Escena de Ancestral visions of the future (2025), de Lemohang Jeremiah Mosese.

Cine para reinventar el mundo

El director artístico del festival de Locarno define el cine como un arte que mira de frente a la realidad y abre a la vez la posibilidad de crear otro mundo. Esta doble mirada se refleja en algunas de las cintas que pudieron verse en el festival.
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¿Qué lugar ocupa hoy el cine y qué lo distingue de una simple imagen? En un mundo atravesado por crisis sociales, políticas, ambientales y personales, se vuelve un espacio de resistencia frente al olvido, la indiferencia y la costumbre de mirar sin ver. Giona A. Nazzaro, director artístico del festival de Locarno, definió al cine como un arte que mira de frente la realidad y, al mismo tiempo, abre la posibilidad de crear otro mundo. Esa doble mirada se refleja en las películas estrenadas en la edición 78 del festival, el pasado agosto: Two seasons, two strangers convierte la escritura y la hospitalidad en gestos de cuidado; Mare’s nest imagina un lenguaje infantil para sobrevivir en un planeta devastado; 4 confronta, desde los cuerpos y los relatos, el caos postsoviético; Ancestral visions of the future muestra cómo la memoria mitificada del hogar da fuerza para soportar el exilio; y en Año Uno, Roberto Rossellini recuerda que la democracia solo se sostiene si se defiende. Distintas en forma pero unidas en un mismo espíritu resistente, estas obras confirman que el cine nunca es pasivo: interroga la memoria y proyecta la posibilidad de un mundo más justo.

Two seasons, two strangers

Two seasons, two strangers (Japón, 2025), dirigida por Shô Miyake, ganó el Leopardo de Oro en Locarno. Basada en dos cuentos del mangaka surrealista Yoshiharu Tsuge (“Una vista al mar” y “El señor Ben del iglú”), une historias distintas –una en la costa, otra en la montaña– con una estructura de relatos dentro de relatos, como muñecas rusas. Desde la primera escena, utiliza la técnica del mise en abyme no como adorno estético, sino como reflexión sobre el acto de narrar. El relato se convierte en espejo de sí mismo y el espectador no solo observa: se interroga sobre lo que está observando.

La protagonista es Li (Shim Eun-kyung), una guionista coreana en crisis creativa. En la primera parte Li imagina a Nagisa, una joven que pasa el verano en un pueblo pesquero y conoce a Natsuo, con quien imagina un romance. En la segunda, Li ya no imagina, sino que vive: viaja a las montañas y se hospeda en una posada atendida por Benzo (Shinichi Tsutsumi), un hombre mayor y reservado con quien entabla un vínculo no romántico, pero sí profundo y real. La película une mar y montaña a través de personajes comunes, heridos, que buscan consuelo o comprensión en medio de la soledad. No es la trama lo que los conecta, sino su humanidad.

La cinematografía de Yuta Tsukinaga capta con delicadeza paisajes y silencios. Miyake sugiere que escribir una historia –como hace Li– o cuidar una posada –como hace Benzo– exige atención al detalle y sensibilidad hacia lo que otros sienten o necesitan. Ambas tareas requieren intuición y la comprensión de que su éxito dependerá siempre de la aprobación del otro. Con suavidad y hondura, Two seasons two strangers habla de creación, conexión y del arte de narrar. En su planteamiento resuena cierta tradición del cine japonés contemporáneo, desde Hamaguchi hasta Koreeda, donde lo cotidiano se convierte en espejo de preguntas universales.

Mare’s nest

El británico Ben Rivers presenta Mare’s nest (Reino Unido – Francia – Canadá, 2025), una obra enigmática y poética sobre el fin del mundo, inspirada en The word for snow (2007), obra teatral de Don DeLillo. En ella, el mundo físico desaparece dejando solo palabras: los niños ya no construyen muñecos de nieve con nieve, sino únicamente con la palabra “nieve”. Rivers traslada esta idea a un planeta habitado solo por niños, donde los adultos ya no existen, y en el que los pequeños intentan sobrevivir, pero también empezar de cero. “La palabra nieve, seguirá siendo nieve.”

Su protagonista, Moon (Moon Guo Barker), recorre un paisaje postapocalíptico lleno de figuras misteriosas, visiones oníricas y símbolos: un Minotauro perdido en un laberinto de piedra, una lápida marcada por una sola mano.

“Trabajar con niños fue increíble –dijo Rivers– porque tienen una capacidad innata de reinventarse, y yo quería esa energía para la película.”

Los diálogos son proféticos, poéticos, a veces desconcertantes, como voces venidas del futuro. Aunque críptica, la obra está llena de imágenes de extraña belleza, fieles a las palabras de DeLillo. Con ecos de El señor de las moscas y de Pasolini, Mare’s nest es, más que un relato convencional, una experiencia sensorial y filosófica. A diferencia del cine apocalíptico habitual, que recurre a la destrucción masiva, Rivers propone un fin del mundo interior, íntimo, construido a partir del lenguaje y de la fragilidad de la infancia.

4

El debut del ruso Ilya Khrzhanovsky, 4 (Rusia – Países Bajos, 2004), se estrenó en Venecia entre abucheos: buena parte del público abandonó la sala y una proyección fue cancelada. En Rusia fue censurada, pues el Ministerio de Cultura exigió recortar 40 minutos, petición que el director rechazó. En Róterdam, en cambio, fue aclamada y premiada. Esa recepción tan diferente mostró lo subjetivo del éxito y convirtió a 4 en una película de culto, celebrada tanto como odiada. Ahora la película fue restaurada y finalmente se podrá ver en plataformas.

El filme comienza con cuatro perros callejeros en una calle desierta, interrumpidos por maquinaria pesada. Desde ahí se despliega un universo onírico, crudo y confuso. Tres desconocidos –Marina, trabajadora sexual; Volodia, carnicero y Oleg, supuesto afinador de pianos– inventan identidades mientras conversan sobre clonación humana, el Kremlin y China. Después seguimos a Marina hacia una aldea en ruinas, donde asiste al funeral de su hermana entre ancianas que fabrican grotescas muñecas de pan masticado.

La película yuxtapone una Rusia moderna y ordenada con otra aislada, salvaje en sus tradiciones, reflejando un país dividido tras la caída de la URSS. Visualmente influida por Tarkovski y con ecos de Švankmajer, 4 oscila entre lo real y lo alegórico, lo repulsivo y lo poético. Su ritmo lento y narración fragmentada dividen opiniones: para algunos, es una obra maestra que refleja la descomposición moral de la Rusia postsoviética; para otros, una provocación sin sentido. En todo caso, propone un cine que incomoda y descoloca y que pasear del tiempo, sigue siendo actual.

Ancestral visions of the future

Ancestral visions of the future (Francia – Lesoto – Alemania – Qatar- Arabia Saudita, 2025), del cineasta y artista visual Lemohang Jeremiah Mosese, nacido en Lesoto y radicado en Berlín, es una obra profundamente personal sobre desarraigo y pertenencia. Figuras simbólicas como el Titiritero –que cultiva hierbas para prolongar la vida– o la Vendedora del Mercado –guardiana del lenguaje de los sueños– habitan esta narración entre documental y mito.

Acompañada por una voz en off literaria y autobiográfica, la película trasciende los límites entre realidad y sueño, mostrando que lo que sostiene al emigrante no son recuerdos fijos, sino miles de recuerdos de un hogar mitificado. Mosese evoca su infancia en Hlotse, los juegos en caminos de grava y el contraste con las calles frías del exilio. La figura de su madre atraviesa el relato, imponiendo memoria, dolor y resiliencia.

“En el exilio llevamos miles de máscaras –dice–, cada una hecha para fundirse en mosaicos siempre cambiantes. Con el tiempo, esas máscaras se derriten formando un collage de un rostro que ya no recuerda su forma original.”

El resultado es una elegía poética sobre pérdida y memoria, donde lo íntimo se vuelve universal. La obra dialoga con la aclamada This is not a burial, it’s a resurrection (Sudáfrica – Italia – E.U. – Lesoto, 2019), la cinta anterior de Mosese, y lo consolida como una de las voces más singulares del cine africano contemporáneo, capaz de transformar la experiencia personal en mito compartido.

Año Uno

En Año Uno (Italia, 1974), Roberto Rossellini recorre la década de 1944 a 1954, retratando las consecuencias de la liberación de Italia del fascismo a través de Alcide De Gasperi (interpretado por Luigi Vannucchi), líder democristiano y primer ministro en ocho gobiernos consecutivos, considerado uno de los padres de la Unión Europea. La cinta muestra el reto de reconstruir un país fracturado, equilibrar coaliciones y lidiar con la influencia del Vaticano, mientras se sentaban las bases de la República Italiana.

Lejos de dramatizar, Rossellini opta por el rigor documental: diálogos de archivo, cámara fija y ritmo pausado. Así cuestiona la democracia y la responsabilidad ciudadana. Con esta cinta, que se presentó restaurada en el festival de Locarno, Rossellini introduce el método didáctico que luego influiría en el cine moderno y reafirma su visión del cine como “una escuela para las masas”, una herramienta de aprendizaje colectivo.

La película humaniza el dolor. En una escena, ancianos en una plaza desolada comparten pérdidas: “Nos dijeron que esta guerra sería breve, que traerían la paz. Pero lo único que ha traído son lágrimas y cenizas.” Otro momento clave es la discusión sobre el surgimiento de un partido neofascista, que advierte cómo la desesperanza alimenta ideologías extremas. Rossellini traza un paralelo con el presente y recuerda que la democracia exige vigilancia constante. Esa advertencia, hecha hace medio siglo, hoy resuena con fuerza.

De Japón a Lesoto, de la Rusia postsoviética a la Italia de posguerra, estas películas comparten una misma esencia: mirar con otros ojos y reinventar el mundo. En cada una, el cine se convierte en un acto de resistencia, ya sea en la intimidad de un vínculo inesperado, en la imaginación infantil que rehace el planeta, en la crudeza de un país fracturado o en la memoria que No quiere repetir la historia. Obras atravesadas por un espíritu resistente que recuerdan que mirar nunca es pasivo: es un acto de cuidado, de confrontación y de búsqueda de sentido. Y en medio de la incertidumbre, estas imágenes nos devuelven la comprensión de que solo al aprender de la historia podremos imaginar y, quizá, construir un mundo más justo. ~


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