¿Deben seguir siendo pobres los países pobres?        

Si se responsabiliza a los nuevos países en desarrollo de su parte de emisiones anuales se frenaría su crecimiento y se les impondrían costes injustos.
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La Revolución Industrial en Europa noroccidental, estudiada en innumerables artículos y libros, se produjo en gran medida de forma “endógena”, basándose en la Revolución Comercial de la Edad Media, poniendo la ciencia al servicio directo de la economía y creando nuevas tecnologías. Sin embargo, la Revolución Industrial en un rincón del mundo se vio acompañada, o tal vez incluso acelerada, por cuatro “malos” acontecimientos en otros lugares.

El primero fue la colonización de muchas regiones no europeas del mundo. Las naciones europeas impusieron el control político sobre la mayor parte de África, Asia y Oceanía, y lo emplearon para explotar los recursos naturales y la mano de obra doméstica barata (o forzada). Se trata de las llamadas “transferencias no correspondidas”, cuyo alcance es ampliamente debatido aunque no cabe duda de que fue sustancial. Angus Maddison cifra, de India al Reino Unido y de Java a los Países Bajos, entre el 1 y el 10 por ciento del PIB anual de las colonias. Utsa Patnaik opina que fue mucho mayor y que contribuyó significativamente al despegue británico al financiar hasta un tercio de los fondos destinados a la inversión.

El segundo “mal” fue la esclavitud transatlántica, que aumentó los beneficios de quienes controlaban el comercio (sobre todo comerciantes de Europa y Estados Unidos) y de quienes utilizaban los esclavos transportados en plantaciones de Barbados, Haití, el sur de Estados Unidos, Brasil, etc. Se trataba claramente de otra enorme transferencia de valor “no correspondida”.

El tercer “mal”, argumentado entre otros por Paul Bairoch y Angus Maddison, era que los países del norte desincentivaban los avances tecnológicos en otros lugares imponiendo normas que les favorecían a ellos mismos (prohibiciones de producción de bienes procesados, actas de navegación, poder de monopsonio, control del comercio interior y de las finanzas nacionales, etc.). Se resumen en el término “contrato colonial” acuñado por Paul Bairoch. Países tan diversos como India, China, Egipto o Madagascar entran en este epígrafe. “La desindustrialización y el hecho de que probablemente los intermediarios extranjeros se han apropiado de los beneficios de las exportaciones han provocado un descenso catastrófico del nivel de vida de las masas indias”. (Paul Bairoch, De Jericó a México, p. 514).

Estos “males” han sido y siguen siendo objeto de debate y, aunque hay que fomentar el aprendizaje sobre cada uno de ellos, no tienen consecuencias políticas o financieras directas en el mundo actual. Las ideas, que flotan de vez en cuando, de compensación monetaria por tales males son descabelladas e irrealizables. Tampoco es posible identificar claramente a los “culpables” y a las “víctimas”.

Sin embargo, no ocurre lo mismo con el cuarto “mal”, la acumulación de CO2 en la atmósfera, y por tanto el cambio climático, que es en gran medida producto del desarrollo industrial. El cuarto “mal” es un problema actual. No es una simple injusticia del pasado que se pueda estudiar y debatir, pero respecto a la cual no se pueda hacer nada más. La razón es que la nueva producción industrial sigue agravando el problema del cambio climático. En la medida en que las antiguas naciones del Tercer Mundo están ahora en proceso de alcanzar al “viejo” mundo rico, son los países de rápida industrialización de Asia, así como los que han descubierto recientemente grandes yacimientos de petróleo (como Guyana), los que pueden estar aumentando significativamente el “stock” de CO2. Desde luego, mucho más que en el pasado. China, por ejemplo, es hoy el mayor emisor de CO2. (No es en absoluto obvio que los países sean las principales “partes” de este problema, porque los principales emisores son las personas ricas. Esta es una cuestión que ya traté aquí y que, por ahora, omito).

Si se responsabiliza a los nuevos países en desarrollo de su parte de emisiones anuales (es decir, de su parte en el “flujo” anual de emisiones) como si la responsabilidad por el “stock” previo de emisiones no importara, se frenaría el crecimiento de los nuevos países en vías de industrialización y se les impondrían costes injustos. Las emisiones existentes son un problema de “stock”. Es porque en el pasado, el mundo, es decir, los países actualmente ricos, realizó tantas emisiones por lo que hoy nos enfrentamos al problema. En otras palabras, el cambio climático no puede tratarse solo como un problema de “flujo”, ni siquiera principalmente.

Esto es especialmente cierto para los países que hoy son pobres y que no han contribuido a las emisiones en el pasado. Avergonzarlos significa frenar su crecimiento y socavar la reducción de la pobreza en el mundo. No se puede tratar igual a un país pobre que emite 100 unidades de CO2 este año que a un país rico que emite 100 unidades de CO2 este año. El país rico es más responsable debido a sus emisiones pasadas. (No sé si el “stock” neto acumulado de sus emisiones es directamente proporcional a su PIB per cápita actual, pero todos reconocen que existe una correlación positiva). Así pues, según cualquier concepto de equidad, el país rico tendría o bien que comprometerse a unas emisiones anuales absolutas muy inferiores a las de un país pobre (lo que de por sí reduciría los ingresos del país rico) o bien a compensar al país pobre por todos los ingresos que habría obtenido gracias a la producción de petróleo o a la producción industrial a los que renuncia para reducir las emisiones.

Los países ricos tendrían o bien que emitir (en base per cápita) mucho menos que los países pobres o en vías de desarrollo –idealmente, en proporción a lo que son responsables del “stock” de emisiones– o bien compensar a los países pobres por toda la pérdida de ingresos que se deriva de la reducción voluntaria de la producción. 

Eso significa que los países ricos deben reducir sus niveles de ingresos o transferir importantes recursos a los países en desarrollo. Ninguna de las dos opciones es políticamente viable. El primer escenario implicaría reducciones del PIB per cápita de un tercio o más. Ningún partido político en Occidente puede ganar votos sugiriendo descensos de la renta que superen varias veces los experimentados durante la recesión de 2007-08. El segundo escenario es igualmente improbable, ya que implicaría transferencias abiertas de miles de millones, si no billones de dólares.

Como los países ricos no pueden hacer ninguna de estas dos cosas y desean mantener cierta altura moral hablando del problema, asistimos a espectáculos como la reciente entrevista en la BBC en la que el Presidente de Guyana fue aleccionado sobre la posibilidad de que Guyana emita millones de toneladas de CO2 a la atmósfera si se explotan sus nuevos yacimientos de petróleo. Antes del reciente descubrimiento de petróleo, el PIB per cápita de Guyana era de unos 6.000 dólares o, en términos de PPA, de unos 12.000 dólares; la primera cifra es una octava parte de la del Reino Unido, la segunda, una cuarta parte. La esperanza de vida en Guyana es 10 años inferior a la del Reino Unido y la media de años de escolarización 8,5 frente a 12,9 en el Reino Unido.

La conclusión es la siguiente: si los países ricos no están dispuestos a hacer nada significativo para hacer frente al cambio climático y a su responsabilidad en el mismo, no deberían utilizar la palabrería moralista para impedir que otros se desarrollen. De lo contrario, su aparente preocupación por el “mundo” no es más que una forma de desviar la conversación y mantener a muchas personas en la más absoluta pobreza. Es lógicamente imposible (a) mantener una posición de superioridad moral, (b) no hacer nada en respuesta a responsabilidades pasadas y (c) decir que estás a favor de la reducción de la pobreza mundial.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en el Substack del autor.

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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