El tercer Marx

La tesis principal de Marcello Musto, en 'Les dernières années de Karl Marx' es que los últimos años de Marx estuvieron llenos de lecturas ininterrumpidas en todos los ámbitos.
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La bibliografía sobre el Tercer, o Viejo, Marx, es decir, la literatura que trata de los últimos quince años de su vida (aproximadamente desde la publicación de El Capital en 1867 hasta su muerte en 1883) es cada vez más frecuente e influyente. Ya he reseñado el excelente Marx at the Margins de Kevin Anderson. El libro de Marcello Musto Les dernières années de Karl Marx (leí el libro en francés) o The Last Years of Karl Marx (en español: Karl Marx, 1881-1883. El último viaje del Moro) es una adición importante. El original de Musto se publicó en 2016 en italiano y, como escribe en el prefacio, ya ha sido traducido a veinte idiomas.

La tesis principal de Musto, como en otros libros sobre el tercer Marx, es que los últimos años de Marx, lejos de ser estériles como sostiene la opinión común, estuvieron llenos de lecturas ininterrumpidas en todos los ámbitos, desde la etnografía y la antropología hasta la física, un creciente interés por las matemáticas (que Marx utilizaba sobre todo como pasatiempo) y, lo que es más importante, discusiones políticas y económicas que le alejaron aún más de la eurocéntrica filosofía estadial de la historia. Esta última parte es, por razones obvias, la más relevante para nosotros hoy. “Crea” el tercer Marx: el primero es el de la condición humana, el de los Manuscritos filosóficos y económicos y la Ideología alemana, el segundo, y más conocido, el de El Capital y otros escritos económicos, y el tercero, el Marx de la globalización.

A pesar de lo que Musto intenta demostrar –que Marx fue intelectualmente muy activo hasta casi el final de su vida– el argumento no convence en absoluto al lector. De hecho, como muestra el detallado repaso cronológico de los últimos años (y especialmente de los dos últimos) Marx sufrió mucho debido a su mala salud, muertes en la familia (de su esposa en 1881, y luego justo antes de su propia muerte, la de su hija mayor), siguió leyendo y tomando copiosas notas en todas las disciplinas, pero en realidad no produjo gran cosa. Su objetivo de terminar al menos el segundo volumen de El Capital no se cumplió. Terminar el tercer volumen ni siquiera se vislumbraba en el horizonte.

La última contribución intelectualmente significativa fue la discusión de Marx en los años setenta, con multitud de autores rusos, sobre la transición de Rusia al socialismo. Esa discusión no solo es importante por lo que ocurrió después, sino porque Marx se enfrentó, por primera vez, a la cuestión de si su teoría estadial de la historia y la ineluctabilidad del socialismo significaba también que sociedades muy diversas tenían que pasar por las mismas etapas que Europa Occidental. Marx fue muy consciente del problema y lo disimuló escribiendo que sus esquemas se basaban únicamente en la experiencia de Europa Occidental. Este es el Marx no dogmático que Musto privilegia en su interpretación.

Sin embargo, el peligro de ser no dogmático es el siguiente: si uno admite una multitud de sistemas económicos, o que condiciones similares pueden llevar a resultados muy diferentes, uno se queda finalmente no con una teoría socioeconómica diferenciada, sino con muchos estudios de casos individuales. Se pueden discutir en gran detalle uno por uno, y muy razonablemente, pero esta “segmentación” también descarta la inevitabilidad del objetivo último que Marx tuvo toda su vida: la emancipación del trabajo, o en otras palabras, la socialización de los medios de producción. Si todo puede suceder, ¿por qué estamos convencidos de que la emancipación del trabajo es ineluctable?

Observando la cautela con la que Marx abordó la cuestión rusa (¿puede la tierra en común ser la base del desarrollo comunista?, ¿necesita Rusia desarrollar primero el capitalismo?), se puede ver fácilmente que era muy consciente del problema. Insistir en las etapas europeas occidentales de la historia significaba la irrelevancia de su teoría para el resto del mundo (incluida la India, en la que Marx estaba bastante interesado), pero “diluir” demasiado su teoría significaba socavar la necesidad histórica del objetivo último. Solo así podemos entender las vacilaciones de Marx sobre la cuestión rusa y los numerosos borradores de su famosa respuesta a la carta de Vera Zasulich.

Musto llega a la conclusión de que Marx aceptó la opinión de los populistas rusos de que la comuna puede proporcionar la base para la transición directa al comunismo, y que estaba en contra de la opinión de que los socialistas rusos no necesitan hacer nada más que vitorear el avance del capitalismo con la esperanza de que, cuando el capitalismo esté suficientemente avanzado, conducirá al país automáticamente al socialismo. En otras palabras, Marx aceptaba la multiplicidad de los caminos hacia el socialismo, e incluso la vía política de lograrlo a través de la insurrección y la revolución. La multiplicidad de las vías hacia el socialismo es, por tanto, ideológicamente compatible con el blanquismo o leninismo: una acción política audaz que puede no estar plenamente respaldada por las condiciones económicas “objetivas” como forma de forzar la historia. Las interpretaciones del marxismo de Lenin y más tarde de Mao son coherentes con este punto de vista.

También es posible otra interpretación, pero su implicación política es el “attentisme”, es decir, el reformismo y el pragmatismo que acabaron apoderándose de la socialdemocracia alemana y de Eduard Bernstein, a quien tanto Marx como Engels consideraban su líder más prometedor. Los dos aspectos de Marx que son, en teoría, indisolubles –un estudioso de los procesos históricos y un activista político– chocan. Hay que elegir: o se es fabiano o leninista.

Elegir lo segundo, es decir, “forzar la historia” lleva a algunas conclusiones desagradables. No solo se puede apoyar un voluntarismo “razonable”, sino también medidas mucho más “costosas”. Si tiene sentido utilizar la propiedad común de la tierra como en la obshchina rusa para construir sobre ella un sistema mucho más desarrollado, pero de propiedad colectiva, sí tiene sentido, como hizo Stalin, proceder a la colectivización. La colectivización puede verse no solo como un medio para aumentar la producción agrícola mediante economías de escala, sino para resolver el rompecabezas socioeconómico. Las reformas de Stolypin y luego, después de 1917, la confiscación de tierras pertenecientes a la nobleza habían creado un campesinado minifundista muy numeroso. El modo de producción obshchina se transformó espontánea y naturalmente en un modo de producción minifundista y cada vez más capitalista. Pero si es posible un atajo hacia el socialismo, ¿no sería válido el argumento de que esta multitud de pequeñas explotaciones debería conjuntarse hacia una propiedad colectiva más general, apoyada por una tecnología más avanzada?

La afirmación sobre la viabilidad de diferentes vías de transición al socialismo conduce así a la aceptación de la práctica revolucionaria como “partera” de nuevas formaciones económicas que, a su vez, permite movimientos cada vez más voluntaristas, o políticamente motivados.

Musto no parece, en mi opinión, darse cuenta del todo de que lo que se asemeja, desde la perspectiva actual, a la apertura mental y falta de dogmatismo de Marx, puede conducir a resultados como la colectivización que él deplora con razón. Este es el dilema al que nos enfrentamos incluso hoy: si todo (o la mayor parte) es cuestión de voluntad política, entonces, con dirigentes hábiles, las condiciones económicas y sociales subyacentes pierden importancia, y se entra en el terreno de la arbitrariedad. Pero si todo lo deciden los “fundamentos” sociales, entonces no hay papel para la política, o solo lo hay para la política de lo posible, que es tímida, aburrida y autolimitada.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en el Substack del autor. https://branko2f7.substack.com/p/the-third-marx

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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