El pasado 4 de octubre, en la librería La Forja de las Letras, hablamos con Miguel Otero-Iglesias, investigador del instituto Elcano, sobre su ensayo “La revolución digital y el futuro del trabajo”, que aparece en nuestro número de octubre.
Ricardo Dudda: Al principio de tu artículo hablas de la distinción entre tecnoptimistas y tecnopesimistas. Me parece interesante lo que dices de esta distinción entre los que piensan que no estamos teniendo grandes avances revolucionarios en la tecnología, como en la revolución industrial, y otros que piensan que sí pero lo que ocurre es que necesitamos una mirada más amplia, necesitamos esperar más tiempo.
Miguel Otero-Iglesias: En el debate macro de los economistas hay dos posturas: gente como Gordon que dice que por mucha tecnología novedosa que tengamos, por mucho internet que tengamos, todo esto pero ni de lejos tiene el impacto social ni la revolución productiva que se dio con la máquina de vapor, con la electricidad, con el automóvil, con el tren, con el alcantarillado. Eso realmente ha evolucionado y ha dado un salto cualitativo. La productividad prácticamente durante casi dieciocho siglos ha sido nula. Entre el rey y el siervo había una diferencia que ra mínima: la ropa era prácticamente igual, no tenían electricidad. El rey comía el pollo con las manos y el siervo también. Con la electricidad se produce un cambio enorme. Entonces ellos dice, y es verdad porque los datos así lo demuestran, que la productividad en los 30 últimos años es muy baja. Y en los últimos años después de la crisis global de 2008-2009 todavía más. En sitios como Reino Unido es algo preocupante.
Otros, que son los tecnoptimistas, dicen que hay que ver las cosas con una mirada más amplia, que aunque exista una tecnología tarda en llegar. Pensemos en la electricidad. Ya se empieza a pensar en ella en el siglo XVI, a través de los relámpagos, pero es realmente en el XIX donde se empieza realmente a inventar, a usar. Todos los gallegos nos vamos a la morriña, y le pregunté a mi padre cuánto tardó en llegar la electricidad en su pueblo. Y todo el mundo piensa que la electricidad es algo del siglo XIX. Y pensó y pensó y me dice: en 1953. El ordenador llega en los años 60, 70, pero el impacto verdadero del ordenador lo estamos viendo ahora y lo vamos a ver todavía más adelante. Ellos también dicen: ojo con el tema de la productividad, a lo mejor no lo estamos midiendo bien. En Silicon Valley se hacen cosas un valor añadido enormemente mayor que hace veinte años pero a un precio doscientas veces más barato. Entonces cuando tienes que medirlo no ves progreso, ves deflación, ves que el precio no sube. Y es una fuerza muy potente porque la tecnología va a avanzando de una manera increíble. Pongo en mi artículo como ejemplo que un Galaxy S6 es como tres o cuatro PlayStation y tiene una cámara además como la de las mejores Nikon de los años 80. Y te cuesta 600 euros. Si lo comparamos, los coches deberían costarnos muy poquito, un coche por 3000 euros.
Solow también lo decía: vivimos en la era de la informática y todo el mundo la ve menos las estadísticas de productividad. Y ese es el debate que tenemos ahora: algunos piensan que estamos en una revolución digital, la cuarta revolución. La tercera fue el tema de informática, internet ,y esta se conoce como la cuarta revolución industrial, que ya es la inteligencia artificial, la automatización, la robotización, la digitalización y lógicamente el impacto de la globalización.
Como les digo muchas veces a mis alumnos, creo que no somos conscientes de la globalización, que es una compresión. La definición más fácil de globalización es compresión de espacio y tiempo: el mundo se ha hecho más pequeño y más rápido. En 1673 una familia adinerada tardaba ocho días en carroza para llegar de Londres, 320 kilómetros. Hoy por mil euros podemos viajar de Madrid a Sidney en veintiocho horas. Eso demuestra que Inglaterra en el siglo XVII era mucho más grande para la dimensión humana de lo que hoy es el mundo. Si se hubiese pensado que en algún momento el Estado inglés iba a tener una estructura como la que vino después con la época victoriana, con una escuela homogénea, con un sistema de transporte, con todo esto que conocemos como el Estado moderno, lo hubiese visto la gente igual de utópico que cuando hoy se habla de un gobierno mundial, una democracia mundial, un parlamento mundial.
Pensemos en el trilema de Rodrik: solo puedes tener dos cosas entre estado soberano, democracia participativa/liberal e hiperglobalización, integración económica. Él habla de la gobernanza global, que sería democracia global. Puedes tener democracia, dejas de lado el Estado nación y tienes hiperglobalización. Quizás no sea tan utópico, tan imposible de lograr. Yo creo que ahora mismo, como en cualquier otra revolución, hay un movimiento enorme de las relaciones de poder dentro de las sociedades y de las estructuras de poder y de las formas de convivencia y de las formas de organización de la sociedad. Igual que hubo transformaciones en el siglo XIX con la revolución industrial, aquí también las estamos viendo y creo que muchos defienden Estado nación europeo, puede ser, pero a lo mejor también se ve cambiada por ese impacto brutal que estamos viviendo con la tecnología.
Ricardo Dudda: Hablas de esa caída de la productividad y de esta década perdida del crecimiento. ¿Qué efectos puede tener esto con la digitalización? Es decir, ¿qué efectos tiene en un mundo globalizado que tengamos esta etapa?
Miguel Otero-Iglesias: El concepto de estancamiento secular indica que tenemos unos niveles de crecimiento, y vamos a tener, muy muy bajos aun cuando tengamos unos tipos de intereses superbajos, es decir, negativos. Normalmente con unos tipos de interés muy negativos y con los bancos centrales imprimiendo dinero deberías tener crecimiento, es decir, deberías tener estímulo y deberías tener actividad económica. Pero no lo estamos viendo. No sabemos cuánto inyectaban los chinos en su momento, etc., pero por lo menos en la historia moderna no se ha inyectado tanta liquidez como en los últimos diez años. Y el crecimiento, por lo menos estadístico, es muy bajo. Sobre todo en las economías occidentales. Entonces, hay gente como Diane Coyle que dice que estamos midiendo mal el PIB: No os preocupéis que aquí hay mucho más, Pero por la tecnología y todo eso, el precio de las cosas se mantiene bajo. Otros, como Andy Haldane, que es el economista jefe del Banco de Inglaterra, tienen otras explicaciones. Él dice que lo de medir mal no lo ve. Que a lo mejor hay algún efecto ahí pero él da otras razones. Una es que tienes empresas que están a la vanguardia de la productividad, de la innovación. Están en la punta de la pirámide, en la cima, y ahí tienes una enorme productividad, es verdad, pero que esa productividad no llega al resto de la sociedad. Tienes tanto empresas como individuos que no son productivos. Y entonces no llega por dos razones: primero porque en la sociedad moderna escalar socialmente es más complicado porque las élites, los expertos, los técnicos, los que dominan un tema, los frikis, los ingenieros no se mezclan con el resto de la gente. Cada vez estamos más en silos, más separados, y cada vez te encuentras menos en el bar o en el gimnasio porque tú tienes ya tu propio bar, tu propio gimnasio. Al entrar la mujer en el mercado laboral no hay una relación en la que la mujer pobre intenta buscar un marido rico para subir a su familia. O al revés. Cada vez más, y hay estudios sobre eso, los ricos se casan entre ellos. Llega un momento en el que tú vives en tu burbuja y ahí hay una enorme innovación pero ya no interactúas con otros grupos sociales. Y eso hace que toda esa productividad no se filtre al resto de la sociedad. Y después, dice, hay un problema en las estructuras de las empresas medianas y pequeñas donde los gerentes, ejecutivos, etc., no están alfabetizados digitalmente, no saben lo que está pasando en la vanguardia, en la frontera de la innovación. Porque no tienen la lengua, porque no tienen acceso, porque no saben contarlo bien, porque piensan que tienen un mercado que es el español y que a lo mejor creen que utilizar sistemas de digitalización para optimizar la producción de la empresa no es importante.
Todo eso hace que tengamos cada vez más desigualdad. Y ese es un asunto que al final lleva a los populismos. Hay gente que ve que gana menos, que progresa menos, que los hijos viven peor que los padres, como se suele decir. Ven que el hijo del inmigrante sí que progresa porque vino y no sabía prácticamente la lengua porque no tenía formación. Su hijo, aunque esté peor que el hijo del pequeño burgués, ha progresado mucho más. Hay esa idea de poner barreras para el inmigrante que llega: los nacionalismos.
Toda esta bolsa de gente al final recibe dos palos a la vez. Con la automatización, la digitalización, la inteligencia artificial, pierde su puesto de trabajo: por lo tanto ahí recibe el primer palo. Y el segundo es que en la historia normalmente la tecnología a corto reduce empleo. Pero a largo crea. No sabemos si esto va a ocurrir esta vez pero ha sido así. Claro, el problema es la transición: ese obrero que ahora mismo no tiene formación, que trabajaba en un astillero. Viene la tecnología, pierde su trabajo y va a los cursos de formación y le dicen que ahora tiene que saber de informática para todos estos nuevos puestos de trabajo que se están creando gracias a las nuevas tecnologías. Y hay muchos. Pero él o ella no tienen la formación y estos trabajos no son ni para ella ni para él. Tienes ahí una gran cantidad de gente que tiene que hacer trabajo precario, o está desempleado.
Ricardo Dudda: Cuando hablas de la automatización dices: “Hoy el ciudadano medio está envuelto en una sensación de vértigo que lleva a la angustia”. Innerarity hace un lectura sobre la incertidumbre de los tiempos actuales. Cuando escribías sobre el TTIP o sobre el CETA hablabas de lo positivo de estos tratados si se compensaba a los perdedores. No sé si nos puedes hablar un poco de eso: de hasta qué punto esa sensación de vértigo es real y cómo se puede compensar a esos perdedores o que dejen de sentirse como perdedores.
Miguel Otero-Iglesias: Sí, yo creo que el tema de una sensación de vértigo es importante porque eso crea también mucha angustia y desazón. Creo que todo el mundo, aunque no haya pensado de la sociedad del futuro, nota que esto está cambiando de una manera radical. Incluso mi madre: ve que los niños ahora pasan horas y horas delante de una pantalla. Había una gran diferencia entre su generación y la mía, porque los dos estábamos en la calle. Yo a lo mejor tenía más recursos, pero salía mucho, estaba mucho en la calle. Y ahora sus nietos pues no. Y claro, dice, ¿esto dónde va a llevar? Al mismo tiempo, ella tiene Airbnb en casa.
Es un proceso muy disruptivo. En 1990 el valor de mercado de las grandes empresas automovilísticas americanas, de todas, era de treinta y seis mil millones de dólares. Y empleaban 1,2 millones de trabajadores. En 2014 las tres grandes de Silicon Valley tienen un valor de mercado de 1 billón y emplean a 137.000 personas. Esa es la realidad a la que vamos. Hay perdedores. ¿Cómo compensarlos? En eso el libro de Avent, La riqueza de los humanos, es muy bueno. Habla de que las sociedades que van a poder lidiar mejor con esta revolución son aquellas que tienen capital social. No solamente capital humano, que es importante: educación, etc. No solo riqueza en cierto sentido. También buenas instituciones, buena educación, buena formación, una participación ciudadana, muchas de las cosas que conocemos de los países nórdicos, de países pequeños: Suiza, Holanda, etc. No es una sorpresa que países como Finlandia y Holanda sean los primeros en probar esto que se conoce como la renta universal, la renta mínima universal. Tienes una capacidad de generación de riqueza alta y quienes en principio son los ganadores del proceso pagan impuestos que redistribuyen las ganancias y que aseguran a todo el mundo una renta básica universal. Vamos a suponer, 500 euros. Hay quienes piensan que esto no va a funcionar. Primero porque a lo mejor sí que puede funcionar en los países pequeños, pero si no tienes un nivel de riqueza enorme no todo el mundo se lo puede permitir. No funcionaría, dicen, en países grandes: imaginemos Estados Unidos o China. Yo creo que le dices a un chino lo de la renta básica universal y se ríe de ti. Igual en Estados Unidos en cierto sentido. Y después está el tema ético. Avent habla mucho de eso, de que realmente el trabajo nos estructura en la vida. Nos levantamos, tenemos ciertos objetivos, nos involucramos, vemos a gente, hablamos con gente, tenemos deadlines…
Esto es lo que decía Marx, al final, que en lo que se diferencia el ser humano del animal es que el ser humano tiene esas necesidades de producir, de crear. El trabajo nos estructura la vida. Un caso concreto: mi padre sufrió muchísimo cuando se jubiló. Y eso que su trabajo no le gustaba. Era un trabajo de camionero en Suiza. Pero cuando dejó de trabajar el hombre pasó por una crisis psicológica enorme. Otros te dicen: Mucha gente se dedica a jugar a la Play Station y a fumar porros. Otros te dicen: No, esto va a hacer que se dediquen a un trabajo que les gusta, van a tener la capacidad de hacer algo que les entusiasme, que es su vocación. Lo veo mucho en mis amigos: han llegado ya los 40 años y te dicen: “a mí no me gusta mi trabajo, pero tengo que hacerlo porque sino no les puedo dar de comer a mis hijos”. Esa gente igual con quinientos euros más dice, con esto y con lo que he ahorrado puedo a lo mejor dedicarme a esas cosas que querías hacer. Y entonces se puede encontrar mucha creatividad ahí.
Otras opciones son por ejemplo lo que propone Ciudadanos: un complemento. Si ganas una cierta cifra y si no es lo mínimo, el Estado te da un complemento para que llegues a lo mínimo: si ganas 700, que llegue a 1000. Es menos costoso, pero el tema es cómo controlas eso. En este país tendría que haber un nivel de inspección mucho mayor: tú realmente cobras 500 o cobras 500 más porque haces otras cosas y no lo declaras, o te contratan por una cifra y te dan el resto en negro. Necesitaría una transformación de la sociedad.
Finalmente, esto es más controvertido pero yo creo que en las revoluciones industriales, digitales, productivas, los perdedores son los trabajadores. Siempre. Los ganadores son los emprendedores: aquellos que ven las posibilidades, las oportunidades que vienen con la disrupción. Siempre le digo a la gente que sea emprendedora.
No hemos hablado del problema ese del tripartito. Tú tienes por ejemplo Amazon y Uber. Amazon y Uber usando tecnología han creado productos o la distribución de productos a un precio mucho menor. Muchos piensan que han eliminado muchos puestos de trabajo y han matado el pequeño comercio. Otros dicen que han creado mucho más empleo del que han eliminado. Pensemos en el ejército de distribuidores, empaquetadores que tiene Amazon. O pensemos en el ejército de conductores que tiene Uber. Lo que pasa es que una vez que el servicio empieza a ser popular normalmente empiezan a subir los precios porque hay más demanda. Cuando suben los precios esas empresas, por eso lo del tripartito, tienen un incentivo para utilizar más tecnología para abaratar precios: el tema de los drones para Amazon y el coche sin conductor para Uber, porque lo que más me cuesta es el empleado. O pensemos en una plataforma como Etsy. Es esa plataforma donde la gente en todo el mundo vende cosas. Pensemos en los Youtubers: gente que empieza a crear vídeos en Youtube y gana dinero con eso. Creo que hay que proteger a los necesitados. Pero también empoderar y empoderar es formar y dar instrumentos para que la gente pueda emprender porque este es un momento de emprendedores igual que lo fue la Revolución Industrial.
Daniel Gascón: Las dos opciones que has descrito antes, la renta mínima y el complemento salarial, son cuestiones de ayuda pero quería preguntarte por el ascensor social. Antes hablabas de cómo la digitalización aumentaba la brecha. Tiene que haber formas de empoderamiento que permitan que funcione el ascensor social.
Miguel Otero-Iglesias: Una es la educación y para eso se necesita mucho dinero: la formación. Y bueno, ahí está Finlandia, que tiene muy buena formación. Eso es algo que el campo liberal ha descuidado muchísimo. La ideología liberal se basa en la igualdad de oportunidades. José Juan Ruiz, del Banco Interamericano de Desarrollo, ha hecho un estudio de cómo aprender para crear. Es un estudio impresionante, de 120 economistas, realizado a lo largo de 3 años. Hicieron muchos estudios en muchos países latinoamericanos: de programas, de iniciativas, de calcular, de medir. Decían que en los primeros tres años, de 0 a 3, aprendemos el 80% de lo que vamos a aprender en nuestra vida. O sea que imagínate de esos 0 a 3 años. A los 3 años, a los 4, 5, había una brecha enorme. Ya solamente el léxico: la diferencia entre el léxico que tiene de una persona y otra ya es brutal. Desde el punto de vista liberal, no solamente social, una buena formación de base es crucial para que todo el mundo tenga oportunidades similares, no iguales, pero similares, para aprovechar y lidiar con lo que ya tenemos encima.
Ricardo Dudda: A raíz de lo que has comentado de Uber y Airbnb quería pregunarte sobre la regulación de estos nuevos servicios, porque hace poco Londres retiró la licencia a Uber. ¿Crees que el discurso favorable a estos nuevos servicios olvida el problema que hay de seguridad o derechos laborales? El tema es importante por lo de la desigualdad: antes estábamos con empresas grandes con mucha seguridad, sindicatos, y ahora tenemos una economía mucho más flexible en ese sentido.
Miguel Otero-Iglesias: Sí, totalmente de acuerdo. La Revolución industrial del siglo XIX creó los partidos obreros y socialistas. Ahí empezaron a unirse los trabajadores y crearon el sufragio universal, crearon partidos socialistas, derechos, etc. Si la socialdemocracia no cambia el discurso la revolución digital puede enterrar a los partidos obreros socialistas. Mucha gente no se ve representada, no se ve reflejada en el discurso de la socialdemocracia, que es un discurso muy del siglo XX: protección, asociación, estructuras más rígidas en el sentido también de negociar con el empresario, jornadas laborales… Todo lo que ahora se dice, estamos en contra del precariado y la flexibilidad. Pero yo siempre que me subo a un Uber le pregunto a la persona si se siente explotada, o si piensa que esto lo hace por desesperación. Y lo que escucho es: para mí es genial, trabajo las horas que quiero, me gano un dinero, lo hago aparte. Estamos en un momento en el que el ciudadano ha entendido que cierta flexibilidad es positiva. Pero sí que es verdad que compiten muchas veces en desigualdad: si alguien ha pagado 400.000 euros por una licencia de taxi, no puede ser que venga ahora alguien con un coche pueda hacer el mismo servicio y encima más barato. O si además hay abusos, como hubo en Londres… La regulación siempre va por detrás pero tiene que venir. Uno de los mayores problemas que tenemos ahora mismo es la concentración, los monopolios en muchos sectores. Google es el mejor ejemplo. Lo más liberal sería más competencia pero a lo mejor lo más social también sería más competencia. Que haya más competencia en esos sectores para que l está innovación, estos grandes progresos que tenemos en la cima de la pirámide también pueda trasladarse más fácilmente y eso haría que el consumidor tenga más posibilidades y que al final tengamos más ofertas y más posibilidades. Por una especie de cerrazón ideológica no se ha hecho suficiente para volver a la idea liberal de que lo más importante es siempre generar competencia y posibilidades. Cuando tienes un dominio cartelista de ciertos sectores tienes un problema muy gordo.
Daniel Gascón: Antes comentabas lo de la relación con cómo esta gente que pueden ser los que se han visto afectados por estos cambios o los que tienen miedo de verse afectados. Cuando se habla de los votantes del populismo se suele discutir entre los factores económicos -esa gente afectada o asustada por la globalización y la digitalización- y los factores culturales.
Miguel Otero-Iglesias: Hay elementos económicos, como la desigualdad. Pero también hay elementos identitarios. El trabajo de Branko Milanovic demuestra que los perdedores del proceso de globalización han sido sobre todo las clases medias de Europa y Estados Unidos, donde no ha habido un crecimiento de los salarios prácticamente. Entonces el poder de compra de esas clases se ha visto cubierto por el endeudamiento, lo que algunos han llamado el keynesianismo privado. Tú mantienes tu nivel de vida pero porque te endeudas. Te compras un piso, como se lo compraron tus padres, pero te tienes que endeudar. Y entonces yo creo que está también el tema de que de repente los chinos dominan más, los árabes compran equipos de fútbol… El no blanco occidental empieza a mandar más y eso en mucha gente crea cierto rechazo. Hay miedo. Lo vemos en Alemania donde mucha gente dice que les va bien, en muchos sitios donde todavía no hay inmigrantes se vota por el partido de extrema derecha por miedo al otro, por la llegada del islam. Igual que en el siglo XIX hubo grandes olas de migración, también las tenemos ahora. Y tenemos una disparidad enorme. Había unas encuestas hace poco en las que en Estados Unidos y Alemania que son los países punteros en tecnología, 4 de cada 10 empresarios decían que no tenían mano de obra cualificada y estaban buscando mano de obra cualificada: esta no está en el mercado y no viene de la universidad. Y a la vez tienes una bolsa enorme de gente que no está formada y espera trabajar. Como es una bolsa enorme se desparrama un poquito.
No suben los salarios. Algunos piensan: no suben los salarios por los inmigrantes. Se piensa: un inmigrante trabaja por mucho menos, el cliché del electricista polaco: Vamos a echarlos. Eso es problemático. Primero, como dice Milanovic, porque algo que ha reducido las desigualdades en el mundo ha sido la migración, que venga gente que es aventurera, que es joven, que quiere ganarse la vida y va a los países del norte desarrollado, manda remesas, adquiere competencias, habilidades. Si no vuelve, manda remesas; si vuelve llevan competencias y habilidades para su país. Es un win win.
Si tú ahora dices esta gente mejor que no venga, entonces la brecha de la renta va a ser cada vez mayor porque ya no reduces la desigualdad entre países, y cada vez va a haber gente más desesperada para venir. Todo el mundo coge el móvil en África y puede echarle un vistazo a París. Puede ver las calles por Google Maps y dice: yo quiero ir ahí. Históricamente las sociedades que han levantado barreras han sufrido un declive todavía más rápido. El trabajo de Ricardo Hausmann al respecto es muy bueno. Él dice: ¿cómo se desarrollan los países? ¿Por qué ciertos países son ricos y otros pobres? Tenemos el trabajo de Robinson y de Acemoglu, Por qué fracasan los países. Hausmann dice: las instituciones pero hay algo más: la tecnología. ¿Y cómo se crea la tecnología? Si mando un tractor a un pueblo de África lo van a usar durante un tiempo, pero cuando se estropee el tractor, si no saben arreglarlo, no solucionamos nada. Según él, la única manera de progresar, de desarrollarse, es el intercambio cultural: el que vengan cerebros, gente de diferentes naciones, diferentes culturas, diferentes religiones, que se encuentren, que intercambien. Y no es una sorpresa que mucha de la gente de Silicon Valley sean inmigrantes. Los grandes imperios en el pasado se han basado en eso, en captar toda esa inteligencia humana que venía diferentes sitios. Estados Unidos es un claro ejemplo de esto; Reino Unido, otro. Hace poco, en una charla en la Fundación Rafael del Pino, Hausmann preguntó: “¿cuántos de ustedes nacieron en otro país o son de otra nacionalidad que no sea española?” Éramos unos 50 y solo dos levantamos la mano. Él dijo: “ustedes tienen un problema como país. No puede ser que sus élites, en esta muestra, no tenga una mayor diversidad cultural.”
Público: A mí me surge una duda y es que, claro, estás hablando de la revolución digital y del proceso tecnológico y hay algo que no se ha citado que para mí es importantísimo que son los datos.
Miguel Otero-Iglesias: Los datos son fundamentales. Sobre todo Estados Unidos es cada vez más importante. Un ejemplo paradigmático de Estados Unidos es la historia de un padre de una chica de 14 años de repente ve cómo le llegan a casa todo tipo de propaganda de productos relacionados con la maternidad. Ve que cada vez llega más de eso a casa y se extraña. Y llama y dice: “Pero ¿por qué me manda esto? Deje de mandarme”. Le responden: “Se lo mandamos porque según nuestros datos su hija está embarazada”. Y porque ella había ido al supermercado y había comprado un test de embarazo, y ese dato ya lo tenían. La empresa sabía antes que el padre de la chica que la niña estaba embarazada. Si vas a Estados Unidos cualquier movimiento que tú haces ya está capturado. La Unión Europea ha obligado a cualquier empresa que tiene una página web a decirte: “oye, estamos utilizando cookies, estamos usando la información que tú estás utilizando o bien mandándola a otros”. Y nosotros, claro, siempre decimos sí. Pero en Estados Unidos no tienes que ponerlo. Tú entras en territorio estadounidense y ya todo el mundo empieza a sacarte datos, como grandes aspiradoras. Fui hace poco a Shanghai y todos mis amigos de allí me decían que llevaban meses y meses sin ir a un cajero. Que no utilizaban ya el metálico para nada. Compraban todo con el móvil. Y un alemán me dijo: “Yo no quiero que alguien sepa todo lo que compro yo en cualquier sitio”. Es una invasión de privacidad enorme. Y, claro, eso es un gran debate. El tema de los datos ha influido en campañas electorales. Estoy totalmente de acuerdo contigo en que aquí Europa tiene un problema muy gordo. Volvemos al debate de romper el monopolio…
Es como en el medievo, cuando el control de la información, del saber, lo tenían los monasterios. Hubo un momento en el que alguien dijo: “Esto no puede ser, esto hay que empezar a repartirlo”. Maquiavelo, no en el Príncipe sino en los Discursos, decía que las ciudades estado italianas eran muy ricas, muy sofisticadas, culturalmente muy avanzadas: la crème de la créme en el siglo XIV-XV. Pero porque estaban desunidas, porque estaban fragmentadas, cuando venían Inglaterra, Francia, España, las barrían. Era un problema de escala. Que como Inglaterra, Francia y España eran Estados nación emergentes tenían una escala enorme y las ciudades estado italianas tenían que doblar la rodilla. Y algo similar está pasando ahora mismo. Europa es muy sofisticada, muy avanzada, muy rica, todos nos creemos el ombligo del mundo: los franceses, los italianos, etc. Pero frente a las economías ya de escala continental, como China o Estados Unidos, con mercados enormes, nosotros estamos divididos, fragmentados, perdiendo capacidad de poder competir. Ahora tenemos a Macron que en principio pide más unidad, más soberanía…
Pensemos en Roma. El Imperio Romano fue de lo más avanzado que se pudo imaginar durante muchísimo siglos. Aquellos que habéis visto un poco la serie Vikingos recordaréis estamos ya en el siglo X-XI y los sajones tienen ya algunos mosaicos que piensan que los hicieron los extraterrestres. Eran romanos y tenían seis siglos de antigüedad… Y después tienes Italia, las ciudades estado… Supongo que los italianos en ese momento dirían: “¿cómo podemos ser algo como Inglaterra, algo como Francia?” Y al final en el siglo XIX Italia se une como país y después en el siglo XX se convierte en uno de los países más industrializados e innovadores y punteros del mundo. Italia está todavía hoy en el G8 por lo que logró después de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto la historia puede ser que, bueno, Europa esté cada vez más desunida, que cada vez seamos más como éramos cuando en los mapas de China Europa estaba una esquina. Nada está escrito. Europa puede que en algún momento diga: “No podemos depender de los americanos. Necesitamos reconquistar nuestra soberanía, necesitamos crear escala, necesitamos más unión, necesitamos, frente a los grandes desafíos que tenemos, progresar, avanzar y unirnos”.