En el prólogo al guión publicado de El hombre que no estuvo, Roderick Jaynes, el editor de cabecera de Ethan y Joel Coen, se adjudica la autoría del título. Los hermanos querían algo "más poético", dice Jaynes, y por un momento parecían haberlo encontrado. La película pudo haberse llamado El otro lado del destino. El título les gustaba a ambos, aunque a uno de los dos siempre es indistinto a cuál lo atormentaba una sola cuestión: ¿Tiene lados el destino? Y si es así, ¿cómo saber si es un lado o varios lados? Y si son varios, ¿cuántos en total?
El debate duró hora y media, al término del cual se abortó la pregunta. Jaynes, mientras tanto, trataba de hacer cuadrar trozos de una película filmada por personas escribe "ignorantes de los principios más simples de la construcción escénica".
La anécdota es ilustrativa del principio de realidad bajo el que operan las dos figuras de culto del cine independiente estadounidense: toda acción genera una reflexión torcida sobre sí misma, y la lógica será implacable siempre y cuando obedezca a una premisa absurda.
El principio se extiende a su más reciente película, un noir metafísico ubicado en los años 40, donde el protagonista, un barbero de pueblo, observa la descomposición de su vida sin apenas mover un dedo. Edward Crane (Billy Bob Thornton), con un cigarro siempre colgándole del labio, da la impresión de vivir una vida asignada por otro, resultado de decisiones tomadas por default. El día en que un hombre lo visita y le propone una sociedad para fundar una lavandería en seco, la posibilidad le provoca algo parecido al entusiasmo. Necesita, sin embargo, conseguir una cantidad de dinero difícilmente acumulable en propinas por cortar el pelo. La manera de conseguirlo se le revela una noche en que descubre que su esposa (la estupenda Frances McDormand) puede estar teniendo un affaire con Big Dave (James Gandolfini), jefe de ella y amigo del matrimonio Crane. Así se fragua en el cerebro de Edward el plan quintaesencialmente coeniano: enviar un anónimo a Big Dave amenazando con descubrir su affaire al esposo de su amante (es decir, a él mismo), y vender su silencio justo por la cantidad necesaria para cofundar su empresa lavandera. Descubrir la infidelidad de su esposa es un propósito secundario.
La premisa hace referencia a las clásicas del cine negro es una variante de Double Indemnity, adaptación de Billy Wilder a la novela de James M. Cain pero, sobre todo, a la propia filmografía de los Coen y a la noción de azar que determina la acción de cada una de sus películas: si algo en un plan es mínimamente falible, este detalle dejará de serlo y adquirirá proporciones de bola de nieve en caída.
Última encarnación de una saga de personajes lastimeros, Edward Crane es el hombre común rebasado por las circunstancias que ha protagonizado, con distintos nombres, la veta policiaca de la filmografía Coen. Esta vez, lo rebasan tanto que ni siquiera se entera. Culpable de desgracias y de las consecuencias de esas desgracias, Crane observa impasible cómo otros purgan por él. La impunidad se le presenta como un infortunio más, que invade al hombre con la sospecha de que es preferible un castigo verificable a una escapatoria inexplicable que acabe por privarlo de su identidad de rufián.
Un manifiesto unívocamente coeniano es enunciado por la voz en off con la que arranca su primera película, el thriller psicológico Simplemente sangre: "No importa si eres el Papa en Roma, el Presidente de Estados Unidos, o incluso El Hombre del Año: algo siempre puede salir mal." Es, sin duda, el prólogo más conciso a una filmografía consagrada al tema de la mala suerte.
Diecisiete años después de Simplemente sangre, a la cláusula podría agregarse: "Tampoco importa si eres un Don Nadie." La tríada de perdedores integrada por los protagonistas de El gran Lebowski (98), Fargo (96) y El hombre que no estuvo lo demuestran con creces. Sus únicas acciones orientadas a un fin recuperar un tapetito miserable, autosecuestrar a la esposa para sacarle dinero al suegro, chantajear al amigo con un anónimo tienen desenlaces conflictivos en desproporción.
A diferencia de aquel noir debut, e incluso de Fargo (96), la otra película de desastre autoinducido con la que El hombre que no estuvo guarda semejanzas estructurales, ésta última prescinde de los recursos gore y los gags estéticos que suelen tentar a los Coen. Filmada en pulcro blanco y negro, y de composición tan estilizada que se ha ganado más elogios que la trama misma, la película revela por un lado su intención de ser un homenaje genérico más que un verdadero neonoir y, por otro, su carácter de ensayo metafísico más que de relato sangriento. El hombre ausente de su propia vida, caso extremo de destino fallido, es quizá el único personaje al que los Coen han dotado de una carga alegórica sobre la imposibilidad de controlar la existencia propia.
Mucho menos ácida que Fargo, no tan graciosa como El gran Lebowski, y apenas enigmática como Barton Fink (91), El hombre que no estuvo dista mucho de ser, bajo esos parámetros, la mejor película de la mancuerna. Sí es, en cambio, una apuesta que nace de una concepción narrativa y un diseño estético reposados, y no tanto del chiste privado al que los hermanos han recurrido innumerables veces. Conocidos por tratar a sus personajes con distancia y sorna contagiosas, esta vez los Coen le reservan a su protagonista el beneficio de encontrar el sentido último de su no-vida. Las vueltas y callejones, mirándolos en perspectiva, le transmiten al final del camino "algo parecido a la paz". Se trata, reflexiona el barbero, de ver el laberinto a distancia. Viniendo de los cineastas a quienes los habitantes de Minesota les reprocharon retratarlos como gente que dibuja patos y aplaude los shows de José Feliciano, la introspección conciliadora de Crane es, por equivalencias y a su raro modo, una atisbo a lo que sería la veta humanista de la filmografía Coen. Una rareza, por lo demás: Crueldad intolerable es el título de trabajo de su próxima filmación. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.