Enfrente de la catedral de Lisboa, el tranvรญa 28, el mรกs famoso de la ciudad y atestado siempre de turistas, se detiene con brusquedad. Un tuktuk, un vehรญculo motorizado de tres ruedas similar al que se utiliza en varios paรญses asiรกticos, se encuentra en medio de los raรญles mientras espera que se bajen un par de turistas. El conductor del tranvรญa pita, pero los turistas tardan. En los alrededores de la catedral el paisaje es muy parecido. La curva que da entrada al barrio de Alfama estรก lleno de estos particulares vehรญculos. Y de gente que espera para subirse a ellos. O para hacer fotos a la entrada de la catedral con sus smartphones. O a los edificios en cuyos balcones sus habitantes siguen tendiendo la ropa recreando las imรกgenes que han hecho famoso este barrio lisboeta. Pero todo se cubre de un ruido molesto. Pitadas, el run run del motor del tuktuk, el tranvรญa que parece no aguantar mรกs ese mismo viaje que lleva realizando mรกs de un siglo. La catedral, mientras tanto, continรบa impertรฉrrita, pero a todo el mundo parece darle igual este edificio que comenzรณ a construirse en el siglo XII. Frente a la experiencia de montar en esa especie de sidecar, o de viajar en ese tranvรญa para rellenar de imรกgenes Instagram, la Sรฉ no es lo importante.
Lisboa se ha convertido en una de las ciudades top del turismo europeo en los รบltimos aรฑos. Lo dicen las guรญas de viaje, las revistas de tendencias y lo datos. Lo mismo ocurre a lo ancho y a lo largo de Portugal. El Instituto Nacional de Estadรญstica portuguรฉs informรณ a comienzos de este aรฑo que en 2017 el nรบmero de turistas recibidos superรณ los 23 millones (en un paรญs de 10,3 millones de habitantes), en los hoteles. De ellos, seis millones se alojaron en la capital (500.000 habitantes). En total, un 8,9% mรกs que en 2016. Y es muy probable que a finales de 2018 la cifra vuelva a aumentar.
La cuestiรณn es si la ciudad (y el paรญs) puede hacer frente a esta avalancha. Y a golpe de observaciรณn, paseos y mucho trasiego por sus barrios mรกs cรฉntricos como el Chiado, la Baixa y el citado Alfama, solo se adivina una conclusiรณn: la ciudad sufre. El ciudadano sufre. Y es imposible que hasta el turista estรฉ cรณmodo.
La capital portuguesa comenzรณ una operaciรณn de maquillaje y puesta a punto a raรญz a finales de la dรฉcada los noventa, con la exposiciรณn universal de 1998. Quien la hubiera visitado anteriormente podrรญa recordar su degradaciรณn. Cierto que era pintoresca, porque la decadencia siempre tiene su punto estรฉtico, como glosaron los romรกnticos, pero una buena mano de pintura, unos cuantos restaurantes, tiendas y bares chics, dieron luz a una ciudad que apenas tenรญa como reclamo precisamente esa degradaciรณn โy esas sรกbanas y ropa interior tendidasโ y a Fernando Pessoa (el pobre lo sigue siendo, pero su estatua se ha entremezclado tanto con las sillas de las cafeterรญas que apenas es otro sรญmbolo fotografiable mรกs). Seguramente los economistas tambiรฉn aplaudieron. En Lisboa empezรณ a entrar un dinero que alegrรณ notablemente el PIB. Lo que ocurre es que, muchas veces, despuรฉs de los subidones de alegrรญas forzados, llega la resaca. Puede que Lisboa estรฉ en el momento de comenzar a tomar algรบn analgรฉsico.
La ciudad vende la experiencia de lo autรฉntico. De ese tranvรญa 28 que recorre sus calles desde Alfama a Prazeres y que ya no toma ni un lisboeta. Por sus ventanillas solo se ven manos y telรฉfonos mรณviles. En los inicios de esta dรฉcada llegaron los tuktuks, que eran como lo mรกs cool entre los transportes. Se les dieron tantas facilidades que inundaron la ciudad. En 2015, el municipio tuvo que aprobar una normativa para que solo pudieran circular durante doce horas, se determinaran las paradas, se inspeccionara a las empresas, que debรญan contar con una licencia, y se restringieran zonas para evitar atascos y accidentes. A simple vista no ha parecido surtir efecto: los tuktuks circulan por todo el centro sin mucho control (la plaza de la Figueira parece ser su aparcamiento particular) y puede haber paradas en casi cualquier sitio. Los medios nacionales tambiรฉn se han hecho eco de este problema, y reportajes recientes hablan de un transporte que gestionan entre diez y doce empresas y con un coste que puede ser de hasta 70 euros la hora. La frase popular hablarรญa de explotar la gallina de los huevos de oro. Hasta que reviente. Todo muy autรฉntico.
La afluencia del turismo se nota tambiรฉn en la hostelerรญa. A partir de las ocho de la tarde, las terrazas de los restaurantes del centro se colapsan. Y no hay precios populares. Un plato de bacalao a bras no baja de los 12-13 euros. El alcohol, que estรก fuertemente gravado, sube al final la cuenta, ya que una botella de vino de la casa โel mรกs barato de toda la cartaโ es raro que estรฉ por debajo de los 12 euros. Las cervezas tampoco suavizan el ritmo: olvรญdese de tomar 20cl por menos de 3 euros. Menos ahora que se han hecho famosas las artesanales, cuyos precios no bajan de los 5 euros. No hay bar sin su carta de este tipo de birras. Y no, no busque el bar-chollo, esa taberna popular donde van los autรณctonos. Puede que tenga suerte, pero es como si le hubiera tocado el cuponazo.
Lisboa no es una ciudad barata para el visitante espaรฑol. Y muy probablemente tampoco para el lisboeta. El salario mensual medio de Portugal, publicado por el ministerio de trabajo en febrero de este aรฑo, es de 1.107,86 euros. En la capital sube a los 1.388 euros. Comprar un apartamento en el centro cuesta 5.000 euros el metro cuadrado. En las calles mรกs comerciales puede subir hasta los 9.000 euros el metro cuadrado (en la madrileรฑa calle Serrano estรกn en torno a 10.000 euros el metro cuadrado). Y, como resaltaba un reportaje en El Paรญs de enero de 2017, los agentes inmobiliarios casi no dan abasto, principalmente por parte de manos extranjeras. El furor del turismo, para lo bueno, y para lo malo.
Por supuesto, Lisboa mantiene cierto encanto. Sus cuestas son las mismas. Tambiรฉn sigue perenne su ropa tendida. Y sus vistas, ya sean desde el mirador de Santa Justa o el castillo de San Jorge, continรบan siendo espectaculares. Pero algunos la notamos exhausta. A punto de romperse. De tanto querer ponerse guapa ha acabado afeรกndose. Como un mal lifting hecho por un cirujano nefasto. Y que, ademรกs, cuesta una pasta.
es periodista freelance en El Paรญs, El Confidencial y Jotdown.