En su ensayo “El mensajero de la naturaleza”, Jacobo Siruela describe el largo camino que el ser humano ha recorrido durante siglos de historia hasta finalmente separarse de la naturaleza. Al principio, es el cristianismo el que la despoja de su valor sagrado original; después el pensamiento cartesiano la reduce a cosa inanimada; la revolución industrial exhorta su conquista y explotación indiscriminada por medios tecnológicos; y, en la actualidad, ha quedado reducida a escenografía, un agonizante “parque temático utilitario”. Unas páginas más adelante, recuerda la frase de Valéry que hace un siglo anunciaba la extinción de la belleza –y que sigue enmarcando el momento actual–: “La novedad, la intensidad, la extrañeza, en una palabra, todos los valores de choque la han suplantado”. En 2005, Siruela abandonó la ciudad para instalarse en el campo, “lejos del mundanal ruido”, y fundar la editorial Atalanta. Ahí, en una antigua casa del siglo XVIII, cerca del Mediterráneo y los Pirineos, está creando libros que parecen afrontar esos dos conceptos: el de la separación del hombre de la naturaleza y el de un presente carente de belleza. “Es una ley inexorable –escribe en “Libros secretos”–: cualquier movimiento del espíritu humano genera automáticamente su contrario, que andará siempre junto a él, como una sombra”.
Los aspectos materiales y mecanicistas, literales y reduccionistas de la modernidad se han hecho cada vez más evidentes. La promesa del progreso no se ha cumplido. Al contrario: el mundo se autodestruye. Esa idea de “progreso” –dice Siruela– se ha quedado anclada en los valores materialistas del siglo XIX que hoy, pese a las apariencias, son obsoletos, encubiertos por un vertiginoso y sofisticadísimo desarrollo de la tecnología –la nueva obsesión que robotiza a las sociedades– y cuyas consecuencias aún desconocemos. En este largo proceso se han eliminado gradualmente los mitos y todas las experiencias que quedan fuera del paradigma materialista, pues nada de eso tiene cabida dentro del proyecto moderno, dominado por la ideología de la ciencia. Usando los sentidos podemos conocer solo la mitad del mundo; Atalanta desea explorar la otra mitad a través de vivencias atemporales del mundo interior, la historia propia de la consciencia y el legado del pensamiento de las culturas que han habitado la Tierra. Propone una reflexión sobre los límites de lo real mediante la curiosidad, el misterio, las metáforas, las paradojas: la imaginación en su sentido más profundo.
Bajo la idea de una evolución social mucho más orgánica y de la premisa de que en nuestro interior coexisten todas las épocas, como lo ha sido siempre, Atalanta conversa de nuevo con conceptos generalmente ignorados o extraviados. Explora la noción de que la cultura no se divide, no es contemporánea, moderna, medieval, sino unitaria. Lo amplio y fluido emerge sobre lo monolítico; un mundo subjetivo se manifiesta compensando las carencias de los postulados racionales. “Esta tensión de opuestos, aparentemente inconciliables –dice el editor–, entre el conocimiento interior propugnado por las corrientes espirituales de todos los tiempos y el conocimiento del mundo exterior inducido por la metodología científica es lo que define el conflicto aún no resuelto de la modernidad, que todavía no ha sabido convertir los opuestos en complementarios.” Tal como sucedió con el Romanticismo, que nació en paralelo y oposición a la Ilustración, comienza a aparecer un nuevo humanismo contemporáneo frente a un mercantilismo fácil, dictado por el olvido –la cultura como consumo y el consumo como cultura. Atalanta forma parte de ese pensamiento que intenta compensar las faltas del algoritmo, la extendida digitalización y la inversión de un orden histórico: en nuestra época hay más conocimiento que nunca, pero también menos sabiduría.
Así, en Atalanta, las distintas facetas de la realidad se enfrentan a un momento en donde todo debe ser medido por el razonamiento lógico. Siruela escribe en su ensayo “Gilgameš”: “El ser humano siempre vive a través de mitos, porque el sentido del mundo proviene mucho más de lo imaginado que de lo pensado. […] Lo que asignamos como racional es en realidad pura creencia. Somos palabra pero vivimos a través de la imaginación (aunque esta a veces parezca muerta)”. El catálogo de Atalanta se presenta como una propuesta para iluminar ese contraste y complejizar nuestra lectura de la realidad: “Atalanta no es una editorial de autores sino de ideas. El catálogo se estructura en torno a tres conceptos medulares: la brevedad, la memoria y la imaginación. La elección de estos tres caminos conceptuales ha surgido de una manera natural, radicalmente opuesta al efímero mundo de las tendencias. Si todo el mundo apuesta hoy por las novelas, no publicaremos novelas. Si todo se suele mover en torno a la actualidad, pues nosotros nos centraremos en la memoria –toda cultura verdadera es consecuencia de una buena selección de memoria. Y por último, si todos los ensayos proponen la razón como medio natural de alcanzar el conocimiento, nosotros lo haremos desde la perspectiva de la Imaginación con mayúsculas –que, mediante los símbolos, convierte las imágenes en revelaciones interiores. Con estas premisas, nacieron Ars Brevis, colección de relatos; Memoria Mundi, colección de ensayos serios sobre perspectivas poco usuales y grandes obras literarias inéditas u olvidadas; e Imaginatio Vera, la colección más original, sobre la imaginación, no como una forma de escapismo, sino de conocimiento –una especie de iniciación a este gran conocimiento secular que ilumina de sentido interior el mundo cada vez más gris del seco racionalismo imperante.” Atalanta se separa del resto de las editoriales en varios sentidos, pero donde creo que realmente se distingue es en el juego con esas tres grandes cualidades temporales del pensamiento: recordar, discernir e imaginar, que son una forma de relación con pasado, presente y futuro.
Esto es tal vez lo que más me gusta admirar de Atalanta: la lucidez y la claridad en el diseño de sus tres colecciones tan particulares, que nos recuerdan, por un momento, algunos de los pensamientos de Italo Calvino para este milenio. Me detengo a observar, como en un jardín, sus trazos: ¿qué nos quiere decir esa disposición tan singular? La interpreto como un acceso directo a la consciencia del editor, en donde conviven dicotomías y polaridades que no son excluyentes en el tiempo, el espacio o la imaginación. No recuerdo otra editorial actual con una estructura editorial tan visible y significativa como esta. Me parece tan coherente –siguiendo todas las leyes de su propio universo–, que da la impresión de que las colecciones y sus títulos hubieran estado predeterminados, como si la lista fuera previa a la editorial. Pero no, dice Siruela, “la editorial se desarrolla orgánicamente, bajo las circunstancias buscadas o imprevistas de la vida misma. Así, se puede ver que en los primeros años hay más literatura, y que la editorial se ha ido decantando cada vez más hacia el ensayo, no de forma premeditada sino evolutiva.” Si pensamos en la estructura como la forma de la editorial, y en la lista de títulos como el contenido, la forma de Atalanta habla con una voz igual de distintiva que la de sus textos. Su diseño atemporal y cálido, así como su azul “Yves Klein”, que une a las tres colecciones, crean un lenguaje característico, sugerente y poético.
Hasta ahora han publicado ciento treinta títulos, unos nueve al año. En la colección Ars Brevis apareció el primer libro de Atalanta, El copartícipe secreto, de Joseph Conrad. Entre sus 38 títulos hasta el momento se encuentran también los escolios de Nicolás Gómez Dávila, y Estoy desnudo, de Yasutaka Tsutsui. Dentro de la colección Memoria Mundi, con 51 títulos, encontramos, por ejemplo, La pasión de la mente occidental, de Richard Tarnas, y los cuatro tomos de Las máscaras de Dios, de Joseph Campbell. En Imaginatio Vera se han publicado 37 títulos, como El mundo en el que vivo, de Helen Keller, o El arte mágico, de André Breton. En las novedades, al publicar este artículo, está Goethe, con La metamorfosis de las plantas, de 1790, al lado de Gary Lachman, con El conocimiento perdido de la imaginación, de 2017. (Y así encontramos, en otros momentos, a Octavio Paz al lado de Giacomo Casanova, a Rimbaud al lado de Apuleyo, a Salvador Elizondo al lado de James Hillman.) Los libros de Atalanta inician normalmente con tiradas de tres mil ejemplares, y ciertos títulos se han llegado a convertir en best sellers. Algunos se encuentran ya en su sexta edición, como El arte de conversar, de Oscar Wilde (en Ars Brevis), una selección de cuentos orales inéditos y epigramas; En los oscuros lugares del saber, de Peter Kingsley (en Memoria Mundi), un recorrido filosófico por la Grecia de la Antigüedad que revela aquello que la historia ha negado; y El fuego secreto de los filósofos, de Patrick Harpur (en Imaginatio Vera), un libro que intenta, en un solo volumen, escribir una historia completa de la imaginación. En esta breve panorámica podemos observar cómo los libros no solo forman parte de una colección y de un catálogo, sino que también, en la lectura, adquieren rasgos simbólicos respecto a un paisaje más amplio: el libro nos habla como algo particular y concreto, pero además como parte de una teoría general mucho más amplia que representa Atalanta.
Los conceptos de las colecciones se determinaron antes de la creación de la editorial, con criterios sólidos que no se han modificado quince años después. (Gran parte de las editoriales parecen haberse creado sin una noción clara de su estructura narrativa, es decir, de sus colecciones, ni una definición precisa de cada una. En el mejor de los casos se generan después, según “se vayan necesitando”, a veces con una arbitrariedad desconcertante.) El interés inusual en la concepción estructural previa y la coherencia del catálogo –y no el “descubrimiento” de autores sobre la marcha– habla de algo más grande, de una esencia editorial. Siruela reconoce que “la gente se equivoca cuando piensa que uno descubre un autor y que eso es lo importante de una editorial. Todo eso es azaroso. Los descubrimientos no tienen ningún misterio, dependen de informaciones que te dan y de muchas otras variables, todas previsibles. Lo importante de una editorial es que tenga rostro y se identifique […], que no sea un cajón de sastre en el que cabe todo”. De esta manera, la “novedad” en Atalanta se nos presenta como otro tipo de descubrimiento, panorámico, que recorre veinticinco siglos y que reproduce el campo de espejos por el que transita nuestra consciencia (y aquí encuentro similitudes importantes con los conceptos de Lapham’s Quarterly). La complejidad del catálogo podría representar la complejidad del editor: cuando leo un libro de Atalanta se abre un espacio inédito de conexiones y posibilidades. De todos sus títulos se puede afirmar que es “muy característico del sello”, que no encajaría en otro sitio excepto ahí. ¿De cuántas editoriales podemos decir algo así?
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Jacobo Siruela (Madrid, 1954) creó la Editorial Siruela en 1982. Comenzó con una colección de libros medievales, inéditos en España, que tuvo mucho éxito. Fundó Siruela, dice, “porque me gustaba leer” y la abandonó veinte años después porque “ya no podía leer todo lo que quería, porque estaba forzado a leer aquello que necesitaba editar, y sentía que eso me empobrecía”. En el año 2000 vendió la editorial, aunque hoy se conservan sus colecciones y se siguen reeditando sus títulos. En 1986 lanzó la revista El paseante, una publicación trimestral que definió como “contemporánea y posmoderna”, y que llegó a su fin en 1998 con el número dedicado a la cultura digital. En 2005, con la libertad que adquirió tras la venta de la editorial, se retiró al campo. Ahí fundó Atalanta, al lado de Inka Martí. “Quería empezar algo nuevo: no podía hacer una Siruela 2. Resultaría un poco aburrido. Por eso pensé en hacer una editorial que inaugurara un nuevo proyecto, totalmente independiente, basado en la investigación cultural y no en una lucha ajetreada por meter en el saco a cualquier autor de venta. De manera que empecé por hacer pocos libros, pero, eso sí, muy cuidados. La diferencia ahora es sustancial: si antes apenas tenía tiempo para leer, ahora no solamente leo todo lo que quiero, sino que además soy un especialista de cada uno de los libros y autores que publico. Cada uno de estos libros es fruto de una larga y gozosa investigación”.
Con la creación de Atalanta, dice, quería regresar al desarrollo más artesanal posible del libro, involucrarse en todos los procesos. Crear libros “sólidos y bellos” –objetos que pervivirán en el siglo XXI–, dejando de lado el libro electrónico, que “carece de sensualidad”. En un panorama en donde las editoriales grandes tienden a publicar libros similares, “me interesa investigar esos territorios ignorados y despreciados. Generalmente se desprecia aquello que se desconoce”. Se habla siempre de una saturación del mercado, en volumen, géneros, temas, “pero yo creo que más que saturación lo que hay es embotamiento”. Por eso atribuye el éxito de Atalanta a la apuesta por hacer los libros que nadie más se animaría a hacer: en cada título hay capas de complejidad –en la investigación, en la edición, en la producción– con las que una editorial tradicional (en el sentido comercial) no desearía enfrentarse, pues requieren de impulsos y recursos inusuales para un solo libro.
Siruela comenta sobre algunos de esos esfuerzos: “El primer volumen del Jin Ping Mei consta de 1,180 páginas, y el segundo, de 1620, es decir, 2,800 páginas totales traducidas del chino antiguo [con un coste de traducción de cuarenta mil euros]. Las memorias de Casanova tienen 3,577 páginas, más 141 del pequeño volumen de Los últimos años de Casanova, que completa la obra, un total de 3,718. Los dos volúmenes de Gibbon tienen 3,182, y los tres volúmenes de las Mil y una noches, 3,718. Sin duda se corre un gran riesgo, pero del Jin Ping Mei hemos hecho tres ediciones; de Gibbon, cuatro; de las Mil y Una Noches, dos; y ahora vamos a reimprimir Casanova, que en su momento tuvo una edición de cinco mil ejemplares. Lo cual quiere decir que cuando estás seguro de que son obras importantes, tienen una venta asegurada. Siempre hay que confiar en la calidad”. ¿Quién haría este trabajo –ahora o después– si Atalanta no existiera? Probablemente nadie.
“Quiero aprender a maravillarme de una manera distinta –escribe el checo Gustav Meyrink–, aprender a ver las formas viejas con ojos nuevos en lugar de mirar, como hasta ahora, las formas nuevas con ojos viejos, tal vez así adquieran la juventud eterna”: Siruela usa esta frase para definir la esencia de Atalanta. “[Nuestros] ensayos son una reformulación moderna de la antigua sabiduría espiritual. Estamos en un mundo que se derrumba, y hay que buscar otros horizontes para tratar de llenarlo de sentido”. El hecho de estar en el campo permite poder leer tranquilamente; es como un ensayo de la idea, cada vez menos utópica, de encontrar una vida fuera de la urbe, casi en contraposición al esquema renacentista: “Hay una voluntad de alejamiento para poder ver las cosas más claras. En el mundo deberían crearse pequeños grupúsculos civilizados fuera de las grandes ciudades, que son carísimas y están contaminadas”. Un proyecto así, alejado de las capitales, habría resultado imposible antes, afirma, pero en una época de gran conectividad, no es más el caso. “Atalanta busca la intemporalidad, no necesita de esa búsqueda acelerada ‘de lo que se lleva hoy en día’. Sin embargo, curiosamente, las contracorrientes, al ocuparse de las carencias, acaban por volverse corrientes, por el hecho de dedicarse a todo aquello que no viene en el mapa. En este sentido, esta forma de vivir que llevamos mi mujer y yo desde hace veinte años es lo que cada vez más jóvenes desean hoy, con mucha mayor intensidad. Pero también porque ofrecemos una forma coherente de dar sentido a la vida a través de la imaginación y de un pensamiento no reduccionista.”
Su lista de títulos presenta otra paradoja para ciertos grupos de lectores: en un presente que tiene que someterse a cuotas de todo tipo, y en el que algunas personas han echado en cara que hay pocas autoras en el catálogo, Atalanta, al tratarse de un proyecto histórico, queda al margen de esa exigencia. “Desde un punto de vista filosófico, pienso, desde hace bastante tiempo, que la ausencia de lo femenino como elemento estructural de nuestra historia y cultura ha sido una de nuestras carencias más profundas y lamentables. Pero siempre he sido una persona muy libre, y no voy a condicionar nuestro catálogo a ningún freno coyuntural. La elección de mis autores no está condicionada bajo criterios de sexo, nacionalidad o ideología política. Para mí todo esto es secundario. Me rijo por motivos de lo que entiendo que tiene calidad tanto de pensamiento como de sensibilidad. No obstante, Atalanta nació con la publicación del Genji monogatari, que aún estaba inédita en nuestra lengua, escrita por Murasaki Shikibu a principios del siglo XI. Irónicamente, esta dama inventó el género de la novela (psicológica) gracias a una prohibición: el hecho de que a las mujeres se les estuviera vedado el ejercicio de las letras, circunscrito a los hombres y a una serie de géneros establecidos, hizo que esta dama, perteneciente a una de las cortes más refinadas del mundo, se pusiera a contar la vida de su entorno con toda naturalidad. Esta lección sutil nos enseña que más que asentarnos en la cultura de la queja, hemos de saber reaccionar creativamente, como esta sabia dama.”
El nombre de la editorial proviene del mito de Atalanta, una veloz cazadora, de salvaje belleza, que vivía sola en los bosques, evitando el contacto con sus pretendientes. “Tengo un pie en la Antigüedad y otro en un presente abierto. Existe un poso de enorme sabiduría en la Antigüedad, y nos vendría muy bien recuperarlo. Las grandes renovaciones siempre se han hecho mirando atrás […]. Y eso es lo que andamos buscando en Atalanta”. Siruela ha encontrado un público fiel, cada vez más numeroso (y joven) por la calidad de sus libros. Una calidad refinada, erudita, placentera. Sus novedades siguen expresando la misma emoción que el lanzamiento de su primer libro. “Mi propósito es modesto: como esas pequeñas tiendas que te encuentras casualmente de viaje, en donde te venden una miel o un pan, fabricado por ellos, que resulta ser sorprendentemente extraordinario. Son lugares que siempre permanecen fieles a su tamaño y a su filosofía, pero que se convierten en una parada obligada en ese camino”. “En Atalanta vuelvo a mi mundo, a practicar el modelo de Schumacher: Small is beautiful. Su modelo económico de decrecimiento es el más sensato para nuestro siglo. La economía también ha de volver a la dimensión humana.”
Sobre la evolución de la editorial y el futuro, dice: “Este año [2020] he incorporado una nueva colección: Liber Naturae, que quiere dar una nueva y cada vez más necesaria interpretación de la naturaleza, es decir, de la vida, desde la visión sutil y holística de Goethe hasta la rigurosa filosofía de Whitehead, que afirma que todo lo vivo siente –desde las moléculas, las flores, los árboles hasta los animales, etcétera. El ser, lo vivo, es pura experiencia; siente, se comunica y de alguna manera piensa, porque la vida crea estrategias, es decir, no es una mera extensión de cosas inanimadas, como pensaba Descartes, cuya idea está implantada en el imaginario colectivo, sino que se acerca más a su antigua dimensión de lo sagrado, al símbolo de la Gran Diosa o al anima mundi de Plotino.” “Estoy muy satisfecho –concluye–: hago lo que quiero hacer y como me gusta hacerlo.”
Este artículo es parte de una serie sobre editoriales literarias sobresalientes por su catálogo, su proceso editorial o con características distintivas e inesperadas.
(Guanajuato, 1976) es editor en Gris Tormenta, una editorial de ensayo literario y memoria.