En efecto: hay imágenes que dicen más que mil palabras. El lector conoce la historia: a finales de la semana pasada, un contingente de maestros de la CNTE se dirigieron a las oficinas de la SEP, en República de Brasil. Con absoluta impunidad, armados con palos, piedras y otras linduras, comenzaron a golpear el portón del edificio, una joya arquitectónica, patrimonio de la nación. Subidos en andamios, patearon los herrajes. Arremetieron con vigas de madera hasta hacerle dos boquetes. Enardecidos, arrancaron tubos y atizaron, de nuevo, las puertas. Un tipo de camisa de mezclilla y gorra verde golpeó el portón con esa saña que sólo da la certeza de estar exento de castigo. Después, con otros, intentó prenderle fuego son un soplete improvisado. En las fotografías se les ve sonrientes, despreocupados. No les importó la presencia de las cámaras de televisión, que permitirían identificarlos claramente. Mucho menos les pesó la presencia de la policía, meros espectadores que, es de suponerse, no habían recibido órdenes de detener el vandalismo. El viejo portón, que sirve como acceso principal y data de 1731, resultó severamente maltratado. A la mañana siguiente, parecía un herido mudo. Había soportado todo el siglo XIX y el XX; conflagraciones, turbas y temblores. Pero no aguantó el embate del México del 2010, hundido en la más vergonzosa impunidad.
Horas más tarde, el secretario de Educación se quejaba, con justa razón, de la pasividad policial. “Me parece muy grave que la policía del Distrito Federal, que estuvo observando lo que sucedía, no haya intervenido”, dijo Lujambio. “Creo que todos los mexicanos debiéramos asumir una posición muy firme en defensa del orden y por supuesto en defensa de los bienes culturales que son de todos”. El gobierno capitalino no tardó en responderle. José Ángel Ávila, secretario de Gobierno del Distrito Federal, aclaró que nadie le había pedido a la policía local que protegiera el inmueble. Además, explicó Ávila, cuando los maestros habían comenzado a golpear el portón ya era demasiado tarde: los andamios junto a las puertas hacían imposible pensar en una intervención para protegerlas por el “riesgo de provocar una situación de alto conflicto”. En cambio, dijo Ávila como broche de oro, nada hubiera ocurrido si la SEP hubiera atendido las muy sensibles demandas de los manifestantes de la CNTE.
Es curioso. Naturalmente, al lamentable episodio de la SEP hay que compararlo con lo ocurrido dos días antes en las calles de Tepito. Ahí, un grupo de vándalos también había hecho de las suyas. Impulsados por un rumor infundado sobre un supuesto robo de niños, los rijosos habían bloqueado calles, comenzado una gresca y secuestrado un camión. Ahí sí, a las autoridades capitalinas no les temblaron las manos. Sin temor a que ocurriera “una situación de alto conflicto”, la Secretaría de Seguridad Pública local actuó responsablemente y sin titubeos tomó cartas en el asunto: acabó con la revuelta, retomó el control del Turibús arrebatado y detuvo a cuanto responsable se le cruzó en el camino. Muchos de ellos deberán responder por cargos diversos, además de hacerse responsables por los daños causados. El jefe de Gobierno, de visita en Europa, fue muy claro: “Al final del día, la orden fue: abran esa avenida y controlen el vandalismo de esta gente”. Ahí no hubo pretexto alguno, ni siquiera para evitar “situaciones de alto conflicto”. En el caso de Tepito hubo, simplemente, un gobierno responsable.
¿Cuál es, entonces, la diferencia entre el trato a los vándalos de Tepito y los de República de Brasil? Sólo una: la que confiere el interés político. Para el GDF, el portón de la SEP era asunto de Lujambio y, claro, del gobierno federal. Tepito no; ese sí era asunto que había que atender, so pena de perder puntos —y aliados— políticos. ¿Y el portón de la SEP, ese que es patrimonio de México desde hace casi tres siglos? ¿Y la paz en el Centro Histórico? Pues importa poco; auténticos daños colaterales de nuestra tragicomedia.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.