Se dice que un camello es un caballo diseñado por un comité. Con el mismo criterio, quizá un ornitorrinco sea un perro diseñado por políticos. Cuando parece imposible complicar algo más allá de lo que ya lo está, los políticos son siempre capaces de sorprendernos.
En uno de los ejercicios más fascinantes que he visto, demócratas y republicanos se han enfrascado en una gresca que es casi tan pueril como dogmática. Sin embargo, hay mucho más de fondo que lo que es evidente a simple vista.
Permítame darle antecedentes. Estados Unidos y Dinamarca son los únicos países del mundo donde se requiere autorización legislativa en forma separada para el gasto público y para el endeudamiento gubernamental. Aprobar un “techo de endeudamiento” es fútil debido a que es también el congreso quien aprueba el presupuesto. El endeudamiento es sólo la consecuencia de esa aprobación. Por ello, en mi opinión, este es un procedimiento redundante que se vuelve un vehículo extremadamente peligroso. Por una parte, es una potencial herramienta de extorsión, particularmente cuando el partido en la Casa Blanca es diferente al que controla las cámaras; por otra, el proceso en sí puede volverse complejo cuando hay pocos alicientes para que cada legislador en lo individual esté dispuesto a asumir el costo de votar públicamente a favor de que el gobierno se endeude. Por ello, el presidente Obama tiene poco que exigir cuando él mismo –en su tiempo como senador por el estado de Illiinois– votó en contra de elevar el techo de endeudamiento durante la presidencia de George W. Bush en 2006.
En condiciones normales, el techo de endeudamiento se ha elevado sin altercados mayores; 74 veces desde marzo de 1962 y diez veces tan sólo en los últimos diez años. Pero un siguiente nivel de complejidad proviene del simple hecho que este proceso ocurre hoy en medio de la peor crisis económica desde la Gran Depresión. Eso hace que éste sea el campo de batalla perfecto donde ambos partidos se señalen mutuamente como los causantes no sólo de la debacle fiscal actual, sino también del alto desempleo y de la crisis económica en su totalidad.
Me sorprende que los políticos se lancen a afirmar –producto de la desfachatez, de la ignorancia, de la estupidez, o de una combinación de éstas– que una crisis cuyos orígenes podríamos rastrear por décadas, es la culpa de tal o cual oponente por algo que éste o aquel hizo en los últimos meses. Me recuerda a un compañero en mi primer trabajo en una institución financiera quien afirmaba que un tercero se había quedado calvo porque un año antes empezó a utilizar un secador eléctrico para el cabello (el hecho que el papá, el abuelo y todos los hermanos eran calvos también, seguro no tenía que ver nada con genética sino con sus hábitos de peinado).
En un momento en el que ambos partidos tratan de posicionarse para una contienda electoral en 2012, el techo de endeudamiento se vuelve, entonces, el ring perfecto para tundirse a golpes. A los republicanos les urge lavar sus pecados y quitarle culpa a la extrema irresponsabilidad fiscal del gobierno de Bush Jr. La oficina presupuestal del congreso estima que el endeudamiento estadounidense pasó de 24% del Producto Interno Bruto a 40.8% durante su presidencia. Buena parte de ese endeudamiento ocurrió en medio de un boom económico sin precedente. Los demócratas necesitan evitar que esta se vuelva una crisis obviamente de la administración de Obama, pero cada día que pasa lo es más.
En ciclos normales, la situación fiscal de los gobiernos mejora sustancialmente en la fase expansiva de éstos, pues la recaudación fiscal crece exponencialmente como reflejo de que la gente está empleada, de que quienes más tienen (y más pesan en la recaudación fiscal) están ganando mucho dinero, de que usualmente tienen utilidades invirtiendo en la bolsa y, en este ciclo en particular, de que ganaron dinero a manos llenas en transacciones inmobiliarias. Pero el ciclo de Bush fue diferente. Durante la fase expansiva, se respondió al excedente en la recaudación con gasto creciente. En 2003, con el propósito de ganar popularidad con electores de edad avanzada, pasó la ley que cubría –dentro del programa de Medicare– el costo de medicamentos con prescripción médica. El costo de este beneficio se estimaba en 1.2 billones (millones de millones) de dólares para el periodo entre 2006 y 2015; evidentemente, no se previó cómo financiarlo. Igualmente, Bush decidió invadir Afganistán e Irak, lo cual ha costado cuando menos otro billón en los últimos diez años (o quizá bastante más, según algunos estimados), sin tampoco fondear el costo de las guerras en forma específica. La lógica de los gobiernos de Bush era que si había ingresos extraordinarios, seguro seguiría habiéndolos para siempre, por lo que era mejor utilizarlos para dejar contenta a la clientela del partido republicano. Los contratistas militares –entre otros– tuvieron ingresos en niveles que antes ni soñaban, y por ello los reciclaron generosamente para financiar campañas de ese partido.
Pero, en el último año de la administración de Bush reventó la crisis y ésta pilló al gobierno sin el “ahorro” que podría haberse acumulado durante los años de bonanza. Y aquí se vuelve importante entender los dos componentes de la crisis fiscal: uno es el déficit, el otro es el endeudamiento. Tan increíble como puede parecer, congresistas, analistas, e incontables líderes de opinión utilizan alternativamente uno u otro término. Cuando hablamos de déficit fiscal, nos referimos a la diferencia entre lo que el gobierno recauda y lo que gasta. Típicamente, como le ocurriría a un individuo, a una familia o a una empresa, si el gasto es superior a su ingreso, tiene que vender bienes o financiar la diferencia con deuda. Si se trata de una familia, recurrirán a que les preste un pariente, a usar tarjetas de crédito o a pedir crédito bancario directo; cuando es el gobierno o una empresa quien se endeuda, pueden recurrir a emitir bonos, donde se compromete a pagar la deuda más adelante, pagando un interés por el préstamo, mientras tanto. Entonces, el gobierno ha adquirido deuda en los últimos años para cubrir los faltantes que va teniendo cada ejercicio, y ésta hoy suma 14.3 millones de millones de dólares, la deuda total del gobierno federal equivale más o menos al tamaño total de la economía.
Es columnista en el periódico Reforma.