Vistazo al futuro

Vivimos tiempos de innovación constante. Suena como una perogrullada, pero no lo es tanto. El ritmo de la vida a veces nos esconde las auténticas maravillas que nos rodean.
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Mi hijo mayor acaba de cumplir siete años y nos ha anunciado su intención de aprender a manejar lo antes posible. Resulta que, tras una temprana fascinación con los aviones, ahora se ha vuelto un experto en automóviles. Sabe velocidad tope, marca, origen y hasta caballos de fuerza. De ahí que su mayor ilusión sea sentarse al volante y, en menos de una década, maniobrar en absoluta libertad. Hace un par de días me preguntó cómo imagino que será su primera experiencia de manejo, dentro de nueve largos años. No me atreví a confesarle que, para cuando cumpla los 16, lo más probable es que su primer auto no tenga ninguna necesidad de un conductor. Es más: seguramente no tendrá ni siquiera un volante. Varias de las grandes armadoras automotrices ya trabajan en prototipos de autos independientes. Nissan, Ford y Audi han presentado distintos acercamientos a los autos del futuro. Mercedes Benz ofreció hace poco una prueba de manejo —es un decir— dentro del F 015, una belleza del mañana en color plata, sin ventanas y con asientos giratorios. El prototipo incluye un volante por si el “conductor” se pone nostálgico, pero la intención es la contraria. Mientras tanto, Tesla, la ya legendaria compañía de autos eléctricos, está por lanzar su primer sistema de manejo autónomo. Y luego está el mayor misterio de todos: el llamado “proyecto Titán” de Apple. Imaginar un automóvil —con énfasis en el prefijo— esbozado por Jonathan Ive, el genio de diseño de Cupertino, es un sueño húmedo tecnológico. Si a eso sumamos lo que también hará Google, lo más probable es que mi pequeño hijo tenga que reorientar su entusiasmo.

Vivimos tiempos de innovación constante. Suena como una perogrullada, pero no lo es tanto. El ritmo de la vida a veces nos esconde las auténticas maravillas que nos rodean. Damos por hecho la comunicación satelital, internet o hazañas tecnológicas como la telefonía celular. El célebre cómico Louis C.K. (quien, dato curioso, es mitad mexicano por su padre, Luis Székely) tiene una famosa rutina en la que se burla de aquellos que se quejan de la lentitud de operación del celular: “Dale un segundo”, dice C.K.: “¡La señal está subiendo al espacio! ¡Dale un segundo!” Tiene razón. En las últimas décadas, nuestro ritmo de innovación científica ha sido exponencial. Un celular de hoy tiene más poder de cálculo que el que tenían todos los sistemas a bordo del Apolo 11 que viajó a la luna. A mediados de los cuarenta, las primeras computadoras podían realizar casi 400 multiplicaciones por segundo. Hoy, el iPhone tiene capacidad para decenas de millones de operaciones. Es un asunto casi mágico que nos pasa de largo por la malsana fuerza de la costumbre. Lo extraordinario se ha vuelto habitual.

Y esto apenas comienza. Hace unas semanas tuve la oportunidad de escuchar, en el Foro VIF que organiza el empresario Alejandro Legorreta, una plática de Salim Ishmail, el canadiense que encabeza la “Singularity University”, institución de enseñanza cuya única intención es proveer un espacio de estudio para aquellos innovadores capaces de transformar al género humano a través de la tecnología. Suena digno de la ciencia ficción y en muchos sentidos lo es. Al escuchar a Ishmail pensé que la universidad que dirige habría encajado con facilidad en el universo Marvel. Fundada por Peter Diamandis y Ray Kurzweil, dos de las grandes mentes de nuestra era, la universidad trata de resolver los grandes problemas mediante la innovación. Así, Ishmail contó la historia del “XPrize”, iniciativa creada por Diamandis para estimular la creación de inventos con un impacto directo en distintas áreas. Aunque hay varios, el “Qualcomm Tricorder Prize” fue el que más me impresionó. La competencia (porque eso es lo que es) pone en juego 10 millones de dólares para el primer equipo que logre diseñar un aparato portátil capaz de diagnosticar con velocidad y precisión al menos 16 enfermedades. El primero en inventar este médico de bolsillo se lleva el dinero a casa. Como este premio hay varios más, cada uno más notable que el anterior.

El escenario de la innovación pasa por lugares como “Singularity”, pero también por otro fenómeno que ya marca pauta: el fondeo colectivo o crowdfunding. En una visita reciente al festival SXSW, en Austin, me topé con un enorme grupo de startups coreanas y japonesas. La mayoría llevaba prototipos atractivos con la intención de atraer no tanto grandes capitales, sino pequeñas donaciones individuales a través de sitios como Kickstarter. El mundo que nacerá de este proceso de innovación colectiva será ciertamente maravilloso, aunque ya nadie pueda disfrutar de la experiencia de manejar en una autopista bien trazada. Mi hijo y mis nietos tendrán que conformarse con vivir en un mundo que, para mi generación, parecerá de fantasía.

(El Universal, 23 de marzo, 2015)

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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