Tres apuntes sobre el triunfo de lo terapéutico

La política cultural identitaria es la política de la inmutabilidad autárquica: uno habla en nombre de su grupo y nadie más tiene derecho a hacerlo.
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El triunfo de la subjetividad radical que se ha convertido en el modo dominante de comprensión, tanto del mundo como del yo, habría sido imposible sin lo que el crítico literario Peter Brooks ha descrito como “la toma de control narrativa de la realidad”. O, en palabras de Terry Eagleton, “quien eres es el relato que cuentas sobre ti mismo”. Y el relato no puede cuestionarse porque… bueno, porque tú lo estás contando, y solo tú puedes saber cómo te sientes. Es esta forma de entender el mundo y la identidad la que sustenta la creencia, cada vez más extendida, de que si un niño de nueve años dice que su género está mal asignado, esa afirmación no puede cuestionarse lícitamente, sino que debe aceptarse sin rechistar. En este mundo a lo Alicia en el país de las maravillas, la subjetividad se convierte en la racionalidad superior, mientras que la irracionalidad, de la que históricamente se ha considerado parte la subjetividad, pasa a pensarse como cualquier negación del carácter moral y socialmente dispositivo de la autodescripción de un individuo. Y mientras la idea de represión psicológica sigue aceptándose como válida –por ejemplo, debido a las normas y estructuras opresivas de la sociedad, puede llevar mucho tiempo comprender tu verdadera naturaleza, tu verdadera identidad–, la idea de autoengaño se convierte en algo que solo un opresor invocaría para tratar de impugnar el relato que cuentas sobre ti mismo. Pero sin el concepto de autoengaño, no es posible ninguna autocrítica real, salvo la de criticarse a uno mismo por no haber llegado antes a contar su propia historia (auténtica). Es el triunfo de lo terapéutico, sí, pero no como Freud, porque es el psicoanálisis despojado de la tragedia, del reconocimiento, como escribió Unamuno, de “la verdad verdadera, lo que es independiente de nosotros”, y como tal no solo queda fuera del alcance de nuestra lógica –la nueva subjetividad no tendría problema con eso, obviamente– sino también de nuestros corazones.

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Inmutabilidad radical y subjetividad radical. La política cultural identitaria es la política de la inmutabilidad autárquica: uno habla en nombre de su grupo y nadie más tiene derecho a hacerlo. Está orientada hacia el exterior; su esencia es su generalidad. Un ejemplo es la creciente convicción en el mundo del teatro y el cine de que solo los actores LGBT pueden representar y, por extensión, deberían tener derecho a representar personajes LGBT. Sin embargo, la política identitaria de género es una política de autodescubrimiento y autodefinición. Está orientada hacia el interior; su esencia es su subjetividad, su particularidad radical. Solo tú sabes a qué género perteneces, que por supuesto, una vez que separas el sexo del género, puede no ser el grupo al que, literalmente, pareces pertenecer. Un ejemplo es la insistencia del movimiento trans en que alguien que se identifica como mujer pero sigue teniendo órganos sexuales masculinos es una mujer, y debe ser tratada como tal, incluso sexualmente. Y en su forma más extrema, eso implica la afirmación adicional de que es transfóbo que un hombre heterosexual o una mujer gay rechacen a una mujer trans solo porque esa mujer trans tiene pene, aunque se puede suponer que una característica erótica definitoria de ambos grupos es que no quieren tener nada que ver con penes.

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Que yo sepa, ni una sola de las declaraciones de “diversidad” que se exigen ahora a las personas que solicitan puestos de enseñanza en las universidades de EE.UU. considera el dominio de un idioma distinto del inglés un criterio importante para determinar el compromiso del solicitante con la DEI. Parece que el futuro “antirracista” se desarrollará únicamente en inglés. Eso no es multiculturalismo en ningún sentido serio del término. Es más bien un sistema de cuotas raciales, étnicas, de sexo y de género disfrazado de diversidad cultural pero que, de hecho, perpetúa e incluso puede revigorizar la misma vieja monocultura anglófona en una forma demográficamente más representativa.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en el Substack del autor.

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David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditó su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.


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