Hay varias versiones, pero el chiste que se cuenta en Pristina, capital de Kosovo, dice más o menos así:
Hay dos albanokosovares en un barco con turistas de otros países. Pasa uno y le preguntan: “¿De qué país eres?” y responde “Alemania”. Lo abrazan: “¡Muchas gracias! Tu país reconoce a Kosovo”. Después pasa otro y le hacen la misma pregunta: “Francés”. “Venga, ¡gracias por reconocernos!” le saludan con otro abrazo. Y así pasan italianos, suecos, austriacos, holandeses y portugueses. Pero, en un momento dado, aparece un español. Entonces los dos albanokosovares quedan desorientados y uno de ellos decide abrazarlo. “¿Qué haces? ¡España no nos reconoce! ¡Suelta a ese hombre!” reclama su amigo. A lo que el hombre contesta: “Quizás España no nos reconoce, pero no olvides que España descubrió América [Estados Unidos]”.
Para entender la humorada hace falta conocer, al menos, dos datos del contexto: uno, el no reconocimiento español a la independencia de Kosovo es percibido allí como un gran obstáculo para lograr una integración plena a Europa. Kosovo declaró su independencia a Serbia de manera unilateral en febrero 2008 y, si bien la mayoría de los miembros de la UE ha reconocido su soberanía, hay cinco que no: España, Chipre, Grecia, Eslovaquia y Rumania. Durante años la posición española ha sido no solo de no reconocer sino también de evitar toda colaboración posible con Kosovo y los Balcanes, como señalan algunos especialistas como Ruth Ferrero-Turrión.
Y la segunda clave contextual: Estados Unidos es el país más amado por los albanokosovares. El liderazgo de Bill Clinton y la OTAN pusieron fin a la guerra con Serbia (1998-1999) y fueron el primer hito que condujo a la actual República. Estados Unidos ha sido desde siempre el principal aliado estratégico de Kosovo y a este rol político se le suma el atractivo que despierta la cultura popular estadounidense en todo el mundo.
Pero hay un tercer factor: muchos albanokosovares retienen imágenes positivas del mundo hispánico y se resisten a asociar la diplomacia de sus gobiernos con la riqueza cultural hispánica. Otros remates del chiste podrían ser “en España está el mejor fútbol del mundo”. O “eran españolas las telenovelas que mirábamos de adolescentes”, aunque fueran latinoamericanas. O “nuestros abuelos pelearon en su Guerra Civil, quizás tenemos primos allí”. Al contrario de lo que uno podría suponer, cuando los kosovares se enfrentan a la imagen de España aparecen referencias mediáticas, literarias e históricas, una relación que muy pocos españoles conocen.
Esa relación puede ir bastante más atrás que la propia existencia de la República de Kosovo, si es que en las relaciones internacional le reconocemos tal estatuto. Con un 96% de su población que se autodefine de etnia albanesa, los albanokosovares suelen entender la historia, la bandera y los símbolos patrios de Albania como los propios, incluso con más cariño que aquellos definidos por la Constitución de 2008 que creó un Estado multiétnico. Se habla de albanósfera para aglutinar una cultura diseminada en, al menos, cuatro países (Albania, Kosovo, Macedonia del Norte y Montenegro), pero la referencia local es siempre a lo albanés.
Hablar español en Pristina
“Spain, OK. I understand” afirma el taxista cuando pregunta por la nacionalidad del viajero. Los españoles que van a Kosovo, ya sea por trabajo o por placer, están acostumbrados a ese instante incómodo. El interlocutor hubiera preferido un alemán o un inglés, ni que hablar de un estadounidense. Así podría rendirse en halagos al país del visitante y poner en práctica la virtud que más orgullo genera entre albaneses: la hospitalidad.
Pero quien llamó al taxi es español y está protagonizando una escena que, de momento, sería casi imposible que se diera a la inversa. Los españoles pueden viajar sin restricciones a Kosovo, mientras que los kosovares necesitan semanas de planificación para obtener un visado a la zona Schengen y, cuando lo obtienen, leen resignados la advertencia “Minus Spain”.
Si ya lleva algún tiempo en Kosovo, el español sabe que en algún momento surgirá la pregunta sobre por qué España no reconoce a Kosovo y también la aclaración “Kosovo is not like Catalonia”. Pero en raras ocasiones recibirá hostilidades por venir de España.
José Francisco Carpintero es un joven investigador especializado en relaciones internacionales y resolución de conflictos. Desde hace un año reside en Pristina y aún sigue sorprendiéndose por la cantidad de interacciones que ha tenido en español. Confiesa que un hispanohablante “hasta se siente en deuda porque nosotros no sabemos casi nada de ellos y, en cambio, ellos conocen nuestra historia, ven las telenovelas y tienen muy interiorizada la realidad española”. Carpintero afirma que al hablar su lengua en la vía pública se ha encontrado con personas que han caminado varios metros para intercambiar algunas palabras, quizás la única oportunidad en mucho tiempo para ponerlas en práctica.
Kosovo es de los pocos países de Europa en que no hay cursos oficiales de lengua española y quienes se interesan por su lengua y cultura deben pasar horas en internet y practicarlo de manera precaria.
Del Quijote a la Guerra Civil
Ulcinj es una ciudad costera de poco más de 10 mil habitantes en la actual República de Montenegro. Fundada por los ilirios dada su importancia estratégica en el mar Adriático, a lo largo de los siglos la ciudad pasó a manos de romanos, bizantinos, vénetos y otomanos. Hoy día, la mayoría de su población es de etnia albanesa y profesa la religión musulmana. Por si su nombre en italiano, Dulcigno, no aviva al viajero curioso, en el centro de la ciudad vieja un monumento insiste en que fue esta ciudad y no una mujer de La Mancha quien inspiró a Cervantes para crear a Dulcinea, la doncella más recordada de la literatura hispánica, si no universal.
¿Qué hacía Cervantes en Ulcinj? Cuenta la leyenda local que allí pasó parte de su encarcelamiento tras haber sido capturado en 1575 junto a su hermano Rodrigo. Las biografías más aceptadas ubican a Cervantes preso en Argel, pero poco se sabe qué ha sido de su vida en esos casi cinco años de cautiverio. Los albaneses tienen motivos para creer que pasó un tiempo en Ulcinj: conquistada a la República de Venecia pocos años antes, la ciudad portuaria se había convertido en un nodo de piratas y al menos se conoce que el renegado que lo secuestró, Arnaut Mami, era de origen albanés. Si existió una Dulcinea real en esta ciudadela amurallada o no nunca se sabrá con exactitud. El libro “Dulcinium, el amor perdido de Cervantes” de la periodista Ángeles Rodicio se propone investigar las bases de esta leyenda, pero más allá de algún artículo puntual, este tema es casi desconocido entre los hispanohablantes, mientras es un tópico frecuente en la albanósfera.
El supuesto amor entre Cervantes y la anónima mujer de Ulcinj no es el único caso de intercambios afectuosos entre ambas culturas. En Kosovo varias generaciones han crecido escuchando historias heroicas de voluntarios albaneses que participaron en la Guerra Civil española en las brigadas internacionales en apoyo al bando republicano. En la Yugoslavia socialista de Tito, donde la “hermandad y unidad” eran los dos pilares de las políticas interétnicas, la solidaridad con los movimientos partisanos en Europa permitía superar las barreras culturales.
Desde Homenaje a Cataluña de George Orwell a Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway, la Guerra Civil española se ha convertido en uno de los grandes tópicos de la literatura universal del siglo XX. La literatura albanesa también tiene su versión: la novela testimonial Hasta la vista (título original en albanés), del brigadista Petro Marko, es considerado en Albania y Kosovo una pieza fundamental de la narrativa en lengua albanesa. Parte de la novela ficciona un romance entre un soldado albanés y una enfermera española. Nuevamente: en España no solo no se conoce esta obra, sino que el libro tampoco ha despertado el interés de editoriales españolas en traducirla.
En cualquier caso, el patrón se repite: en Kosovo y Albania existe un interés por vincularse con España, un interés no correspondido y del que España puede prescindir e incluso esquivar, dadas las incomodidades de sostener una posición diplomática contraria a la mayoría de la de sus socios euroatlánticos.
La literatura como puente de unión hoy entre lo hispánico y lo albanés
Elvi Sidheri es un escritor y traductor albanés nacido en 1977. Viajó a Madrid para estudiar español hace veinte años y desde entonces ha actuado como uno de los escasos puentes culturales entre el mundo hispanoparlante y la albanósfera. Su primera imagen de España son las películas de Carmen de la Ronda, y los musicales de Joselito, que veían su madre y su abuela. Más tarde llegó el cine de Almodóvar y la música de Julio Iglesias que, recuerda, está vigente hasta el día de hoy.
El propio Sidheri actualiza la historia de romances entre españoles y albaneses en su libro Dy Böte (Dos mundos, sin traducción al español de momento), que ambienta en Madrid una relación entre una traductora albanesa y un periodista español especializado en el Siglo de Oro. Actualmente el escritor está trabajando en una novela basada en tres generaciones de romances entre albaneses y españoles, que empieza en la Guerra Civil y llega hasta la época contemporánea, con la historia de una joven albanesa que viaja a España a buscar sus raíces.
A la hora de buscar referentes de la literatura en albanés los focos se dirigen inmediatamente a Ismail Kadaré, autor de casi cuarenta libros de narrativa y galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2009. Al recibir el premio, el novelista insistió en la importancia que El Quijote tuvo en Albania en tiempos de la dictadura como escenario de utopía. En efecto, parte de la notoriedad internacional de Kadaré se explica por su capacidad de sintetizar y ofrecer al mundo dos claves de su país: por un lado, el feroz régimen autoritario de Enver Hoxha (1944-1985), que convirtió Albania en uno de los países más aislados del mundo en novelas como El Palacio de los Sueños, y, por otro, en novelas como Abril quemado, el universo mitológico alrededor del kanun, nombre con el que se conoce a la tradición oral y el código de honor que aún rige en las áreas rurales del norte de Albania y Kosovo.
Esto ha llevado a que Kadaré sea la gran ventana de la cultura albanesa para buena parte del mundo occidental, pero también a que muchos escritores jóvenes busquen diferenciarse en temas y estilos. Elvi Sidheri, quien considera a Kadaré “un grande, del que estamos todos muy orgullosos” y reconoce que “supo jugar majestuosamente con la censura”, afirma que sería deseable que los lectores hispanohablantes leyeran más autores contemporáneos para tener un reflejo de la cultura albanesa libre de las huellas de la dictadura. Sidheri lamenta que no solo Kadaré, sino buena parte de la literatura sobre Albania, escrita por autores locales o extranjeros, “tienen siempre como puntos de referencia al Kanun medieval, al régimen de Hoxha, a la prostitución y nada más, como si Albania y los albaneses, fuéramos solo esto”.
A nivel de cultura popular quizás el ejemplo más recordado sea la película Taken, en la que Liam Neeson desarticula una banda de mafiosos de Tropojë que había secuestrado a su hija. Mientras en la mayoría de los casos se crean países ficticios para ambientar a los criminales, con Albania el cine no suele tener esa deferencia. Con respecto a Kosovo lo mismo se puede cuando la expresión “Esto parece Kosovo” sigue connotando un lugar destruido y caótico. Mientras tanto, en el Boulevard Madre Teresa de su capital Pristina, la principal calle peatonal del centro, los locales se jactan de ofrecer el mejor macchiato del mundo y los funcionarios internacionales coinciden de noche en librerías hipster como Soma Book Station.
Kosovo se impone como nuevo escenario alternativo de la música pop y electrónica contemporánea, aunque para la mayoría siga siendo ese titular dramático en los telediarios de los 90.
Fútbol y telenovelas: dos pasiones hispánicas en los Balcanes
Quien haya dedicado unos días en los Balcanes sabe que las telenovelas latinoamericanas tuvieron un furor sin precedentes en toda la región. Cuando pregunté en Pristina qué encontraban de atractivo a unas series que no parecían de una calidad extraordinaria, la mayoría señalaba aspectos llamativos de conocer una cultura nueva y lo vincula específicamente a momentos de su juventud o adolescencia durante los noventa, la década más trágica para los Balcanes. En tiempos en que la televisión por cable encarnaba la promesa de una globalización incipiente, escuchar los acentos, las reacciones y los paisajes idílicos generaban, si no un exotismo, al menos una utopía de viajes postergados.
Distinto es el caso del fútbol, la gran pasión hispánica vigente en la actualidad. Todos los fines de semanas, fanáticos del FC Barcelona y el Real Madrid se reúnen para ver a sus equipos desde los bares de Pristina. “Las bromas entre rivales pueden durar hasta un mes”, me comenta un joven estudiante de Ciencias Políticas y miembro de la Penya Kosovar del Barça. Los forofos saben que, así las cosas, difícilmente podrán alguna vez pisar suelo español o conocer sus estadios, pero la pasión les mantiene la ilusión abierta. El fanatismo balcánico –y kosovar en particular– por La Liga se abstrae del debate político y diplomático.
Desde 2016 Kosovo tiene su propia selección de fútbol inscrita en la FIFA. Autoridades diplomáticas y deportivas especulan qué podría pasar si un país como España, que no reconoce a Kosovo, se enfrenta a su selección. En España temen que este choque los ponga en un aprieto con los organismos internacionales deportivos. En Kosovo lo ven como una oportunidad para aparecer en la agenda pública española y lograr que se discuta la situación del reconocimiento.
Pero más allá del reconocimiento –cuello de botella en las relaciones internacionales– desde una perspectiva cultural y antropológica parecería que falta un paso previo: el del conocimiento y, más importante, el del deseo de conocer a ese Otro. Sea en fútbol, en literatura o en política, la relación sigue siendo la misma: el mundo hispanoparlante desestima a Kosovo y lo albanés, mientras el mundo albanokosovar intenta, una vez más, ganar la mirada de lo hispánico.
Juan Manuel Montoro es investigador y especialista en Balcanes.