Cuando el presidente Obama pidió al congreso estadounidense, en el mes de marzo, la aprobación del paquete de estímulo fiscal por 787 mil millones de dólares, dijo que de no aprobarse el desempleo rebasaría 8%. El paquete fue aprobado y el desempleo en el mes de septiembre alcanzó 9.8%. Este número es el peor desde el mes de junio de 1983.
Aun así, la cifra no refleja plenamente la gravedad de la situación. Si definimos el empleo en forma más amplia, 17% de la fuerza laboral (26.6 millones[1] de trabajadores) está desempleada o involuntariamente subempleada.
Los optimistas indefectibles aseguran que la buena noticia es que en el tercer trimestre del año sólo se perdieron 256 mil empleos por mes, comparados con 691 en promedio mensual del primer trimestre. Lo que no ven es que la economía requiere crear 127 mil empleos cada mes sólo para compensar el crecimiento poblacional, por lo que estamos hoy 10.7 millones de empleos por debajo de donde estábamos en diciembre de 2007, cuando la recesión oficialmente empezó.
Para evitarles sorpresas a quienes hoy ven todo color de rosa, les recomiendo que noten que están cayendo las horas trabajadas por semana, mientras que la compensación por hora se mantiene igual. Esto explica porqué el ingreso medio de las familias estadounidenses ha retrocedido al nivel que tenía hace más de diez años. Adicionalmente, se perdieron alrededor de quince mil empleos temporales en el trimestre. Esto es relevante debido a que la primera señal que veremos cuando empiece la recuperación en el empleo es que quienes están actualmente empleados empezarán a trabajar más horas por semana, después veremos mejor remuneración por hora trabajada y, finalmente, un crecimiento en la contratación de empleados eventuales, paso previo para que las empresas se lancen a contratar a alguien en forma permanente.
Esa gente que está perdiendo el empleo -o quienes siguen sin encontrarlo- son consumidores, deben dinero en su hipoteca, su tarjeta de crédito, etcétera.
Conforme crezca el desempleo, crecerá también la cartera vencida de los bancos. Habrá más gente que deja de pagar su hipoteca, y sus otros créditos; también, gastarán menos. Como decía Keynes: “La sabiduría popular dice que uno no puede gastar más de lo que gana. Eso es cierto a nivel individual, pero engañoso cuando se aplica a una comunidad… sería más cierto decir que no podemos ganar más de lo que gastamos.” Cuando la gente cierra la llave del gasto, provoca que el ingreso de quienes les venden productos o servicios caiga. No tenga la menor duda, en los próximos años veremos a las familias estadounidenses apretarse el cinturón, incrementar su ahorro y bajar sus pasivos. No tienen alternativa.
¿Por qué, entonces, tuvo la bolsa estadounidense su mejor trimestre[2] en once años? ¿Por qué muestra ya una ganancia con respecto a su cierre de 2008[3]?
Hay varias posibles respuestas a esa pregunta, y todas son especulación. Primero, veamos quién está comprando. Según el analista David Rosenberg, no podemos afirmar que el público se esté volcando hacia inversiones riesgosas. Si analizamos sus flujos de inversión hacia fondos mutuos, cinco de cada seis dólares están yendo a parar a fondos cuya finalidad es ofrecer una “renta” (bonos, instrumentos de deuda, dividendos, etcétera), el dólar restante va a fondos que invierten buscando la apreciación de acciones. Segundo, el grueso de la compra ha provenido de “program trading”[4], y de cobertura de cortos[5]. Tercero, conforme el mercado sigue subiendo, le genera enorme tensión a los manejadores profesionales, quienes estarán cada vez más presionados por participar en el alza, aunque les parezca que fundamentalmente el mercado está caro. Seguramente tuvieron a sus clientes plenamente invertidos cuando se manifestó la baja a fines del año pasado, y se vuelve cada vez más difícil explicar por qué están viendo el alza desde afuera.
Lo que hace la situación más confusa es que, lejos de que el alza en el mercado sea la consecuencia de una mejor situación económica, el panorama económico se ve mejor porque la bolsa está subiendo.
Entre el desplome del mercado inmobiliario y la caída de la bolsa de valores el año pasado, las familias estadounidenses perdieron 15 billones (millones de millones) de dólares de su patrimonio. El alza en el mercado les ha regresado más de tres billones este año. Una bolsa fuerte provoca que el humor mejore. La confianza del consumidor se ha recuperado un poco (pero sigue estando muy por debajo del peor punto que alcanzó cuando reventó la burbuja del dot com en 2001), ha habido más transacciones inmobiliarias y, en general, da la impresión de que lo peor ha pasado.
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[1]15.1 millones de desempleados + 9.2 millones de involuntariamente subempleados+2.2 millones de “marginalmente empleados”
[2]Tanto el índice Dow Jones, como el S&P500 subieron 15% en el tercer trimestre del año, y el índice NASDAQ aumentó 16%.
[3]En el año, van arriba 8.1%, 13.5% y 29.9%, respectivamente, medidos al viernes 2 de octubre.
[4]Sistemas de inversión que no están basados en el análisis fundamental de las empresas cuyas acciones cotizan en bolsa, sino que generan transacciones de compra y venta a partir de la comparación relativa entre acciones, incluyendo sus derivados, índices, arbitraje, etcétera. En un día dado, el “program trading” puede ascender a entre un tercio y la mitad del volumen del mercado.
[5]Cuando un inversionista está pesimista sobre el valor de una acción puede venderla en corto. Para hacerlo, pide prestadas acciones y las vende inmediatamente, con la esperanza de recomprarlas en un futuro a un precio más barato y regresárselas a quien se las presto. A esa recompra se le llama “cobertura” del corto.
Es columnista en el periódico Reforma.