El capitalismo de la finitud: pesimismo y belicosidad

Una reseña de Le Monde confisqué de Arnaud Orain.
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Hoy en día existe una opinión ampliamente compartida de que la era de la globalización neoliberal está llegando a su fin. (He escrito sobre el asunto aquí). Está mucho menos claro qué tipo de sistema internacional y nacional sucederá al neoliberalismo. Hay muchos candidatos aparentes porque, parafraseando a Yogi Berra, es difícil hacer predicciones, especialmente sobre el futuro. Sin embargo, la historia económica puede ayudar. El nuevo libro del economista francés Arnaud Orain nos lleva en esa dirección al examinar la naturaleza cíclica del capitalismo mundial en los últimos cuatro siglos. Según Orain, estamos entrando en uno de los reajustes periódicos del capitalismo, del libre comercio al “comercio armado” característico del mercantilismo. Además, en la lectura de Orain sobre el capitalismo, son las épocas de mercantilismo las que fueron más comunes que los tiempos de laissez-faire y libre comercio. Considera tres de estos períodos (mercantilistas): la conquista europea del mundo (siglos XVII y XVIII), 1880-1945 y el presente.

Las características más importantes del mercantilismo son que considera el comercio, y quizá la actividad económica en general, un juego de suma cero, y crea un mundo que no está ni en plena paz ni en plena guerra. El estado normal del mercantilismo es un estado constante de conflicto, ya sea librado por las armas o por una multitud de otros medios coercitivos (piratería, limpieza étnica, esclavitud, etc.). El mercantilismo implica (i) el control de las vías por las que se transportan las mercancías, lo que, en el pasado como ahora, significa el control de los océanos, (ii) la preferencia por la integración vertical de la producción y el comercio, lo que implica monopolios y monopsonios, y (iii) la lucha por la tierra, ya sea como fuente de materias primas y alimentos (especialmente cuando se imponen las ideologías maltusianas) o como tierra en forma de puertos y almacenes para complementar el poder naval. El libro se divide en consecuencia en tres partes (cada una de ellas compuesta por dos capítulos) que repasan sucesivamente la competencia naval, los monopolios y el acaparamiento de tierras en las dos épocas mercantilistas anteriores. Esta es la lucha por los mares y la tierra; de ahí el título del libro Le Monde confisqué.

Uno de los principales papeles ideológicos se asigna al estratega naval estadounidense Alfred Mahon, que ha formulado lo que Orain define como las dos “leyes”. La primera sostiene que existe una progresión natural de un país desde ser un gran productor de bienes, como lo es China ahora, hasta necesitar enviar estos bienes al extranjero y, por lo tanto, controlar las rutas navales. Debe convertirse en una potencia naval o, idealmente, en una hegemonía naval. También necesita crear un conjunto de entrepôts para apoyar su despliegue naval. La segunda ley de Mahan es que no existe una diferencia clara entre las armadas comerciales y las armadas de guerra. Dado que el comercio está “armado”, la distinción entre ambos desaparece en gran medida, y Orain ofrece muchos ejemplos históricos en los que las flotas comerciales o de guerra holandesas, inglesas, suecas, danesas y francesas desempeñaron ambos papeles. Esto establece la atmósfera general de “ni guerre, ni paix”. Las guerras están, se podría decir, “tous azimuts”, por todas partes, pero sin profundidad.

El mercantilismo es el capitalismo de las “finitudes”, un término muy adecuado introducido (¿o acuñado?) por Orain que puede referirse a la constatación de que los recursos naturales son finitos o de que la actividad económica se percibe como un juego de suma cero. (Volveré a esto al final de la reseña.) El libre comercio correspondería, por implicación, a las épocas en que nuestra visión del mundo es más expansiva, más amplia y más optimista: tendemos a creer que (con el tiempo) habrá suficiente para todos. El mercantilismo es ese mundo en el que “no habría suficiente para todos”, la frase final del libro.

Orain presenta un extraordinario y rico lienzo histórico de la conquista europea y las “semiguerras” intraeuropeas en tierras extranjeras durante los siglos XVII y XVIII. Compañías como la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, la Compañía Británica de las Indias Orientales, la Compañía Francesa de las Indias Orientales, la Compañía de África Occidental y similares desempeñan un papel clave. Orain destaca que las empresas a menudo habían asumido funciones gubernamentales (el caso más famoso es el de la Compañía de las Indias Orientales), extrayendo los derechos “regalianos” de los gobiernos de origen e imponiendo por la fuerza su autoridad sobre los gobiernos de las tierras conquistadas. Aunque conocía las líneas generales de la competencia naval de la época, en los dos primeros capítulos encontré muchas cosas nuevas para mí (especialmente en lo que respecta a la conquista francesa de África Occidental) y que requieren algo más que un conocimiento superficial de la estrategia naval. Actualmente, se considera que China y sus empresas estatales (especialmente COSCO Shipping) siguen el mismo camino que la VOC holandesa y las compañías británicas y francesas de las Indias Orientales. China también, según Orain, obedece la primera “ley” de Mahan: como potencia industrial continental debe expandir su influencia sobre los mares para poder enviar y vender sus mercancías. Se subrayan los aumentos navales cuantitativos de las diversas flotas de China (en número de buques y su interoperabilidad entre funciones comerciales y bélicas) y el correspondiente declive de las flotas estadounidenses: de los siete astilleros estadounidenses capaces de producir grandes buques en la década de 1990, solo queda uno.

Me gustaría centrarme en dos cuestiones. En primer lugar, una lectura completamente diferente de la historia del pensamiento económico que implica la visión del capitalismo como un sistema mercantilista. Los escritores franceses anteriores a los fisiócratas, como Forbonnais; Grocio, el asesor jurídico de la VOC y justificador del comercio armado, incluida la incautación de barcos de propiedad extranjera; Gustav Schmoller y la Escuela Histórica Alemana, son ahora referencias cruciales. Del canon ortodoxo, solo “sobreviven” Smith (que, creo, es inevitable porque sus escritos se sitúan en la frontera ideológica y cronológica exacta entre el libre comercio y el mercantilismo), Marx y Schumpeter. Ricardo, Marshall, Walras, los teóricos del equilibrio general, Keynes y muchos otros apenas se mencionan, o no se mencionan. No es un capricho del autor. Se deriva directamente de su lectura del capitalismo como un sistema de producción forzada y comercio armado. Un economista con una educación convencional entra en un mundo completamente diferente: como en una sala de espejos distorsionados, muchas características son familiares pero se muestran de una manera nueva y aparentemente deformada, mientras que muchas otras son completamente nuevas.

Mi única objeción (pero no es una objeción menor) es la explicación de Orain sobre el cambio a la “finitud” mercantilista, especialmente al final del libro, que trata sobre el control de la tierra: se presenta como algo debido a la naturaleza agotable de los recursos. No me convence. La actual transición del libre comercio al mercantilismo, y a la percepción del comercio como un juego de suma cero, no se debe a algún cambio observable en la disponibilidad de recursos naturales. El mundo no ha descubierto de repente en los últimos cinco o siete años que no habrá “suficiente para todos” en un sentido físico. Más bien, lo ha descubierto en un sentido ideológico. ¿Por qué? Mi argumento es que la transición al capitalismo de las finitudes no se ha producido porque nos hayamos dado cuenta de las próximas escaseces reales, sino por el auge de China y de Asia en general. El auge de China, el nuevo y gran actor en la escena internacional, con un sistema político diferente al occidental, es un desafío hegemónico. Mantener la globalización neoliberal como antes —se ha dado cuenta Occidente— significa una segura dominación final por parte de China. La percepción del declive occidental (si no se cambia nada) ha llevado a Occidente a una postura más radical y belicosa en la que el mundo se ve realmente como finito porque “si hay más para China, hay menos para nosotros”. La evolución que Orain describe tan acertadamente no se debe al cambio físico “real” en la cantidad de recursos, sino a la anticuada competencia estratégica por la primacía en el mundo. Las causas que subyacen al paso al mercantilismo no son “objetivas” ni físicas, sino políticas.

P. D. Este último punto es, por cierto, el tema de mi próximo libro The Great Global Transformation: National Market Liberalism in a Multi-polar World, Penguin’s/Allen Lane, noviembre de 2025.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en el Substack del autor.


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