El ascenso de China en el escenario global de las últimas décadas es indiscutible. En América Latina, China se ha convertido en el segundo socio comercial más importante de la región. Pero esta expansión no es solo económica. El gobierno asiático ha expresado en repetidas ocasiones, especialmente en documentos públicos de gobierno publicados en 2008 y 2016, su objetivo de fortalecer la cooperación política, social y cultural con la región. Uno de los instrumentos para cumplir este objetivo es el Instituto Confucio (IC).
El IC, fundado en 2004, es un organismo dependiente del Ministerio de Educación dedicado a la enseñanza de la lengua y la cultura. Cuenta con sedes a lo largo del mundo donde se llevan a cabo cursos y eventos públicos. Su nombre políticamente neutral y su estilo de organización intentan seguir el modelo de las escuelas occidentales de lenguas extranjeras, como el Goethe-Institut alemán, la Società Dante Alighieri italiana, el Instituto Cervantes o el British Council británico.
En realidad, el IC presenta varias peculiaridades que lo distinguen de sus pares de otros países. El contenido que se imparte sigue pautas determinadas por la política, hasta el punto de que la lengua que se enseña es el chino simplificado y no tradicional, lo cual excluye los caracteres utilizados en Taiwán, Hong Kong, Macao y en el resto del mundo. Los docentes son contratados en función de su lealtad al gobierno y deben regresar cuando este lo dictamina.
La diferencia más preocupante radica en el modelo de funcionamiento. El IC firma acuerdos directos de cooperación con las universidades y estas se convierten en sedes y reciben financiamiento a cambio de su discreción. Dan Currell y Mick Zais sostienen que el problema no es lo que se dice en las clases del Instituto Confucio, el problema es lo que no se dice, conclusión a la que también se llega en un informe de 2022 realizado en Stanford University. Según este estudio, los docentes chinos no son críticos del régimen porque ya están entrenados para no serlo, pero el problema más grave es que las autoridades universitarias difícilmente critiquen al régimen chino si reciben financiamiento de él.
Human Rights Watch ha llamado explícitamente a rechazar al IC por considerarlo parte de los “esfuerzos del gobierno chino para socavar la libertad académica”. Se transmite por medio de instituciones educativas prestigiosas una visión del mundo muy acotada: únicamente existe una China, sin Taiwán; la masacre de Tiananmén (1989), en la que murieron un número indeterminado de personas que protestaban contra el gobierno, nunca tuvo lugar; no existen violaciones a los derechos humanos; y la única etnia importante del país es la etnia han, en abierta actitud discriminatoria hacia uigures, tibetanos y otras etnias.
Se han multiplicado a lo largo del mundo las denuncias contra el IC por difundir propaganda gubernamental, realizar actividades de espionaje en Occidente e intimidar a ciudadanos chinos en el exterior. Entre 2020 y 2021, asociaciones de profesores en Estados Unidos y Canadá reclamaron el cierre de las sedes en las universidades de sus países porque los programas de enseñanza, los textos escogidos y el reclutamiento de profesores locales dependen de la sede principal en China. En Canadá, el National Defense Authorization Act permite ahora restringir el financiamiento público a universidades que hospeden sedes del IC.
También en países como Alemania, Corea del Sur, Japón y Suecia los gobiernos han optado por investigarlas o cerrarlas. Es inaceptable para estos países que la sede principal en China vigile estrictamente a los IC hasta el punto, por ejemplo, de prohibir determinadas lecturas. En la Universidad de Duisburg-Essen (Alemania) el instituto invitó a leer una biografía sobre el jefe de Estado chino Xi Jinping, en otoño de 2021. Como el texto tocaba el tema de culto a la personalidad del máximo líder, Pekín intervino y se canceló la lectura.
En América Latina existen 42 sedes del IC en universidades y 16 Aulas Confucio en escuelas secundarias de América Latina, según el mapa que ha confeccionado la Fundación Andrés Bello. Este número representa aproximadamente un 8% de la cantidad total de sedes en el mundo. Los países con más sedes son: Brasil (10); México (5); Perú (4); Argentina (3); Colombia (3) y Chile (2). A diferencia de otras regiones, no ha habido controversias públicas sobre el IC, pero ya empieza a llamar la atención como factor de una estrategia de exportación del modelo chino: autoritarismo con orden y crecimiento económico.
El modus operandi de China en América Latina es el mismo que en el resto del mundo. Cada sede universitaria del IC cuenta con un director local y uno chino. En Argentina, Norberto Consani, director local del Instituto Confucio de la Universidad Nacional de la Plata, admite que las profesoras que vienen de China son “muy cautas… no hay clases de economía política, cero, solamente el idioma”. En un estudio sobre las sedes del IC en Colombia, Yinny Marcela Blanco Rubicano hace una lista de temas en las clases: religión, medicina, cuidado del medio ambiente, geografía, música, danza, pintura, deportes, negocios, costumbres; solo hay un área temática que brilla por su ausencia, que es la política.
¿Puede hablarse de propaganda del Partido Comunista chino en este contexto? Absolutamente. Jowett y O’Donnell definen la propaganda como el intento deliberado y sistemático de construir percepciones, manipular la cognición y dirigir el comportamiento para obtener una respuesta que promueva el interés del propagandista.
Todos los elementos típicos de una operación de propaganda existen en el caso del IC: instituciones involucradas como el Partido Comunista Chino y el Ministerio de Educación; un agente de propaganda que es el propio instituto; mensajes implícitos de que China solo es lo que su gobierno muestra; y una red de personas que indirectamente también contribuye a diseminar el mensaje. Este rol lo juegan las comunidades del IC, los beneficiados por intercambios en China que luego regresan a sus países, las autoridades universitarias locales y las figuras de alto nivel –por ejemplo, el ex presidente chileno Eduardo Frei Ruiz-Tagle– que prestigian con su aprobación este tipo de cooperación con China.
El Partido Comunista Chino sabe que el IC no es una herramienta inocente de difusión cultural. Por este motivo, ha intentado llevar a cabo un intento poco sutil de esconder a los actores que están detrás: el Centro de Cooperación Internacional y Enseñanza de Idiomas, del que formalmente depende el IC, se presenta públicamente como una fundación, no como un organismo gubernamental. La confusión es adrede: esconder al emisor es otra acción típica en las operaciones de propaganda. No es casualidad, además, que China no permita que institutos extranjeros similares se instalen en su territorio.
Las dificultades económicas están siempre a la orden del día en las universidades latinoamericanas, lo que explica su aquiescencia con el IC. La instalación de sedes es económicamente ventajosa para las instituciones de educación superior porque pueden ampliar su oferta académica sin costo y financiar la realización de intercambios y programas en China para estudiantes y docentes. La posibilidad de un financiamiento resulta, sin duda, atractiva para los investigadores locales, pero exige una dudosa contraprestación: el silencio.
China, por supuesto, rechaza los cuestionamientos y sostiene que los cierres de sedes del IC están motivados por prejuicios ideológicos. Pero, el IC constituye, en la práctica, un brazo de un régimen de partido único en centros educativos extranjeros que disemina sus mensajes “inocentemente” positivos sobre China, con el apoyo implícito de las instituciones cooperantes. Las universidades en América Latina no deberían respaldar la oferta académica de un régimen autoritario, que se vale del prestigio de instituciones nacionales para promocionar su modelo y evitar que este sea sometido a debate. El intercambio económico con China no justifica que los Estados de la región permitan este tipo de interferencia disfrazada de diplomacia cultural. ~
es investigador de la Fundación Libertad de Argentina y profesor de ciencia política en la Universidad del CEMA. Escribe regularmente en medios de comunicación de su país y los Estados Unidos.