Curando síntomas sin tocar enfermedades
¿Se acuerda que hace no mucho dije que era agotador ser pesimista? Lo es, particularmente cuando los mercados están al alza y aparentan ignorar una realidad que para uno es evidente.
Estoy convencido, sin embargo, de que a corto plazo los mercados continuarán reaccionando positivamente al contundente estímulo que supone el hecho de que la Reserva Federal tenga ya un balance de 2.3 billones (millones de millones) de dólares, y que la ventanilla del banco central provea financiamiento de corto plazo a tasas cercanas a cero para bancos y para algunas empresas.
Pero, algún día, la situación de fondo empezará a hacer mella en el optimismo. Siempre hay un indicador que rompe la tendencia, una noticia inesperada, o algún catalizador que lleva a que el largo plazo se haga presente. No me canso de repetir que nadie ha hecho nada para tratar de reparar las raíces de esta crisis, y que mientras más se les ignore, más tenderán a recordarnos que es ahí donde se originó este desastre.
Esto lleva décadas formándose
Seguimos empeñados en ver y analizar hasta el cansancio las consecuencias, pero las causas son una y otra vez excluidas. Todos hemos leído sobre el excesivo endeudamiento de la economía estadounidense, por ejemplo, pero éste no surgió porque de repente a la gente se le ocurriera vivir de prestado. La deuda total de las familias estadounidenses se mantuvo, por décadas, constante en alrededor de 70% de su ingreso anual; a partir de 1980 empezó a crecer, hasta llegar a 140% en 2007.
Ese crecimiento se explica por muchas razones, pero una buena parte del fenómeno provino de la caída –en términos reales– del ingreso de los trabajadores de países industrializados. Particularmente a partir de que la economía se globalizó (con la ayuda de nuevas tecnologías como internet), los trabajadores de países pobres fueron capaces de competir con los de países ricos.
La fuerza laboral del mundo se duplicó entre 1990 y 2005 por la incorporación de trabajadores de países muy poblados como Brasil, Rusia, India, China, México, Indonesia, etcétera. Además, debido a acuerdos de libre comercio bilaterales y regionales, se hizo infinitamente más fácil mover procesos de producción de un país a otro.
Estos fenómenos permitieron que el crecimiento económico a nivel mundial fuera particularmente vigoroso durante los primeros años del presente siglo, pues dada la abundancia de mano de obra y la caída en los costos laborales, las economías crecieron sin generar presión inflacionaria. Esto permitió que los bancos centrales mantuvieran un ambiente de tasas de interés bajas, pues no tenían la preocupación de que la economía se estuviera sobrecalentando porque el acecho de la inflación.
Como contrapeso a aquella caída en los ingresos, la pujante fuerza laboral de muchos países en desarrollo –particularmente aquellos con mercados laborales flexibles– generó en los paises industrializados una nueva capacidad de demanda y mayor prosperidad. El beneficio indirecto para los trabajadores de economías desarrolladas fue el acceso a bienes y servicios baratos (aunque ahora que ya se acostumbraron a éstos, olvidan que ésa también fue una secuela de la globalización). Por eso, si Wal Mart fuera país, sería el séptimo socio comercial más importante de China. A la larga, otro efecto deseable provendría de que, conforme se incremente el poder adquisitivo de los países pobres más poblados, el consumo proveniente de sus jóvenes sociedades compensará la caída en la demanda en los países industrializados con poblaciones viejas.
Contrario a lo que se piensa, países como Alemania pudieron mantener su competitividad y protegieron el empleo local gracias al proceso de “outsourcing” a países como Hungría. Las empresas alemanas, preocupadas por mantener su posición como la gran potencia exportadora del mundo, discutieron junto con sus sindicatos qué procesos productivos debían mantenerse en Alemania y cuáles debían trasladarse a países más baratos. El éxito de esa política habla por sí solo. Los costos unitarios de trabajo bajaron 1.4% en Alemania, aún más que en Estados Unidos (-0.7%), el otro país que adoptó la misma estrategia, entre 2000 y 2008. En el mismo período, aumentaron 0.8% en países que no acogieron esa práctica, como Francia y el Reino Unido. El resultado fue que la competitividad de éstos últimos salió afectada, y eso se ha reflejado en un menor empleo local y en crecimiento más moderado. Es de llamar la atención que en el caso alemán se logró mantener el vigor de las exportaciones a pesar de la revaluación del euro.
La caída del ingreso se compensó con deuda
Pero si el proceso de caída del ingreso de los trabajadores de mercados desarrollados se dio paulatinamente, ¿cómo es posible que en países como Estados Unidos el consumo se mantuviera vigoroso e incluso creciente? La respuesta está en que se compensó con endeudamiento creciente. Los gobiernos promovieron el endeudamiento de las familias, y apoyaron el encarecimiento de diferentes mercados de activos como mecanismo para mantener el consumo. Conforme los inmuebles subían de precio a tasas que, hoy sabemos, carecían de sentido, las familias tenían más colateral para endeudarse y gastar, con la tranquilidad de quien se sabe respaldado por un activo cada día más valioso.
Las agresivas prácticas comerciales y crediticias de los bancos –hoy claramente los “malos” de la película– se dieron con la bendición de autoridades y reguladores, complacidos porque el crecimiento en el otorgamiento de crédito se traducía en mayor consumo, en más inversión privada y, consecuentemente, en más crecimiento económico.
Una buena parte de las prácticas de Wall Street que hoy escandalizan a los políticos fueron promovidas por el gobierno al amparo de sus objetivos de “vivienda a costo razonable”, que impulsaron a las agencias patrocinadas por el gobierno, Fannie Mae y Freddie Mac, a comprar de los bancos hipotecas cada vez más riesgosas. Eso explica que el rescate gubernamental de estas agencias le ha costado 177 mil millones de dólares a los contribuyentes fiscales, más que el costo total del rescate (153 mil millones) de los 747 “Savings and Loans” a fines de los ochenta.
Como he comentado en otros textos, se ha incrementado exponencialmente la concentración de la riqueza. Esto ha ocurrido, entre otras razones, porque si el trabajo se volvió un factor preponderante en el proceso productivo, el capital pasó a ser escaso. Eso llevó a que la rentabilidad del capital en las última décadas fuera la mayor en quizá setenta años. Así se explican los bonos multimillonarios para ejecutivos que se congratulaban por el vigor de sus empresas, tal vez ignorando que esto ocurría debido a situaciones ambientales y no tanto por su propio talento.
El alto endeudamiento de las familias estadounidenses se tradujo en una demanda por activos que, combinada con el entusiasmo por el surgimiento de nuevas tecnologías, produjo la enorme burbuja de internet de fines de los noventa. Cuando ésta reventó, el banco central bajó las tasas de interés a su menor nivel en cincuenta años y redujo considerablemente el costo de las hipotecas, generando una burbuja en el mercado inmobiliario mucho mayor a la anterior. Cuando esta última colapsó –porque todas las burbujas tarde o temprano lo hacen– se generó la crisis de crédito que hoy vivimos.
Es columnista en el periódico Reforma.