1. Escribí en su momento sobre las reacciones al discurso de Fernando Trueba con motivo del Premio Nacional de Cinematografía. En el discurso hubo un elemento de improvisación y una clara exageración humorística. El tono, que no está lejos del que tenía el hermoso discurso de recogida del Oscar a la mejor película extranjera, tiene que ver con Georges Brassens y Groucho Marx.
2. El premio distinguía a un cineasta que ha visto su talento reconocido con premios nacionales e internacionales, al creador de algunas de algunas de las mejores películas españolas de las últimas décadas. También al autor de un útil Diccionario de cine, al director de la revista Casablanca, al impulsor de Plot, una de las mejores editoriales sobre cine que han existido en nuestro país, al productor de películas valiosas de cineastas muy distintos, al transmisor de una tradición cinematográfica, a un creador que ha jugado con otros medios como la música y la animación, a alguien que ha sabido unir a varias generaciones de cineastas españoles en proyectos televisivos y cinematográficos.
3. El discurso, como ha admitido el propio cineasta, fue desafortunado: había algo de captatio benevolentiae, y a la vista de las reacciones parece que no salió del todo bien. Molestó a gente a la que no pretendía ofender y produjo impresiones erróneas. No creo que sea fácil calcular los efectos de la campaña contra la película, aunque es probable que estar envuelta en esa polémica no le haya beneficiado. Pero hay algo más deprimente: como ha ocurrido muchas veces, una anécdota sobredimensionada, que conduce a un conjunto de interpretaciones injustas, se convierte en lo primero que mucha gente asocia a alguien que lleva décadas de admirable trabajo profesional.
4. Hay un componente de hipérbole y de exageración en las palabras de Fernando Trueba. Pero, aunque no lo hubiera, la obligación de los ciudadanos es cumplir la ley, no tener unos sentimientos determinados.
5. Escribí hace unos meses: “Fernando Trueba no tiene ninguna obligación de sentirse español. España, en cambio, tiene razones para sentirse orgullosa de él”. No se piden adhesiones patrióticas ni se hacen juicios sentimentales a los ciudadanos para tener derechos o recibir reconocimientos. Incluso hay gente que vive en España en un lugar y preferiría vivir en otro, pero no les echamos del pueblo: tienen los mismos derechos que quienes se despiertan cada mañana plenos de emoción patriótica. No se subvenciona a una persona, sino lo que se considera un bien público. Las ayudas a la producción cinematográfica o industrial no se conceden en función de las convicciones políticas y religiosas de los que participan en ellas.
6. En el patriotismo y otras emociones teóricamente positivas sorprende a menudo detectar lo contrario: el impulso de la exclusión. Lo primero que hacen los buenos patriotas es decir quiénes son los malos patriotas. Se trata de los que son, pero sobre todo de los que no son.
7. En los temas “sagrados”, la expresión de una opinión minoritaria se considera una agresión. De quien tiene una postura contraria a la mayoritaria (que percibimos simplemente como nuestra) no pensamos que esté solo equivocado: pensamos que se cree mejor que nosotros. No solo la crítica, sino también las amenazas y los insultos, están justificados: hay que bajarle los humos a alguien.
8. En el “emotivismo polarizante” de las redes -como lo llama Manuel Arias Maldonado- los ofendidos no solo critican tus palabras. Poco después te llaman aprovechado, estafador y bizco.
9. En los últimos meses he seguido algunos escándalos en las redes. A menudo, cuando tenía o buscaba algo de información, veía que la forma en que se construía el relato era engañoso. Personas muy inteligentes se sumaban a la indignación más fácil. El escándalo funciona mejor cuando encaja en un relato más grande: la frivolidad de la izquierda, el cine español; las aviesas intenciones del PP: da igual que sea cierto o exacto. Al verlo me preocupaban dos cosas: seguro que yo me he lanzado a una conclusión precipitada sin buscar la información precisa y es posible que haya contribuido a propagar alguno de esos memes.
10. Se habla a menudo de los problemas que generan las redes sociales. Pero los incendios de las redes suelen tener la ayuda de un periodista perezoso. En el caso de María Frisa varios periódicos y televisiones publicaron noticias sobre una campaña que pedía la retirada del libro. No leyeron ni ojearon el libro y creyeron la justificación de quienes habían lanzado la campaña. En el caso de Trueba ha habido ejemplos parecidos. Es posible que la prensa sea la solución a las oleadas indignadas y perezosas de las redes sociales. De momento, es sin duda parte del problema.
11. En palabras de Mariano Gistaín, “España es un país estupendo precisamente, y entre otras infinitas cosas, porque se puede decir que no lo es. ¿O no se puede?”. Campañas como estas nos hacen un poco menos libres, y tampoco deberíamos celebrarlas demasiado cuando se dirigen contra gente que no piensa como nosotros o que no nos gusta: otro día pueden cambiar de dirección. “La mala reputación” de Brassens resume el episodio de Trueba. Pero también está bien hacer caso a otra recomendación del cantante de Sète: “No tiréis piedras a la mujer adúltera, que yo estoy detrás”.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).