29 de marzo
Camino con mi familia por las calles desiertas de Brooklyn. Aunque las banquetas estรกn cubiertas de basura, los รกrboles florean, y nos detenemos ante cada uno para dejar que la niรฑa pellizque las flores con sus deditos. Mi marido y yo no decimos mucho: maรฑana es su primer dรญa de trabajo en el hospital, aunque por ahora estamos tratando de olvidarlo. Somos los รบnicos en la calle.
El silencio es absoluto.
30 de marzo
Para cuando los llantos de la niรฑa me despiertan, mi marido se ha ido. Entre la depresiรณn y la ansiedad, mi insomnio se ha transformado en letargo, mi sueรฑo en escape. Checo mi celular: la policรญa de Rhode Island va de puerta en puerta buscando neoyorquinos que han huido del virus. Apago mi celular.
Esa noche, cuando mi esposo llega a casa, iniciamos El Protocolo: pasa directo al baรฑo sin tocar nada; se desnuda y pone su uniforme en una bolsa de basura. Talla su identificaciรณn, su celular y sus lentes con cloro; se mete a baรฑar en agua ardiendo. La maรฑana siguiente, limpio el baรฑo completo con cloro y lavo su uniforme quirรบrgico y su toalla. Rinse and repeat, todos los dรญas. Por si acaso, dejamos las ventanas del departamento abiertas. Tambiรฉn nos hemos dejado de besar.
2 de abril
El supermercado estรก vacรญo a mediodรญa: solo quedamos yo, mi niรฑa, y los compradores que abastecen las รณrdenes en lรญnea. Yo he intentado hacer mi super desde la computadora, pero la lista de espera es de casi tres semanas.
Han impuesto raciones: solo un cartรณn de huevos y dos litros de leche por familia. El dรญa de hoy ya no hay pasta, pero sobra el arroz: un pequeรฑo beneficio de ser mexicana, supongo.
En la noche llega mi marido con la mirada en el piso. Aรบn no estรก listo, pero de seguro maรฑana me platicarรก que falleciรณ otro paciente.
5 de abril
Hoy cumple aรฑos mi compadre, por lo que es necesario aventurarse fuera del departamento. Lo que antes era un karaoke bar coreano se ha convertido en una tienda de licores para llevar: cocteles por litro y de remate dumplings congelados. Hago mi pedido por telรฉfono, paso por el bar, y una muchacha en mรกscara y guantes sale y deja mi pedido a mis pies. Yo lo entrego en el departamento de mis compadres, tocando el timbre con el codo. Nos abrazamos en el aire, desde lejos, pero la calidez se siente de todos modos. Mi comadre me cuenta que para levantarse de la cama en las maรฑanas le es necesario primero gritar โยกNo!โ a todo pulmรณn.
En el hospital de mi marido, el รบnico paciente negativo a covid-19 que quedaba ya se contagiรณ. En dos semanas fallecerรก de eso y no de la enfermedad que lo trajo, y solo podrรก despedirse de su familia por telรฉfono. Mientras tanto, han levantado un hospital exterior en Central Park, y me entero por email que ha fallecido uno de los profesores en mi departamento de la universidad.
7 de abril
Dicen que la curva se estรก aplanando, aunque yo no oigo cambio en la marcha fรบnebre de las ambulancias. En mi caminata de hoy me topo con algo que antes habrรญa sido insรณlito: un gran hormiguero se ha formado en una grieta en el pavimento.
La desolaciรณn en Brooklyn me recuerda a esa escena de las pelรญculas de vaqueros que veรญa de chica con mi papรก, cuando los bandidos llegan al pueblo y todos tiemblan de miedo, escondidos detrรกs de sus puertas. Pero sรฉ que estรกn ahรญ, porque todas las noches a las siete los oigo gritar.
8 de abril
El nรบmero de muertos ha sobrepasado a los del 11-S. Cuando mis familiares en Mรฉxico me preguntan cรณmo estoy, ya ni sรฉ que decir: mis dรญas son monรณtonos y mis ansiedades las he compartimentado casi por completo. No siento nada.
10 de abril
Viernes Santo. La fila afuera del supermercado estรก tan larga hoy, que mejor regreso a mi casa. Habrรก rebajas.
Comienza a salir mรกs gente para combatir la claustrofobia. Bandas de adolescentes sin nada que hacer rondan por las calles como cachorros asilvestrados. Alguien ha envenenado el hormiguero de la banqueta.
Hoy relata mi marido que algunos de sus colegas se enfermaron y que lo pusieron a cargo de supervisar a un residente en podologรญa y un asistente mรฉdico ortopรฉdico: todavรญa hay muchรญsimos pacientes, y no hay suficientes internistas.
14 de abril
Diez mil trescientos sesenta y siete muertos.
En el supermercado veo a un doctor en su uniforme, con todo y mรกscara N95 y escudo facial, deambulando entre las verduras como en estado de shock.
17 de abril
El gobernador pide que usemos cubrebocas al salir, y por el internet circula un tutorial que indica cรณmo hacer uno con calcetines y filtros para el cafรฉ. Hay una ferreterรญa que vende mascarillas quirรบrgicas a dos dรณlares cada una. El seรฑor las maneja como si fueran billetes de a cien. Yo compro dos. Fallece otra profesora en mi departamento, y un tercero estรก enfermo tambiรฉn.
El volumen de pacientes ha disminuido en el hospital y mi esposo tiene el dรญa libre. Para combatir la claustrofobia nos subimos al auto y vamos a la playa. Sopla un fuerte viento helado que hace que la niรฑa se asuste. Con tal de no regresar a la ciudad, nos conformamos con ver las olas romper desde el auto.
20 de abril
Estoy comenzando a perder un poco la nociรณn del tiempo; mido mis horas en las siestas y los cambios de paรฑal de la niรฑa, como cuando era reciรฉn nacida. En los estados sureรฑos hay protestas contras las medidas de seguridad. โQue se mueran si quieren,โ dice una de mis compaรฑeras de la maestrรญa.
Al hospital ha llegado una banda de enfermeras viajeras, a quienes sus contratos no les permitรญan hasta ahora viajar a Nueva York. Llenan de buenos รกnimos el hospital .
28 de abril
Otro dรญa libre para mi marido. Pronto ya no lo necesitarรกn en el hospital y podrรก regresar a trabajar a su clรญnica. Aun asรญ, las tragedias se acumulan: la espera para poder enterrar a los difuntos ahora es de diez dรญas.
Creo que a la niรฑa le quiere salir un diente, porque no se deja dormir la siesta. La llevamos a pasear en el carro para arrullara. Manejamos por el FDR Driveway, con Manhattan a mi derecha y el East River a la izquierda. En el cielo se alcanzan a ver los Blue Angels: un escuadrรณn de aviones militares que vuelan sobre la ciudad, disque para alentarnos.
A la orilla del rรญo se acumulan los neoyorquinos: papรกs con sus niรฑos en hombros, doctoras y enfermeros en sus uniformes, gente joven estrenando guardarropa de veranoโฆ todos con la mirada al cielo, viendo pasar los aviones. No guardan sus dos metros de distancia.
es actriz y guionista regiomontana, egresada de NYU Tisch y candidata a la maestrรญa en Direcciรณn de Cine en Columbia University.