Instrucciones para que el tiempo no se nos pase volando

En cada diciembre mucha gente tiene la sensación de que la vida se le pasa demasiado rápido. Según los expertos, la clave para que eso no suceda radica en darle una mayor densidad a nuestras experiencias.
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Y entonces nos damos cuenta de que ya estamos de nuevo en diciembre, que está por irse otro año, que el tiempo es veloz.

Y es más veloz aún cuando nuestro equipo va perdiendo y, aunque lo busca por todos los medios, el gol del empate no llega. Y sin embargo nos desesperamos de lo larguísimos que son los minutos cuando es nuestro equipo el que gana y el rival el que no deja de atacar.

Y de pronto descubrimos que ciertas cosas que creemos que han ocurrido hace dos o a lo sumo tres años en realidad sucedieron hace ocho, y en cambio otros episodios, de los cuales tal vez pasaron tres o cuatro lustros, los tenemos tan presentes y frescos en la memoria como si hubieran sido ayer. Y nos preguntamos una vez más: ¿por qué nuestra percepción del tiempo funciona de modos tan extraños?

 

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Michael G. Flaherty, un catedrático estadounidense que ha dedicado más de treinta años a investigar la percepción del paso del tiempo, ofrece una explicación. Dice que esa percepción varía de acuerdo con lo que él llama la densidad de la experiencia humana, una densidad que depende del volumen de información objetiva y subjetiva que cada período de tiempo contiene.

La información objetiva es mucha, por ejemplo, en un combate: ocurren infinidad de cosas en muy poco tiempo. Flaherty recoge el testimonio de soldados que destacan que el tiempo parece transcurrir más despacio durante una batalla. Algo parecido ocurre cuando estamos de viaje, o cuando nos levantamos mucho más temprano de lo habitual y realizamos, a esas horas, actividades poco corrientes. El tiempo se llena de tanto contenido novedoso que lo ocurrido pocos días antes, o en la mañana del mismo día, parecen recuerdos de mucho más atrás.

Cuando sucede todo lo contrario, es decir, cuando tenemos la sensación de que no pasa nada, el tiempo también se llena, pero de información subjetiva. Sin nada que hacer, nos concentramos en nuestras propias acciones, en los detalles que nos rodean, en nuestro propio aburrimiento. Son experiencias muy densas. Esto sucede en situaciones triviales, como en un trabajo de atención al cliente en un lapso en que no hay clientes, y también en situaciones terribles, como el régimen de aislamiento en una prisión. Que el tiempo no pase es un castigo.

Las tareas rutinarias, que se ejecutan casi sin pensar, representan el caso opuesto. Como no son nada memorables, tienen una densidad escasa y generan la sensación de que el tiempo pasa volando. Si tenemos en cuenta que —ay de nosotros— los días de nuestra vida se componen sobre todo de acciones rutinarias, es normal que cada diciembre escuche nuestras mismas quejas una y otra vez.

 

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Existen relatos que generan en muchas personas la sensación de que “no pasa nada”. Pienso, por ejemplo, en las novelas de Juan José Saer. El narrador se concentra en los detalles de un modo casi obsesivo y dota a sus textos de una densidad deslumbrante. El mismo Saer, al aludir a su estilo, lo explicó en una frase que hemos citado ya en alguna ocasión:

“Tal vez (es una simple suposición) mi insistencia en los detalles proviene de un sentimiento de irrealidad o de vértigo ante el espesor infinito de esas imágenes. Más que con el realismo de la fotografía, creo que el procedimiento se emparienta con el de ciertos pintores que emplean capas sucesivas de pintura de diferente densidad para obtener una superficie rugosa, como si le tuviesen miedo a la extrema delgadez de la superficie plana.”

¿Hasta dónde se puede llenar el tiempo? ¿Cuántas cosas caben en un instante? Zenón de Elea nos diría que infinitas. Dicen que justo antes de morir vemos pasar toda nuestra vida como una película por delante de nuestros ojos; no tenemos idea de cuánto dura subjetivamente esa película. En “El milagro secreto”, de Borges, el último instante en la vida de Jaromir Hladík dura un año para darle tiempo a terminar su última obra. El protagonista de “A la deriva”, de Horacio Quiroga, goza de “una somnolencia llena de recuerdos” en el bienestar que experimenta justo antes del fin. El de “El incidente del Puente del Búho”, de Ambrose Bierce, vive aún otro día y otra noche para ver una vez más su casa y a su mujer…

Hace una década, como parte de un experimento organizado por el neurocientífico David Eagleman, varias personas se lanzaron en caída libre desde una altura de 50 metros a una red. Después, cuando les preguntaron cuánto creían que había durado el salto, los participantes respondieron el triple del tiempo que había durado en realidad.

Pareciera que la longitud subjetiva del tiempo es proporcional a la intensidad de nuestras emociones. Quizás (esta también es una simple suposición) la percepción de lo que dura el segundo previo a la muerte sea como una ecuación que tiende al infinito. Puede que ese instante final sea tan denso como un agujero negro. En cualquier caso, es mejor suponer que todavía estamos lejos de poder comprobarlo.

 

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Por todo esto, el mejor antídoto para evitar la sensación de que el tiempo pasa demasiado rápido consiste en darles densidad a nuestras experiencias. Poblar el tiempo de recuerdos futuros. “Si quieres que parezca que tu vida ha durado más —le dijo el citado Eagleman a Eduard Punset—, lo que tienes que hacer es perseguir cosas nuevas, necesitas probar cosas nuevas todo el tiempo, conducir por un camino distinto cuando vuelves a casa… Si siempre almacenas recuerdos nuevos, parecerá que tu vida ha sido más larga”.

No tenemos otra cosa que tiempo. No somos, en efecto, otra cosa que tiempo. Borges lo dice, como siempre, mucho mejor:

“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.”

Es probable que ningún verano sea ya tan largo como los de nuestra infancia, pero podemos proponernos que el próximo dure más que los anteriores. Y que el próximo diciembre no nos agobie con la sensación de que otro año se nos pasó con fugacidad. Tenemos muchos días por delante para darles textura y densidad, para alejarnos de la extrema delgadez de la superficie plana. Aprovecharlos o que pasen de largo depende, en parte, de cada uno de nosotros.

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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