Una experiencia casi mística. La noche en que se cumplían veintiséis años de la muerte del padre de Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) estaba trabajando en una melodía. Rosenvinge tenía veintiséis años cuando murió su padre. Su historia, un ingeniero danés que renunció a su “cuna de cristal”, como canta Rosenvinge, porque se enamoró de España y del flamenco, y se trasladó aquí después del viaje de novios, se convirtió en el “Romance de la plata”, casi como se la hubieran dictado, ha explicado. Es su tema más coheniano y el primero que escribió para su nuevo disco, Un hombre rubio. La canción, además, cerró un círculo y le permitió reconciliarse con su padre, un hombre de ideas tradicionales y víctima de una idea conservadora de la masculinidad. La canción es una especie de reconocimiento y comprensión del padre (“cómo no voy a entenderte, padre, si es mi misma soledad”) que le dio un nombre que la ha marcado más de lo que creía (rosen quiere decir rosa; vinge, ala). El padre de Rosenvinge podría ser el hombre rubio al que alude el título del disco.
Crecer en público. En el prólogo de Cambiar de idea Zadie Smith escribe que “Cuando una publica a una edad temprana, su escritura crece con ella, y en público”. Es el caso de Rosenvinge: tenía quince años cuando formó parte de su primera banda, Ella y los neumáticos, y cantó un primer hit, “Prefiero ver las series de la televisión antes que salir contigo”. Después llegó Álex y Christina, que bebía del pop francés, y compuso el éxito eterno “Chas! Y aparezco a tu lado”, y después, ella con la coartada de una banda, Christina y los subterráneos. A eso le siguió la fuga en busca de nuevos caminos en Nueva York. Componía en inglés y era una exestrella pop. Volvió al español con Tu labio superior, después de un disco escrito con Nacho Vegas, Verano fatal. Desde entonces, cada disco suyo ha sido saludado, celebrado y esperado: La joven Dolores, Lo nuestro. Y ahora Un hombre rubio. Su evolución ha transcurrido, como otras, a la vista de todos. Cada disco mostraba un paso más en un camino cuya coherencia se aprecia mejor en la distancia. Pop, grunge, cantautora, experimental, indie… Rosenvinge ha experimentado y buceado por la música hasta encontrar su camino y su estilo bastardo, como ella lo llama. Dice que su objetivo es “buscar melodías donde encajen la métrica y la acentuación del castellano. Eso muchas veces supone recurrir a melodías clásicas del bolero y de la copla, pero meterlas en progresiones armónicas que pertenecen más al rock y a otros estilos de música. Es muy divertido. Todo eso –que lo hace mucha gente que escribe en castellano– es lo que hace que el pop en español tenga sentido y tenga carácter”.
Masculino-femenino. En Un hombre rubio Christina Rosenvinge quería escribir desde un yo masculino. En parte, porque quería escribir una canción para Loquillo. En parte, porque la canción de su padre le abría esa posibilidad. Y esa ambivalencia le sirve también para reflexionar sobre lo masculino: hombre es genérico y, por lo tanto, incluye también lo femenino. Las canciones del disco exploran diferentes temas partiendo de esa idea y van jugando con todas las posibilidades. “La piedra angular”, que cierra el disco, está contada desde un punto de vista masculino. Y, como sucedía con las canciones de Mecano, la canta una chica. Christina Rosenvinge dice que con esa canción ha cumplido su sueño de convertirse, por fin, en crooner.
Un disco luminoso. Un hombre rubio es, en realidad, un disco luminoso. De la oscuridad de “La flor entre la vía” (un catálogo sobre las maneras de ser hombre que se salen de la norma impuesta) y del “Romance de la plata” se va abriendo hacia la luz en “Ana y los pájaros” (una especie de celebración del presente), “Niña animal” o “Berta multiplicada” (una elegía alegre). Es un disco ruidoso, hay guitarras y muchas capas de voces (“Afónico”). Una canción sin estribillo sobre un inmigrante (“El pretendiente”) que podría firmar PJ Harvey. Rosenvinge dice que las circunstancias determinan el estilo de sus discos (“Intento convertir todos los inconvenientes que tengo en ventajas y transformar todas las carencias en rasgos de estilo”). Este disco es más ruidoso (y enérgico) porque tiene una banda potente que le ha acompañado en la gira de Lo nuestro. La paradoja está en que pese a la ambigüedad y el cambio de punto de vista, es un disco mucho más accesible que Lo nuestro, por ejemplo. Muchas de las canciones son juguetonas (pienso en “Ana y los pájaros” que abandona la melancolía inicial para hacerse himno a lo liviano –“cuando acabe el mundo que se acabe así”– hacia la mitad con versos que son verdaderos hallazgos como “una semana hizo leyenda, cada noche fue imperial”). En general suena fresco y se acerca sin complejos al pop y recuerda a sus primeros discos en solitario.
Flaubert y Rosenvinge. Se dice que cuando a Flaubert le preguntaron quién era Madame Bovary respondió “Madame Bovary c’est moi”. Me imagino a Rosenvinge respondiendo así a la pregunta de quién es el hombre rubio: “Un hombre rubio soy yo”. Y ahí estaría el resumen del disco: las reflexiones sobre la igualdad, sobre cómo el feminismo es un movimiento liberador también para el hombre, estaría el reconocimiento del padre y la voluntad de comprensión. Hace unos años en el programa Carta blanca Rosenvinge dijo que “hay un código deontológico que te obliga a hacer lo que sabes y hacerlo lo mejor [que puedas] y a asumir todos los riesgos”. Puede que haya cambiado de idea desde entonces, pero afortunadamente no ha dejado de correr riesgos.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).