El oficio de la sátira

El humorista gráfico El Roto defiende la sátira como movilizadora de conciencias y antídoto contra la hipocresía social y la mala política.
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La sátira es un oficio que bajo diversos heterónimos vengo practicando desde hace más de cuarenta años. He tenido ocasión de meditar en lo que se refiere a algunas de sus características, así como sobre las fortalezas y debilidades de este medio.

La sátira es, como todos sabemos, uno más de los múltiples aspectos de la creación gráfica y comparte con el dibujo, por ignorancia o prejuicios, el sambenito de ser considerado por algunos teóricos y parte del público no especializado lo que se suele llamar un arte menor, un prejuicio que, en los últimos tiempos, parece que por fortuna viene siendo ampliamente revisado y corregido.

Sin embargo, como es sabido, la sátira gráfica es un género que tiene una antigüedad documentada de, al menos, 5.000 años, pues ya en tiempos del antiguo Egipto y, por supuesto, también en las épocas más recientes griega y romana, se conocen ejemplos excelentes de caricaturas satíricas dedicadas a dioses, faraones, reyes, gobernadores, presidentes y prebostes en general, es decir, a los personajes más poderosos de cada momento histórico y, por supuesto, a los usos y costumbres de cada época.

Pero limitándonos a los tiempos más próximos, es evidente que su uso ha ido en aumento tanto en cantidad como en influencia, de forma casi exponencial, desde la alta Edad Media, una época especialmente convulsa en el terreno político y religioso de la que han quedado una infinita variedad de ejemplos de extraordinaria calidad, atravesando todo el renacimiento y el Barroco (recordemos las magníficas caricaturas de Leonardo, El Bosco, Brueghel o los Carracci, Callot, etc. hasta llegar a nuestro Goya). Alcanza su máxima expresividad y uso político a finales de los siglos XVIII y XIX en Inglaterra y Francia, con Hogarth, Rowlandson y Daumier como máximos representantes de una larga lista de grandes maestros, y en el resto de Europa en los siglos XX y XXI, muy en especial durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, con los dibujantes de Simplicissimus (Grosz, Gulbransson, Arnold) y otros a la cabeza, estableciéndose posteriormente de manera firme como elemento permanente en la prensa escrita y revistas satíricas, e iniciando en los últimos años una transición hacia otros usos, quizás debido a la aparición de otros medios de comunicación más potentes, como la radio o la televisión.

Pero para comprender mejor este fenómeno de supervivencia de un género tan aparentemente frágil quizá sea útil conocer algo más de la naturaleza misma de la sátira gráfica.

Aunque también lo han practicado algunos pintores –recordemos los trabajos ya citados de Brueghel, El Bosco, a los que podemos añadir los magníficos ejemplos de Ensor, Toulouse-Lautrec, Kubin, Juan Gris, Sironi, Solana y muchos otros–, la sátira ha sido mayoritariamente ejercida por dibujantes y grabadores a través de distintas técnicas, pero predominantemente en forma de aguafuertes, litografías, xilografías o linóleo, técnicas que permiten su multiplicación casi infinita y por tanto su mayor difusión en hojas sueltas, panfletos o reunidos como ilustraciones en libros o libelos. En épocas más recientes, con el desarrollo de la prensa escrita, su producción se ha multiplicado y extendido por todo el mundo, y su presencia resulta habitual y casi obligada en periódicos, carteles subversivos o de propaganda, fanzines y en otros múltiples formatos.

Resumiendo, podemos decir que en líneas generales la sátira ha tenido una función salutífera y liberadora para la sociedad. Ha permitido exponer con claridad sus lacras y deficiencias, con un coste relativamente modesto para el poder, que por su propia naturaleza impulsiva y voluntad hegemónica siempre pretende ejercer un dominio sin cortapisas.

Hay un punto que quisiera añadir para no dar una impresión desequilibrada por excesivamente favorable o laudatoria de este extraño híbrido que es la sátira gráfica, y es el hecho de que su función no ha sido siempre libre, emancipadora o humanista, pues en demasiadas ocasiones ha sido ejercida (y lo sigue siendo) de forma mercenaria para la lucha política, las causas bélicas y como instrumento de confrontación social y de odio hacia algún sector de la población. Ejemplos de todo ello hay en demasía en toda época y lugar.

Es obvio que este uso espurio no empaña sus grandes posibilidades comunicativas y reflexivas, y resulta evidente su eficacia como movilizador de conciencias y como instrumento amplificador de la resistencia contra las injusticias sociales y las tiranías y, por supuesto contra las diversas formas de la hipocresía social, la mala política, las pulsiones dictatoriales, las sinrazones de la razón o la estulticia generalizada de una sociedad adormecida.

Estas posibilidades hacen a la sátira especialmente útil y codiciada para su uso partidista y manipulador. Este punto es una de las grandes debilidades del género, pues en demasiadas ocasiones ha habido profesionales que se han dejado utilizar para estos lamentables fines, poniéndose al servicio de un partido, unos intereses económicos e ideológicos o la posición política del medio en el que trabajan, olvidando su necesaria independencia y libertad de pensamiento.

Por último, quisiera hacer hincapié en un elemento esencial de este vehículo que ya he mencionado previamente: su doble característica formal y verbal, es decir, su ubicación en un espacio fronterizo entre la reflexión política, la filosófica y la moral, y en estrecha relación con las artes plásticas y la poesía visual.

Llamo la atención sobre este aspecto plástico, tan esencial para su capacidad comunicativa pues a mi entender es lo que le permite situarse por derecho propio en el amplio territorio de la creación visual y que, por tanto, será la potencia de las imágenes, la calidad gráfica, la innovación formal, la voluntad creativa y el desarrollo de sus posibilidades expresivas lo que permitirá su mayor o menor permanencia en el tiempo y su mejor difusión en diferentes áreas culturales (desde libros y periódicos a exposiciones, colecciones y museos).

Ejemplo claro de la mayor permanencia de la imagen frente al texto lo da la Enciclopedia de Diderot: seguimos disfrutando de sus bellísimas láminas mientras que los textos explicativos apenas tienen hoy en día algún interés.

Para terminar, quisiera dejar constancia de dos circunstancias que favorecen actualmente el desarrollo de la sátira. Por un lado, la existencia de la libertad de expresión (frágil, pero que se resiste a desaparecer) y, por el otro, la apertura a distintas formas de pensar y de imaginar. Sin la receptividad de un público que sepa apreciar la innovación formal, o los enfoques paradójicos y sorprendentes de los textos e imágenes, así como la flexibilidad mental que caracteriza y aporta la sátira, y por supuesto sin el apoyo de los responsables de la prensa escrita (directores, redactores y diseñadores), el trabajo de tantos excelentes profesionales que dedican su talento a este difícil género sería mucho más difícil y complicado.


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