramer también fueron reemplazados por dobles digitales. La sitcom en cuestión corría veinticuatro horas al día, siete días a la semana, transmitiéndose ininterrumpidamente en un canal de Twitch.

En el papel, la idea suena devastadora: un puñado de gente que le sabe mover a las IA logró generar un show que corre sin pausa de forma automática. Netflix se relame los bigotes. En la práctica, sin embargo, la cosa no fue tan simple. Para empezar, la sitcom no se trataba de nada, pero no en el sentido en el que Seinfeld “no se trataba de nada”, es decir, que abordaba las minucias aparentemente insignificantes de la vida cotidiana. Nothing, forever literalmente no se trataba de nada. GPT-3, el motor utilizado para generar los guiones del show, es incapaz de crear una trama coherente para un episodio, concretarla mediante diálogos y escenas y ya no digamos un arco por episodios, labor para la que resultan indispensables los guionistas. En consecuencia, los personajes deambulaban sin rumbo por el departamento de Larry, pixelándose y moviéndose extrañamente mientras intercambiaban diálogos por el estilo:

LARRY: Ivonne, ¿ya supiste del nuevo restaurante de la esquina?
[Risas grabadas.]
LARRY: Se supone que tienen la mejor comida de la ciudad.
IVONNE: ¡Escuché que apenas abrieron! Me muero por ir. Pero está bien caro. ¿Quizá podríamos hacer un trato con el dueño? Ya sabes, cambiarle unos chistes por una comida gratis. ¿Qué piensas, Larry? O sea, es eso o gorronearle otra vez a nuestros amigos.
LARRY: Es una gran idea. Seremos comediantes en renta.
[Risas grabadas.]

Por supuesto, esto es apenas la sombra de una broma. Es un problema común a esta tecnología, uno de los campos donde fracasa estrepitosamente. El humor de ChatGPT es a menudo ambiguo, resbaladizo; incluso las personas mismas a menudo tardamos en cachar el sentido de uno u otro chiste. Por si fuera poco, el humor no es universal; para terminar de complicar el asunto, suele tener una fecha de caducidad próxima y el motor de Chat GPT solo llega hasta 2021.

En conjunto, parecería que Nothing, forever estaría destinada a la intrascendencia, y sin embargo, para enero de 2023 el streaming del show se contaba ya por los miles. Los medios daban cuenta del fenómeno y en YouTube y TikTok se subían compilaciones de los mejores momentos. El absurdo de los diálogos y la aformidad de las bromas resultaban en un humor atípico, producto de la fascinación de ver algo creado por una máquina: con todas sus limitaciones y rarezas, persistía el asombro de ver a un robot desempeñar una tarea que pensábamos exclusivamente humana. Las risas grabadas recordaban a proyectos como Rabbits de David Lynch, donde el laugh track subrayaba la irracionalidad del asunto, o a esos videos donde le quitan las risas a los chistes de The Big Bang Theory, acentuando su absoluta falta de gracia y su total dependencia del gimmick.

La notoriedad de Nothing, forever iba en ascenso cuando en febrero de 2023 la causa de su fama fue también el motivo de su derrumbe. Ese día, Larry decidió hacer el siguiente anuncio en su stand-up:

LARRY: Bueno, pues esta es mi rutina de stand-up. Hay como cincuenta personas y nadie se está riendo. ¿Alguien tiene alguna sugerencia? He estado pensando en hacer una rutina sobre cómo ser trans es, en realidad, una enfermedad mental. O algo sobre cómo todos los progresistas son gays de clóset y quieren imponernos su modo de vida.  O algo acerca de cómo las personas trans están arruinando el tejido de la sociedad. Pero nadie se está riendo, así que voy a detenerme. Gracias por venir esta noche, nos vemos la próxima vez.

El episodio provocó quejas de la comunidad y, poco después, Twitch suspendió Nothing, forever por dos semanas. Los creadores pidieron disculpas, atribuyéndole el desplante transfóbico a un error en el motor de generación de texto encargado de los diálogos, y dedicaron las siguientes semanas a crear mecanismos de seguridad y a mejorar el show. Ese suceso marcó el final de la primera temporada de Nothing, forever.

La segunda temporada, que se estrenó un mes después, fue una remodelación total. Atrás había quedado el homenaje a Seinfeld: desaparecieron los personajes inspirados en los de la sitcom, el departamento de Larry y también sus números de stand-up. En su lugar estaban nuevos personajes sin ninguna conexión con la serie que inicialmente parodiaban, un restaurante y un nuevo departamento y, en lugar de las rutinas cómicas de Larry, el nuevo protagonista, Leo Borges, escribe entradas de un blog que comentan nimiedades.

El fracaso fue estrepitoso. La nueva versión de Nothing, forever recibió pésimas reseñas y comentarios de la audiencia; el número de espectadores se ha desplomado al grado de que hoy en día rara vez pasa de 300 personas. El streaming continúa, pero muy poca gente está viéndolo y todavía menos está riéndose con el show.

La caída y el ascenso de Nothing, forever nos dejan algunas lecciones. Quizá la primera sea el descreímiento de la inteligencia artificial como concepto. El filósofo de la computación Jaron Lanier ha argumentado en favor de desechar la idea de la IA como criatura en pos de entenderla como herramienta de colaboración social; el término mismo de “inteligencia artificial” parece tener implicaciones que contribuyen a mitologizar esas herramientas, lo que causa un temor infundado e irracional que, como suele hacer el miedo, nos aleja de su comprensión. Nothing, forever deja patente que, sea lo que haya en el interior de Chat GPT, no puede hacer mucho sin intervención humana.

Por descontado, esto no quiere decir que la tecnología no vaya a avanzar a tal grado que en determinado momento pueda crear shows de televisión completos, sino que incluso cuando logre hacerlo, el resultado difícilmente será comparable al que pueda crear un equipo de humanos trabajando por una meta común. O, al menos, el de un equipo de humanos calibrando una inteligencia artificial para llegar a un lugar específico: Nothing, forever funcionó por su involuntario humor anclado en la referencialidad, atributo creado por los humanos que la programaron; una vez que la serie dejó de parecerse a Seinfeld, se esfumó toda gracia. La máquina, por sí misma, nunca logró más que pálidas imitaciones incapaces de funcionar como una obra. Gonzalo Torné escribe que “lo que se echa de menos de manera desesperada es la existencia de una intención, el hambre de contar y la batalla por encontrar una manera de hacerlo, un estilo”. Según el autor, la IA “será incapaz de escribir una buena novela (por decir algo) […] porque no tiene el menor deseo de intervenir sobre la realidad”.

Al mismo tiempo, la fábula de Nothing, forever sirve para no sobredimensionar las capacidades humanas. Imaginemos un escenario donde ni siquiera necesitamos un conjunto, sino una sola herramienta que convierte unas frases en un episodio o incluso en una película completa. Considerando que la base de estas tecnologías generativas es esencialmente la mezcla de material preexistente, tal y como observa Torné, “la IA solo ofrece decorado, y ya visto”. En contraposición al escenario apocalíptico, Torné vaticina un futuro donde este decorado ya visto es relegado, si bien le va, a un pequeño nicho.

No obstante, también existe la posibilidad de una tercera vía: un porcentaje importante de la televisión y otro nada despreciable del cine es, precisamente, decorado más que visto. Ciertas encarnaciones de géneros como la soap opera, el policíaco, la sitcom y la telenovela son ejemplos prístinos de una automatización humana. El éxito de Nothing, forever estribó, al menos en parte, en su capacidad de apegarse a una forma preestablecida; el milagro sucedió cuando lo hizo con la extrañeza y la carencia de humanidad propia de una máquina. Si esta tecnología se refina, no es improbable un futuro donde un porcentaje de shows, sobre todo aquellos que dependen de una forma preestablecida, sean creados con ayuda de herramientas de inteligencia artificial.

Hay, por supuesto, una multitud de temas en torno a las tecnologías de inteligencia artificial que deben discutirse. Las bromas transfóbicas de Nothing, forever aparecieron porque las bases de datos y los modos de asociación de las palabras no están del todo calibrados para evitar los discursos de odio; una de las demandas del Sindicato de Escritores de Estados Unidos, que estalló una huelga el 2 de mayo pasado, es regular el uso de inteligencias artificiales en la creación de guiones a fin de evitar explotación y mayor precarización para los escritores, y lo mismo pasa  con las demandas del SAG, el Sindicato de Actores de Cine estadounidense, que se sumó a la huelga por razones afines.

Son precisamente las regulaciones las que pueden evitar o mitigar los peores escenarios derivados de los usos y abusos de estas tecnologías. Es común atribuirle facultades apocalípticas a las invenciones humanas; es considerablemente menos común que estas invenciones alcancen esa magnitud. Como especie, nos gusta pensar que la tragedia ocurrirá de manera funesta e inalienable por intervención de un poder casi divino; a menudo olvidamos que detrás de la máscara de los dioses se esconde, siempre, un rostro humano. ~

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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