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Cuando los gigantes editoriales subieron al estrado

El juicio antimonopolio que enfrentaron Penguin Random House y Simon & Schuster expuso ante públicos ajenos los entretelones de la industria del libro.
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Esta es la segunda entrega de la serie Litigar para contar.

Martes, 2 de agosto de 2022. Un día cálido en la capital de Estados Unidos. El edificio Elijah Barret Prettyman recibirá a un inquilino ilustre. Se trata de un autor cuyo nombre es casi sinónimo del fenómeno best seller en Estados Unidos. Stephen King, en traje gris, con mascarilla negra, baja de una camioneta Chevrolet Suburban negra y camina encorvado hacia la entrada. El público lo espera sentado frente a un escenario. Esta vez, no se trata de la presentación de un nuevo thriller, ni de una conversación sobre su obra. King ha llegado a testificar en un juicio. ¿El adversario? Simon & Schuster, la casa editorial que patrocina y adorna las primeras páginas de todos sus libros.

La adquisición más cuantiosa de la industria editorial estaba cocinándose a fuego lento y King quería bloquearla. Esta historia se remonta a noviembre de 2020, cuando Paramount Global anunció que vendería su baluarte literario, Simon & Schuster, a Penguin Random House por unos dos mil doscientos millones de dólares, una transacción que cambiaría el panorama comercial de la literatura. La cita de ese día era para analizar si eso era legalmente posible.

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Tengo quince años de experiencia como lector y un par de meses como autor publicado. Creo que la mística de la literatura hizo que no viera que detrás del libro hay una industria, un mercado como cualquier otro; que el libro es, también, una cadena de suministro, un producto y una inversión. La experiencia de publicar con una casa editorial me introdujo a este campo cuando, luego de que el texto salió del horno y se exhibió en las perchas de las librerías, me enfrenté a la eludida obviedad de que mi libro tenía que venderse. Y para eso había que interactuar con bodegueros, economistas, personas de marketing, libreras, ejecutivas y un largo ejército de profesionales que mueven la industria editorial. Eso, ahora lo sé, lejos de estar en los extrarradios del proceso literario, es, también, la literatura en overol, trabajando.

En el proceso por entender el mundo de la empresa literaria –que me parecía ajena, distante, algo fría, burocrática– leí a Jorge Herralde. Por orden alfabético narra el periplo administrativo del editor español y muestra el lado transaccional de la empresa, las conexiones con agentes, la recuperación de autores perdidos, las apuestas por desconocidos, los abandonos afortunados y las malas partidas. El itinerario de Herralde es muy parecido al de un banquero de inversión al acecho de empresas boyantes. Que Paul Auster, Vila-Matas, Nabokov o Mariana Enríquez estén en su catálogo es una conquista transaccional, un acierto empresarial.

Avanzando en el aprendizaje de esta nueva dimensión de la literatura, llegué al juicio de Penguin Random House y Simon & Schuster. Me interesé, pues en el corazón de esos pleitos está sacar los secretos del adversario, y si este era una casa editorial, qué mejor escenario para el aprendizaje.

Lo primero que aprendí es que, la literatura está controlada por pocas empresas. Las letras en inglés están al amparo de las big five: Macmillan, Harper Collins, Hachette y, ahora, la nueva especie naciente entre Penguin Random House y Simon & Schuster. Las cinco grandes antes eran más. El número se reduce en promedio cada diez años. Algo parecido ocurre en el mercado global.

En 2013, Penguin Books se fusionó con Random House. Penguin, fundada en 1935 en Reino Unido, nació con la misión de crear un mercado de libros baratos y portátiles para llevar casualmente como una cajetilla de cigarros. El sello Penguin Classics es probablemente la colección mejor consolidada de literatura de bolsillo en inglés. La historia de Random House, en cambio, data de 1927, cuando Bennet Clerf y Donald Klopfer decidieron publicar algunos libros “al azar”. De ahí su nombre. Random, en inglés, significa azar, por eso, eran la casa del azar. Cuando se hicieron de los derechos para publicar el Ulises de James Joyce, Random House despegó. Casi cien años después de su fundación, en 2013, una transacción de alrededor de tres mil millones de dólares cerró la casa sola del azar e inauguró otra con un pingüino en el centro: nació Penguin Random House.

Por su lado, en 1924, Dick Simon y Lincoln Schuster fundaron una empresa para publicar un libro de crucigramas y rompecabezas que fue un éxito nacional y los movió hacia la industria editorial. Se precian de ser los primeros en muchas cosas: en poner el foco en el marketing literario, gastando entre hasta diez veces más que sus competidores en publicidad. Fueron pioneros en ofrecer a las librerías el privilegio de devolver los ejemplares no vendidos y en 1939 iniciaron la revolución del libro de bolsillo.

El historial de la empresas editoriales sugiere que crecen inorgánicamente, es decir, se desarrollan integrando a otras. Las grandes adquieren a las medianas, estas a las pequeñas y así los catálogos se consolidan y los costos de distribución se reducen. En noviembre de 2020 Penguin Random House se propuso seguir esa tradición pescando a uno de los peces más grandes: Simon & Schuster. Y mientras los bufés de abogados preparaban la papelería, hubo un cambio de gobierno. Joe Biden asumió la presidencia con la promesa de que haría cumplir las normas de competencia. Por eso, justo un año después del anuncio de la compra, el Departamento de Justicia demandó a ambas casas editoriales ante una corte federal. La libre competencia y los actores del mercado literario, alegaba, se verían perjudicados si esa fusión se concretaba.

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La audiencia inició el 2 de agosto de 2022 en Washington D.C. Según el gobierno (el demandante), un mercado saludable necesita muchos actores con poderes equiparables o con un balance adecuado entre enormes, grandes, medianos y pequeños. La diversidad trae salud. Los agentes literarios tienen más oportunidades para colocar a sus autores y negociar por mejores pagos y condiciones. Los escritores noveles tienen más oportunidades de ver sus obras en las perchas. Las editoriales compiten por precios, lo que fomenta eficiencias en sus cadenas de distribución, en el costo de su materia prima, en fin, en la logística literaria. Todo eso deriva en mayor oferta, mayor distribución y mejores precios para los lectores.

Un punto adicional: la literatura trae un peso político. Es arte y, como tal, está sujeto al anhelo del silencio, a esa vieja pasión humana de imponer una verdad, un discurso. Eso hace que concentrar editoriales en pocas manos sea peligroso porque las cabezas que controlan la publicación se reducen en todos los ámbitos: hay menos dueños, menos gerentes, menos ejecutivos y, también, menos editores, menos personas controlando qué sale a la luz. Y esa economía de las voces no es buena para la democracia.

En la fila de los testigos del gobierno, alegando contra su propia casa editorial, apareció Stephen King. “Vine porque creo que la consolidación es mala para la competencia […] Ésa es mi forma de entender el negocio del libro. Cuantas más empresas haya, mejor será”. King narró su experiencia como escritor que empezó con unas decenas de cartas de rechazo de sus libros. Decidió publicar con editoriales pequeñas, regionales y le fue bien. Luego, llegó Simon & Schuster, que catapultó su carrera como escritor global. Esa fortuna, dijo King, no le impedía ver que la consolidación sería nociva para las pequeñas editoriales que pierden cada año espacio en las vitrinas y viabilidad financiera.

Las empresas demandadas tenían una visión muy distinta de cómo funcionaba el mercado literario. Ambas defendían que la consolidación era positiva porque permitía eficiencias en la red de distribución, juntando circuitos y llegando a más sitios y a un menor costo. Además, un mejor músculo financiero daría entrada a más autores al mercado. La apuesta por un autor nuevo es muy costosa y los retornos posiblemente nulos; la fusión haría posible que hubiera más apuestas. También los autores ya consolidados tendrían mejores pagos. Las eficiencias en la distribución y en las ventas redundarían en números verdes para los autores. Todo esto les ayudaría a tener mejor posición de negociación frente al gigante Amazon, que hoy domina las ventas de literatura a domicilio.

Todos estos detalles son interesantes, sí. Pero decidí escribir este artículo por el catálogo de datos curiosos comerciales que las editoriales difundieron durante la audiencia y que Elizabeth Harris y Alexandra Alter compilaron en una serie de entregas para el New York Times.

Algunos de datos giran en torno al éxito comercial. Sabemos poco sobre qué hace que un libro se venda. Después de años en la industria, el director ejecutivo de Simon & Schuster, Jonathan Karp, admitió no tener ninguna pista. Un éxito “es como atribuirle mérito al clima”. Los editores han visto promesas de best sellers quedarse en los confines de las bodegas y también han visto las peores apuestas abriendo botellas de champan. “Todo en la industria editorial funciona al azar”, testificó Markus Dohle, director de Penguin Random House; por eso, dijo, su nombre tan acertado. Karp recordó haber promovido el libro de un gurú espiritual con miles de seguidores que prometía agotarse pronto, “desafortunadamente sus seguidores no lo siguieron a la librería”, le dijo a la jueza. 

A menudo leo que a los best sellers se les critica por estar enfocados en explotar lugares comunes, recrear una y otra vez fórmulas ganadoras, empaquetar productos poco imaginativos y aversos al riesgo. Del juicio aprendí que esos pocos libros que se comercializan bien son los que subsidian a la industria y financian a los recién llegados, a los experimentales, a los que disrumpen o simplemente no son redituables. Hay un equilibrio literario y económico bello en esa ecuación. Así lo hicieron notar los ejecutivos de Random House al exponer que menos de un tercio de los sesenta mil libros publicados al año son financieramente viables. “así de riesgoso es el negocio”, dijo Dohle.

“Tras la revisión del extenso expediente y la cuidadosa consideración de los argumentos de las partes, la Corte concluye que Estados Unidos ha demostrado que ‘el efecto de la fusión propuesta puede ser disminuir sustancialmente la competencia’ en el mercado editorial estadounidense”. Fue la decisión expuesta en noviembre de 2022 por la jueza Florence Pan. Simon & Schuster debería buscar otro comprador. Penosamente, por la cantidad de información confidencial sobre la industria que contiene, la sentencia no ha sido publicada íntegramente.

Después de seguir el rastro de este pleito revelador, leí Aquellos años del boom, de Xavier Ayén. Mi interés en ese libro –a parte de la ilusión de acercarme al entorno en el que vivieron esos hombres juntados por la globalización de las letras latinoamericanas– fue afinar mi comprensión del mundo editorial. Y ahí, transversales a García Márquez, Vargas Llosa u Onetti, los nombres de Sudamericana, Seix-Barral y tantas otras aparecían como los continentes de la palabra. Las movidas de los agentes y editores, esas dinámicas de los rechazos, las aceptaciones, los premios y las consagraciones comerciales me sedujeron. En ese libro conocí otra cara del mito de Carmen Balcells, la negociadora despiadada, protectora, tutora, la que sabía cuándo conquistar y cuándo abandonar. Ahí tengo en la lista de lecturas pendientes la biografía que Carme Riera escribió con un título sugerente, inusualmente preciso: Carmen Balcells, traficante de palabras. 

Mi despertar como autor ha venido cargado de responsabilidades en cosas que no sabía que también eran la literatura. Subestimamos, creo, el trabajo detrás de perchas, las hojas de cálculo y los trabajos corporativos de la palabra. Esa confusión entre la ilusión de ser autor y la experiencia real ha sido tan intrigante como fascinante. Al fin, qué más literario que el periplo mismo de la publicación y la artesanía del perchado, de la cubierta, del tamaño, del papel y de la logística por llevar un libro a la mesa de noche de una lectora. Impresiones, pues, de un novato conociendo el mercado literario.  ~

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es abogado, periodista y profesor de derecho actualmente vinculado a la Universidad de Pensilvania. Intenta transformar expedientes judiciales en periodismo narrativo, crónicas provocadoras y con buen ritmo que revelan el peso del derecho en la historia y en nuestra cotidianidad. Es autor de libro Leyes y Leyendas, siete juicios que cambiaron la historia (Planeta, 2023).


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