Si vas a vivir el sueño californiano, nunca escaparás de las pesadillas.
Soy un chico soñador de Pasadena. La segunda mañana después de la tormenta de fuego, me puse mi gafete de prensa y me dirigí a Altadena, la ciudad no incorporada al pie de la colina en la frontera norte de mi ciudad natal. Es un viaje que he hecho miles de veces.
Manejé a través de mi vida. Pasé por delante del Templo Judío de Pasadena, donde mis tres hijos fueron a preescolar, ahora destruido. Pasé por el Altadena Town & Country Club, donde se casó mi hermana, ahora en ruinas.
Pasé por Eaton Canyon, donde hice excursiones en mis años escolares y en mi luna de miel, un lugar que ahora es sinónimo de uno de los incendios más devastadores de la historia del estado.
Cuanto más ascendía por la montaña, más casas quemadas veía. Muchas pertenecían a amigos, viejos y nuevos. Cuando llegué a Loma Alta Drive, casi todo eran escombros humeantes. Abrumado, me estacioné junto a un caminito que llevaba a un sendero.
El letrero de la callecita decía: “Zane Grey Terrace”.
Me reí entre lágrimas. ¿Qué diría Zane Grey de todo esto?
Zane Grey, como tantas otras figuras californianas del pasado, ha caído en el olvido. Pero en la primera mitad del siglo XX fue quizá el autor más vendido del país.
Escribió docenas de novelas y relatos pulp sobre el Oeste americano. Muchas trataban sobre hombres y mujeres de ciudad y sus luchas por asentarse y sobrevivir en cañones y colinas con entornos despiadados. Sus libros podían estar escritos de forma torpe, pero a Hollywood le encantaban, y convirtió tantas historias de Grey en películas y programas de televisión que se volvieron clichés, imágenes icónicas de la vida en este lado del país.
El viaje personal de Grey se parecía al argumento de una de sus novelas: era un loco californiano por excelencia, aunque no más loco que comprar una casa en una ladera seca y pensar que has encontrado un hogar duradero.
Grey era un dentista neoyorquino deprimido, casado con una maestra, cuando empezó a escribir relatos. Sus libros empezaron a venderse y se trasladó a California, instalándose en una finca diseñada por el arquitecto Myron Hunt en la calle Mariposa de Altadena. Allí vivió el sueño californiano, en el interior y al aire libre, con fácil acceso a rutas para caminar y escalar, así como al arroyo y las cataratas de Eaton Canyon. Altadena sería su residencia hasta su muerte en 1939.
“En Altadena he encontrado esas cualidades que hacen que la vida valga la pena”, escribió, según una biografía.
Por supuesto, su vida no fue fácil. Nunca escapó de sus oscuros estados de ánimo ni de la la depresión. Y tenía una imprudente vida secreta que podía perjudicar a las personas que amaba.
En público, Grey era una fuente de piedad progresista, que arremetía contra el alcohol, el sexo, el “meneo y el contoneo” del baile y la búsqueda de hacer fortuna. “El dinero es Dios en los países antiguos”, escribió en The Call of the Canyon. “Pero nunca debería convertirse en Dios en América”.
Grey nunca dejó de hacer libros y dinero. Y satisfacía sus propios deseos: casas y tierras, viajes de aventura que lo llevaban lejos durante meses y mujeres hermosas. Conoció al menos a una amante mientras hacía senderismo en el Eaton Canyon.
“Vi su melena ondulada contra las rocas del cañón”, escribió. “Parecía la encarnación del Oeste que retrato en mis libros, abierto y salvaje”.
En su hipocresía y egocentrismo, Grey era como los californianos prósperos de hoy en día: moralizando al mundo sobre la vida responsable, el respeto a la naturaleza y la búsqueda de la justicia, mientras no se niegan nada a sí mismos, mucho menos una bonita casa en la ladera de una colina con vistas impresionantes.
Cuando las casas de nuestros amigos se incendian o se deslavan por la colina, nos decimos a nosotros mismos que ese es un precio que debemos pagar de vez en cuando, las dificultades que debemos soportar temporalmente, por la belleza y la generosidad de la vida cotidiana. Y en esta época de cambio climático, nos proponemos alejarnos del fuego, ser más responsables, vivir de otra forma, aceptar los límites.
Pero, ¿tenemos realmente la intención de cumplir alguna de nuestras promesas? ¿Realmente nos creemos a nosotros mismos?
Conocemos la respuesta sincera. Pero nunca nos atrevemos a decirla en voz alta.
Excepto cuando contemplamos las casas y negocios quemados en Altadena. O cuando vemos arder en la televisión una hilera de casas en la playa de multimillonarios. O cuando conducimos por la calle Mariposa de Altadena y descubrimos que el incendio de Eaton ha destruido la finca de Zane Grey, un tesoro arquitectónico bien conservado.
Entonces, sólo entonces, soltamos la verdad.
“Increíble”, decimos.
Por supuesto, lo increíble no son las escenas de destrucción.
Lo increíble somos nosotros.
En nuestra defensa, los californianos debemos ser increíbles para sobrevivir. Los californianos tenemos que considerarnos los ganadores del mundo porque ¿cómo podríamos seguir adelante si admitiéramos la verdad: que somos unos perdedores, cuyos antepasados fueron los perdedores del mundo, que huyeron aquí para que nosotros viéramos nuestra start-up fracasar, o tener carreras de actores que nunca despegan?
No podemos reconocer que la muerte, la destrucción, la desesperación y los sucesos apocalípticos son rutinarios, porque entonces no podríamos vivir aquí. Así que creamos y habitamos nuestros propios mundos.
Como dice Jim Lasstier, el protagonista de la mejor novela de Grey, Riders of the Purple Sage: “o sueñas o te vuelven loco”
Pero sólo podemos defendernos con sueños durante un tiempo. Al final, las pesadillas nos despiertan.
Quizá piensen que me he vuelto loco, pero creo que las mayores pesadillas, los desastres que nos sacuden, no son una maldición de California.
Más bien podrían ser el mayor regalo de nuestro estado. Porque nos despiertan de las distracciones de nuestros sueños. Nos hacen apartar la vista de la belleza de este lugar y nos obligan a vernos unos a otros, e incluso a hablar con nuestros vecinos.
Cuando despertamos a la pesadilla, estamos más conectados. Somos más generosos y humanos. Vemos la realidad de frente y hacemos nuevos planes. Somos, aunque sea fugazmente, creíbles.
Incluso Zane Grey, productor masivo de ficción sobre el Oeste, conocía esta verdad. Al final de su carrera, escribió una “Receta para la grandeza”, que habla de lo que hace falta para dar lo mejor de nosotros mismos en esta California de pesadilla:
Soportar la pérdida; luchar contra la amargura de la derrota y la debilidad del dolor; vencer la ira; sonreír cuando las lágrimas se acercan; resistir a la enfermedad y a los hombres malvados y a los bajos instintos; odiar el odio y amar el amor; seguir adelante cuando parecería bueno morir… ~
Esta columna se publica conjuntamente con Zócalo Public Square.
escribe la columna "Connecting California" para Zócalo Public Square.