Para ser la ciudad que nunca duerme, Nueva York tiene una sospechosa cantidad de durmientes. Basta con dar una vuelta por cualquier manzana o entrar a cualquier estaciรณn del metro para ver que, aunque la ciudad estรก despierta, sus habitantes duermen todo el tiempo, a todas horas, en cualquier lugar y en cualquier postura.
Veo a la gente durmiendo en los vagones del metro, abrazando su portafolio o su mochila; veo a la gente durmiendo en las calles, sobre la banqueta, sentada sobre un pedazo de cartรณn; veo a la gente durmiendo en los parques, escondida detrรกs de un รกrbol, como si la pereza fuera delito; veo a la gente dormitar mientras espera el tren, mientras compra una revista: parados, caminando o comiendo. Los veo cerrando los pรกrpados mientras platican, mientras recargan la frente en la ventana del taxi, mientras pisan los รบltimos trazos de nieve sucia arrumbada en las esquinas.
Los neoyorquinos duermen a todas horas, cansados de hacer poco, como ancianos que prueban -apenas- las horas lรกnguidas despuรฉs del retiro.
– Daniel Krauze