La economía rusa en el corto plazo

Frente a las sanciones y el aislamiento económico, el gobierno ruso intenta mantener su economía a flote. El problema no es que esté tomando decisiones equivocadas, es que no puede hacer mucho para frenar la sangría.
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Consideraré en dos partes lo que me parecen las perspectivas a corto y largo plazo de la economía rusa. 

Empiezo por el corto plazo. Me baso en el supuesto de que la guerra en Ucrania termine dentro de unos meses (es decir, que no continúe con la intensidad actual durante años) y que no se produzcan cambios internos drásticos en Rusia, en forma de golpe de Estado, revolución, etc.

Para responder a la pregunta sobre los efectos a corto plazo, resulta útil revisar algo de historia.  Desgraciadamente Rusia, gracias a su historia económica circular, proporciona varios ejemplos. Los descensos más calamitosos de los ingresos en los últimos 100 años se produjeron durante las últimas etapas de la Primera Guerra Mundial y la posterior Guerra Civil, así como durante la transición al capitalismo en los años 90. (También se produjeron enormes descensos del PIB, y especialmente del consumo, durante la Segunda Guerra Mundial, pero son más difíciles de interpretar.)

Entre 1917 y 1922, el PIB ruso se redujo a la mitad (todas las cifras que se dan aquí son en términos reales, es decir, ajustadas a la inflación); la producción industrial en 1921 era el 18% del nivel anterior a la guerra; la producción agrícola era el 62% del nivel anterior a la guerra. (Los datos proceden de Kritsman, 1926, citado en Pipes, 1990; y de Block 1976; véase también el capítulo 1 de mi Income, inequality and poverty during the transition from planned economy). Durante el episodio de transición, el PIB per cápita ruso se redujo entre 1987 y 1995 en casi un 40% (un descenso mucho mayor que durante la Gran Depresión en Estados Unidos). El mayor descenso en un año se produjo en 1992 (16%), seguido de los dos años siguientes, con un 8% y un 13% respectivamente. (Los datos proceden del Banco Mundial.)

También podemos tomar el tercer ejemplo de la crisis financiera de 1998-99 y el impago de la deuda pública de Rusia. En 1998, el PIB ruso descendió un 5%. La crisis financiera y el desorden general de 1998-99 probablemente llevaron a Yeltsin a darse cuenta de que ya no podía controlar la sociedad y la economía rusas: en una rápida sucesión nombró a varios primeros ministros (todos ellos vinculados de un modo u otro al KGB, aparentemente conscientes de que nadie más podía salvar la situación), y el jaleo terminó con el nombramiento de Putin el 31 de diciembre de 1999. Esto abrió a Putin las posibilidades de ser elegido presidente tras la dimisión anticipada de Yeltsin (el mandato de este habría terminado normalmente en junio de 2000).

La Guerra Civil de los años veinte (obviamente) y la transición fueron dos choques económicos mayores que el actual. El periodo de principios de los noventa supuso un cambio total en el funcionamiento de las empresas, la ruptura de casi todos los lazos económicos con otras repúblicas soviéticas, la privatización, la incapacidad del gobierno para aplicar sus políticas y una corrupción a escala épica. Es poco probable que las sanciones actuales, por muy onerosas que sean para la actividad económica, tengan el mismo impacto a corto plazo. Pero sin duda tendrán un impacto mucho mayor que la crisis financiera de 1998-99. Por lo tanto, se puede situar, de forma muy aproximada, el descenso esperado en 2022-23 en un dígito alto, o dos dígitos bajos: no va a ser tan brusco como en 1992, ni tan (relativamente) suave como en 1998.

Por supuesto, no está claro cómo se distribuirán los costes del descenso. El gobierno ruso ha introducido recientemente una nueva indexación más favorable de las pensiones (el 30% de la población rusa es pensionista), pero resulta dudoso que, en las nuevas condiciones, pueda cumplir esa promesa. Lo mismo ocurre con el aumento de las prestaciones por hijos a cargo, votado por la Duma. La retirada de muchas empresas extranjeras, el embargo de facto de una serie de importaciones y, seguramente, la disminución de las inversiones extranjeras y nacionales, aumentarán el desempleo. Actualmente, el desempleo ruso es bajo, pero podría volver al 7-8% o más, como en los años noventa. 

La red de seguridad social rusa no es lo suficientemente fuerte desde el punto de vista institucional ni financiero para mantener los ingresos de estas personas a un nivel razonable. Las debilidades institucionales se pusieron de manifiesto con los efectos de la covid: el número total de muertes registradas por covid fue de 360.000 y el exceso de muertes rusas es, según algunas estimaciones, uno de los más altos del mundo. Se pueden comparar estos resultados con los de China, que tuvo 4.600 muertes registradas relacionadas con el covid, es decir, alrededor del 1% de las de Rusia, con una población casi diez veces mayor que la rusa.

La inflación que acompañará la caída del rublo también afectará más a los más pobres. Aunque los precios de los alimentos en Rusia no aumenten tanto como en los países importadores de alimentos, sí subirán (la producción nacional en algunas zonas no podrá compensar la disminución de las importaciones, y los insumos extranjeros aumentarán debido a la depreciación del rublo). Las noticias ya informan de la escasez de una serie de productos esenciales, incluido el azúcar. Ante unos precios relativos tan inestables y volátiles, y en la condición de que vuelva la inflación elevada, la política prudente sería imponer el racionamiento de todos los artículos esenciales. En la Unión Soviética, el racionamiento se eliminó en 1952, y luego se reintrodujo brevemente para algunos bienes en Rusia durante los primeros años de la década de 1990. Es posible que haya que reintroducirlo de nuevo, probablemente de forma más amplia. La razón de ser del racionamiento es, por supuesto, proteger el bienestar (e incluso la supervivencia) de las clases más pobres, pero es obvio que reduce los incentivos para los productores. En la Unión Soviética, esto no importaba mucho ya que la producción se basaba en la planificación, pero en la Rusia de hoy los incentivos sí importan.

Las políticas gubernamentales desveladas hasta ahora para reducir el impacto de las sanciones son muy débiles. Declarar unas vacaciones fiscales temporales para las pequeñas y medianas empresas tiene sentido para evitar despidos masivos, pero no puede ser una política a medio plazo. Obviamente, afecta al presupuesto, y también abre el camino a lo que parece inevitable, es decir, una expansión monetaria seguida de inflación. Como ya se ha mencionado, la inflación fue extraordinariamente alta a principios de los noventa (el nivel anual fue de tres cifras entre 1992 y 1995) y también en 1999, cuando alcanzó el 90%. Es difícil que no vuelva: ya en febrero, la inflación era del 10% anual. Las cifras de marzo serán sin duda más altas. 

Otra medida gubernamental pretende fomentar la repatriación de las inversiones extranjeras de Rusia. Pero ¿por qué iba la gente a traer de vuelta a Rusia un dinero que, con el régimen de control de capitales que ya está en vigor y que se hará más estricto, será imposible de trasladar de nuevo al extranjero, si es necesario?

El problema no es que el gobierno esté tomando decisiones políticas equivocadas; el problema es que, en la situación actual, casi no hay buenas decisiones políticas que tomar. El rango de lo que el gobierno puede hacer es extremadamente limitado, y está determinado por las decisiones de política exterior tomadas por Putin (probablemente sin consultar a los ministerios de economía) y por las sanciones extranjeras. Entre ambas, es muy poco lo que puede hacer cualquier política económica, salvo dejarse llevar por los acontecimientos para ser cada vez más restrictiva. Es importante señalar que la restricción será en su mayor parte forzada por los acontecimientos. 

Ideológicamente, el gobierno ruso es tecnocrático y neoliberal. El propio Putin siempre ha tenido un enfoque neoliberal de la economía. El primer día después de la invasión de Ucrania, convocó una reunión con las grandes empresas y les prometió una “economía totalmente liberalizada” (en realidad, prácticamente les pidió que hicieran lo que quisieran). Es posible que él, y probablemente ellos, no fueran entonces plenamente conscientes de los efectos nocivos de las sanciones. A medida que esto se haga más evidente, el campo de decisión de la política económica se reducirá drásticamente. Ya no se tratará de si a uno le gustan o no los controles de precios: se trataría de tener disturbios masivos sin ellos. Así, las políticas restrictivas serán dictadas por los acontecimientos. Pero una vez adoptadas, serán difíciles de modificar.

También hay que mencionar otro aspecto. Las sanciones y cualquier tipo de limitación siempre requieren soluciones. Son posibles: las importaciones pueden hacerse desde (digamos) Armenia y luego revenderse en Rusia; los rusos en el extranjero pueden compartir sus tarjetas de crédito con sus primos en casa, etc. Pero estas “soluciones creativas” son caras. Las personas que se dedican a ellas asumen riesgos por los que tienen que ser compensadas. Los periódicos rusos ya han informado de la aparición de “especuladores”, un término que se remonta a una época revuelta. El aumento de los precios debido a las ingeniosas argucias no es el único efecto. Un efecto más pernicioso desde el punto de vista social es la aparición de redes de contrabando y delincuencia que controlarán estos planes. Ocurre lo mismo que con las drogas. Una vez que un bien es ilegal, de bajo precio o difícil de obtener, se introducirá en el mercado pero a un precio elevado y por personas dispuestas a desafiar la ley. La criminalización de la sociedad rusa, que viene desde los años noventa y que explotó con Yeltsin, volverá a cobrar fuerza.

Los próximos años del gobierno de Putin se parecerán mucho a los peores años del gobierno de Yeltsin. Putin llegó al poder desde las sombras con la idea de que protegería las ganancias de la familia de Yeltsin y de los oligarcas, al tiempo que reimpondría cierto grado de estabilidad interna. En sus dos primeros mandatos lo consiguió. Pero al final (o en el momento actual) de su reinado, hizo que volvieran todas las enfermedades originales y las empeoró en cierto sentido, porque sus políticas metieron al país en un callejón sin salida y cerraron así todas las vías de escape.

En el próximo artículo hablaré de las perspectivas a largo plazo.    

Publicado originalmente en el blog del autor

Traducción de Ricardo Dudda.

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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