El Estado ruso –ese que hoy fusiona política y academia bajo el comando de la primera, borrando los avances de libertad académica conquistados en las últimas tres décadas– auspició en San Petersburgo la sexta edición del Foro Internacional “Rusia e Iberoamérica en el mundo turbulento: historia y perspectivas”, que se llevó a cabo entre el 4 y el 6 de octubre. El evento, convocado por la Universidad Estatal de San Petersburgo y promovido por la Cancilleria y la Academia de Ciencias rusas, contó con un grupo de patrocinadores nacionales –entre ellos Sputnik Mundo, vehículo de propaganda del Kremlin– y extranjeros –como el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y la Asociación Mexicana de Ciencias Políticas, entre otros–, según aparece en su sitio web.
El profesor Víctor Jeifets, reconocido historiador, presidente del Comité Internacional del foro e impulsor de las anteriores ediciones del evento, dijo sobre el mismo: “Siempre reflejamos la tendencia que está ocurriendo, nos guste o no. El foro es un evento académico y cultural, incluidos los relacionados con los negocios, el comercio y las relaciones económicas. Nuestra principal tarea es ser una importante plataforma experta para colegas rusos y extranjeros”. Presentó el espacio como un sitio en el que, insiste, “Somos diferentes, tenemos diferencias de opinión, pero la tarea de convertirnos en lo mismo no está establecida. Nos esforzamos por encontrar un terreno común y discutir los temas que nos unen”. Indicó que los debates se desarrollarían “de forma abierta” porque únicamente se discriminaría “la ideología fascista”. Resulta difícil, en el plano retórico, rechazar esas palabras, coherentes con lo que debe caracterizar, en condiciones normales, a la labor académica.
Sin embargo, hay una importante contradicción entre la postura abierta al diálogo de sus promotores y el marco en que el foro se realiza. Contexto, contenido y sentido confluyen, a despecho de las intenciones, para convertir lo que originalmente fue un evento con pedigrí intelectual en una operación legitimadora de un poder despótico. El mismo Estado que anula la autonomía de sus universidades, expulsa o encarcela a profesores y rehabilita la ideología, censura y persecución estalinistas, instrumentaliza cualquier foro para la discusión de ideas y coyunturas políticas. El liderazgo unipersonal, la ideología reaccionaria y las agendas y acciones militaristas de ese Estado, admiradas por la extrema derecha internacional, son justamente lo más parecido al fascismo que encontraremos hoy en la política global.
Foros como este permiten examinar los criterios según los cuales congresos afines celebrados en países inmersos en procesos de autocratización –que clausuran la libertad académica– pueden ser realmente espacios para avanzar el conocimiento colectivo o se convierten en plataformas propagandísticas. En su “discurso de bienvenida”, el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, evidenció con claridad la instrumentalización política del cónclave al expresar: “somos testigos de las transformaciones tectónicas vinculadas con la continua formación del orden mundial multipolar más justo. Cada vez más países eligen el camino del desarrollo libre y soberano basado en las tradiciones y los valores nacionales”; ratificó, además, que “Rusia seguirá respaldando el aumento del papel internacional tanto de ciertos países de la CELAC como de la región en general”. Al revisar el programa hay numerosas referencias a movimientos sociales, derechos humanos y protestas ciudadanas, todos hoy perseguidos en Rusia. Pero cuesta encontrar alguna ponencia en la que se aborde críticamente la agenda del Estado ruso hacia la región latinoamericana.
El país en que se celebra el foro no es la misma Rusia de 2013, 2015, 2017, 2019 y 2021(los años de las ediciones anteriores), donde era posible, con cierto amparo legal, desarrollar un trabajo intelectual independiente. El pensamiento cientifico crítico y autónomo no cabe ya en los moldes acerados de Putin, Lavrov y Karaganov. Hay demasiadas voces –como el politólogo Andrei Kolesnikov, exiliado, o el sociólogo Boris Kagarlitsky, encarcelado– e instituciones –el antiguo Centro Carnegie de Moscú, relocalizado en Berlín, y el Laboratorio de Sociología Pública en San Petersburgo– imposibilitadas de participar en los debates de los salones peterburgueses.
La propia sede del foro ha sido recientemente escenario de la censura y persecución académicas. El 29 de septiembre de 2023, la Comisión de Ética de la Universidad Estatal de San Petersburgo, a pedido del vicerrector de Asuntos Jurídicos, sentenció que las acciones de Svetlana Drugoveyko-Dolzhanskaya, profesora del Departamento de Lengua Rusa, eran incompatibles con el estatus de la universidad. Drugoveyko-Dolzhanskaya había realizado una evaluación independiente de un caso judicial, en la que cuestionaba el examen lingüístico en el cual se basaron los argumentos de la fiscalía, preparado por otras profesoras de la Universidad Estatal de San Petersburgo.
Pese a lo anterior, científicos sociales latinoamericanos –historiadores, politólogos, internacionalistas, sociólogos, etc.– cuya vida y carrera transcurren en sociedades abiertas e imperfectamente democráticas avalaron el foro con su presencia. Que se presentasen allí, en medio de la propaganda chovinista y reaccionaria del Estado ruso, no poca gente y obra con valía académica no resta severidad al asunto. Las invocaciones de “neutralidad axiológica” y el supuesto beneficio de un “engagement” con la academia local, que algunos alegan para justificar su asistencia al evento, no resisten hoy un escrutinio serio. ¿Cómo se puede decir que todas las opiniones son bienvenidas cuando, en la Rusia de 2023, se condena a quienes –incluidos los académicos– llaman, de un modo riguroso, “invasión” a lo que hace el Kremlin en Ucrania? ¿Cómo pueden las contrapartes occidentales del evento naturalizar con su aval el cierre autoritario en la Rusia actual, en el mismo momento en que varias organizaciones homólogas locales –think tanks, institutos, ONG– son declaradas “no deseables”, forzadas al cierre mientras sus miembros son perseguidos?
Cuestionar el sentido de la participación en un foro académico organizado por un Estado invasor y represor no equivale a clausurar la posibilidad de cualquier debate de ideas con personas que defiendan el orden autoritario. Una cosa es, bajo un ambiente de pluralismo, rigor analítico y libertad académica, compartir mesa con contrapartes que defienden cosmovisiones ajenas a la democracia. Eso sucede permanentemente, en congresos como LASA, IPSA o ALACIP. Otra muy distinta es tomar parte de un cónclave de análisis sociopolítico en el mismo momento y lugar donde el poder convocante anula las libertades de otros colegas, de la sociedad que los cobija y de naciones vecinas.
En materia de ciencia social, la condición intelectual y la libertad académica guardan estrecho nexo con el momento y el contexto en que se insertan. El VI Foro Internacional “Rusia e Iberoamérica en el mundo turbulento: historia y perspectivas” no abonaba a la apertura de un país que se liberaliza, como sucedió con los debates germinales de la perestroika, enriquecidos con la presencia de académicos extranjeros que acudían para compartir conocimiento e influencia con sus pares locales. Sirve mejor a la legitimación de una dictadura que se afianza. ~
es politólogo e historiador, especializado en estudio de la democracia y los autoritarismos en Latinoamérica y Rusia.