Neil Gaiman y los pies de barro

Neil Gaiman, fenómeno de masas dentro del mundo de la literatura fantástica, ha sido acusado públicamente de agresión sexual por varias mujeres.
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En Esto es agua (un discurso convertido en un pequeño ensayo), el difunto David Foster Wallace decía que no existen los ateos. “Todo el mundo adora [algo]. La única elección que tenemos es qué adorar. Una excelente razón para adorar a Dios […] tiene mucho que ver con que cualquier otra cosa que adores acabará por comerte vivo”. Cuando en el futuro estudien nuestro tiempo (si es que en el futuro hay arqueólogos, profesores, estudiantes, o siquiera seres humanos), no se les pasará por alto el culto a la personalidad en el que estamos inmersos. Cantantes con su propia línea de perfume y ropa, actores cuyas tonterías replicamos como si fueran la palabra revelada, futbolistas con patente de corso en lo personal, social y financiero, políticos encumbrados por encima de sus propios ideales y partidos. Hay, en nuestro tiempo, incluso gente que te cobra por darte consejos. Somos frágiles, patéticos, y también algo ridículos. Las anécdotas con famoso son pequeñas y fugaces, pero crean un mundo. El mundo de millones de personas se cayó al suelo hace unas semanas a raíz de un artículo en Vulture, titulado “Call me Master”. El objeto del artículo no es otro que Neil Gaiman, uno de los escritores de fantasía más importantes del mundo, ahora conocido por las masas gracias a las adaptaciones de sus obras American Gods y The Sandman (quedan muy lejos ya Coraline y Stardust). 

Neil Gaiman fue para muchísima gente –entre la que me encuentro– mucho más que un escritor o un guionista de cómic. Fue un hermano mayor, un tutor, o casi un amigo invisible. Mirábamos mi amiga Esther y yo su foto allá por los noventa y comentábamos lo guapo que era Neil, aunque no sabíamos cómo eran sus ojos, porque en aquella foto llevaba gafas. Éramos el tipo de chica que se enamora del escritor y no del rockero. A Neil Gaiman lo leíamos las chicas, y por eso los chicos le odiaban. Ellos eran más de Lobo que de Las Benévolas. Gaiman, vinculado a la escena siniestra, creó personajes tan icónicos (icónicos de verdad, no como se utiliza ahora la palabra) como Muerte, el Corintio, Orquídea Negra, o el mismo Sandman, entre muchísimos otros. Los cómics escritos por Neil Gaiman no solo eran populares, sino que tenían una esencia reconocible, una querencia por lo macabro, y eran radicalmente contemporáneos. Si nosotros éramos los freaks, él era uno de los nuestros. Lo que no sabíamos es que él, en la película de Tod Browning, habría sido interpretado por Olga Blacanova y no por Daisiy Earles. Gaiman escribía sobre el mundo adulto tal y como sería si la ponzoña estuviera atravesada por una daga de magia y clarividencia. Sus obras estaban llenas de referencias a otras lecturas que él te descubría –te las descubría porque tenías catorce años, la verdad sea dicha– o que te dejaba escondidas para que un día te maravillasen. Un buen libro, se dice, es el que te acerca a otros libros. Sus obras Sandman, Orquídea Negra, Muerte: el alto coste de la vida, y La cruzada de los niños iniciaron un bum en el mundo del cómic, y Neil fue fagocitado por su propio estilo. Salieron muchas obras inspiradas en su universo, todas de la mano de Vertigo, el sello de DC Comics para el joven gótico inadaptado. Destacaré, para curiosos,  La casa de los susurros, y La chica que quería ser muerte, y Lucifer (no serán las mejores, pero son mis favoritas).

Gaiman podría haber sido un one hit wonder del mundo del cómic, pero obras como El día que cambié a mi padre por dos peces de colores (ilustrada por Dave McKean, habitual colaborador de Gaiman, entre otros, además de autor del imprescindible Cages), Casos violentos o la menor aunque entrañable La última tentación de Alice Cooper daban fe de que estábamos ante un autor con un prodigioso mundo de fantasía.  Empero, entre los lectores de cómics más elitistas se decía que “el bueno de verdad era Alan Moore”. Y es justo decir que, cuando cumples años, Alan Moore gana, y Neil Gaiman pierde un poco.  No obstante, ningún lector de Gaiman olvida a Gaiman. Le dejas de leer, quizás, pero su obra no sale jamás de ti. Hay un Ávalon en nuestra memoria en cuyas orillas reposan igual un idílico romance de verano, algún inservible pero inspirado ritual de magia negra, un disco, un vestido para la primera fiesta de Nochevieja, algún beso en la parada del bus nocturno, y esas obras que nos marcaron cuando éramos más inocentes de lo que nos creíamos. En esa isla permanece intacto todo lo que nos hizo ser quienes somos. Luego, ya en el mundo de los mortales, aparecen las cosas de los adultos. Mientras nosotros empezábamos con las facturas, los pisos compartidos, los trabajo en prácticas, el carné de conducir, y todas esas cosas inevitables e imprescindibles que hacen del mundo algo prosaico, Gaiman sacaba novelas y cuentos que se vendían muy bien y que eran “de autor”.  Este hombre podría haber sacado un cuento de un folio y haberlo vendido en tapa dura con sobrecubierta dorada. No todas sus obras en prosa fueron como Buenos presagios (coescrito con Terry Pratchett, donde podemos decir sin miedo al error que Gaiman hizo la trama y Pratchett el texto) o Coraline. Nos encontramos con cosas tan tediosas como El libro del cementerio o Los cazadores de sueños, pasando por éxitos de ventas como Neverwhere y American Gods. Neil Gaiman era, en sí mismo, una marca registrada, y también un fenómeno de masas dentro del mundo de la literatura fantástica. Se hablaba de una posible adaptación de Sandman (cosa que siempre reclamaron los fans), pero llegó primero American Gods. Y habían llegado ya, por qué no decirlo, las redes sociales. 

Neil Gaiman había hecho como todos los hombres que consiguen éxito y dinero: su primera mujer había desaparecido para dar paso a una segunda esposa más guapa, más joven, más delgada, y mejor vestida y maquillada. Los matrimonios hace mucho que no son para siempre, máxime si el marido se hace mundialmente famoso. Gaiman tenía groupies, igual que las estrellas del rock. Pero Gaiman no daba la imagen de una estrella del rock. Era dulce en las entrevistas, amable con los fans –a los que solía responder en redes sociales– , y entregado a las causas más nobles, sobre todo las que atañen a las mujeres y/u homosexuales. ¿Era Neil un aliade? Lo era. Nuestro aliado, nuestro amigo, y también nuestro mentor (del pasado o del presente, eso según a quién le preguntes). El artículo de Vulture ha sido un puñetazo en el estómago para todos sus lectores, tanto los presentes como los históricos. No solo es un (presunto) agresor, sino que los detalles, como en tantos casos, coinciden de unas víctimas a otras. Tenemos a un hombre rico y famoso que ha aprovechado situaciones de indefensión (entre las que se encuentra el de dos mujeres en situación de sinhogarismo) para forzar prácticas sadomasoquistas en las que se han retorcido sentimientos y voluntades para eliminar el placer de la mujer, que es lo que le gusta no al sadomasoquista, sino al violador. Su ahora exmujer, embarcada entonces en una relación abierta, era conocedora al parecer de las circunstancias en las que se producían estas relaciones y solo le preocupó que su hijo tuviera los auriculares puestos mientras todo sucedía. Resulta que Gaiman, de entre sus propios personajes, está más cerca de sus personajes Jack Rabbit que de Coraline.  

Queda lejos ya el parque en el que me reunía con Esther a leer los cómics recién adquiridos, aquellos en los que había una sola foto de Neil Gaiman, que nos parecía guapo pero de quien ignorábamos el color de ojos. Qué cursilada. Quién nos lo hubiera dicho. Ese parque queda ya tan lejos como los tiempos en los que los animales hablaban. Hoy, en 2025, Daniel Gascón me hace llegar un artículo de The Guardian firmado por Marina Hyde en el que habla de cosas de adultos (tan lejos de las fantasías de The Sandman) que se quedan olvidadas junto a los detalles escabrosos que cuentan todas esas mujeres. Qué raro que Neil y Amanda solo contrataran a fans para ser niñeras. Qué raro que contratasen a una niñera para un día en el que el hijo estaba fuera de casa. Qué extraño es ofrecer dinero para reparar un daño que se supone que no has hecho (y que Gaiman decía que era para que la no agredida pudiera ir a terapia). Qué rocambolesco es que le hagas firmar un contrato de confidencialidad a una mujer para luego decir que quieres que las víctimas alcen la voz. Qué fuera de la norma está todo. Tori Amos, cantante y amiga desde hace décadas de Neil Gaiman, dice que al hombre que describe el artículo, ella no lo conoce. Dice que jamás se mostró así frente a ella o frente a su equipo. Pudiera tener este ídolo caído en desgracia una doble faz. Muchos hombres dicen que no se debe dar altavoz a este tipo de acusaciones sin haber un juicio. Otros dicen que, aun habiéndolo, habría que ver, que la justicia es muy esquiva. Otros más silenciosos, lectores de cómics para más señas, dicen que algo le veían a Neil. Porque las chicas nos vemos el plumero unas a otras, y los chicos se lo ven entre ellos. El truco es el truco. Y Neil Gaiman era un escritor para chicas (que no para mujeres) en un mundo de chicos (y sí, de hombres). 

“Me gustan las historias en las que las mujeres se salvan a sí mismas”, dijo en una ocasión. Esta cita, repetida y replicada cientos de veces, era la prueba irrefutable de la bondad de este hombre que, ahora mismo, es más oscuro que las más oscura de sus fantasías. ¿Sobre qué escribirá Neil Gaiman ahora? ¿Qué muchacha postadolescente, tímida, huérfana y de pelo azul será la protagonista de su próxima obra? ¿Con qué cara –de cemento– presentará sus nuevos trabajos ese hombre que pide que le llamen amo? Cuando vino a España hará unos once años a firmar en la Feria del Libro, alguien me contó que le dedicaba mucho tiempo a sus fans. No a la gordita soñadora sin amigos, ni al gay apocado que lleva dos horas en la cola y que estudia en un instituto del extrarradio donde le insultan día sí día también. El tiempo se lo dedicaba, por lo visto, a las jovencitas casi menores de enormes pechos que iban a ver si les firmaba el libro y a rascar una foto con el ídolo. No es el primero ni el último escritor que lo hace. Sorprende un poco que tanto mundo interior sirva, en la vida real, para poco más que para ser un Fernando Esteso de la vida, un rijoso sesentón que se congratula de tener a lectoras guapas, al contrario que el grueso de los autores de cómics. Imaginen por un momento la cola de las firmas de Álvarez Rabo y, al lado, la de Neil Gaiman. Hombres de mediana edad con gafas versus postadolescentes vestidas de negro. Cómo se ven las costuras ahora. 

Pero esto nos pasa, como muy bien dice Foster Wallace, por adorar a quien no debemos. Y peor que adorar, por idolatrar. El deseo humano es infinito. Nunca tendremos suficiente de aquello que sea que deseemos, y el objeto de nuestro deseo es, casi siempre, la versión barata de aquello que realmente necesitamos: que nos quieran, que nos admiren, que nos respeten, que nos tengan en cuenta. Ya se dice en teoría del guion: qué quiere tu personaje versus qué necesita tu personaje. No sé qué necesita nuestro personaje, Neil. No sé si tiene que ver con su infancia en la cienciología, o si es algo más adolescente y primario. Qué enorme decepción. Está en lo cierto Foster Wallace: “Adorar a otra cosa que no sea Dios te acabará comiendo vivo”.  Así es. Así fue. 

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es escritora y guionista. Este mes se publica su novela Las palmeras (Algaida)


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