Antes de seguir enumerando los potenciales Cisnes Negros para 2010, considero importante hacer una breve pausa para hablar un poco sobre el entorno político que entorpecerá las medidas posibles para enfrentar lo que viene.
Con toda certeza, los libros de historia dentro de cien años hablarán de la crisis que hoy está en proceso de desarrollarse. Que conste que, ni remotamente, considero que ésta haya terminado. Como en las peleas por el campeonato de peso completo, la campana señaló el final del primer asalto, pero está programada a quince, a no ser que alguien salga noqueado.
Creo que se escribirá sobre cómo una crisis refleja todas las fortalezas y debilidades de una sociedad, desde la capacidad para utilizar al capital o al empleo en forma eficiente, hasta la incapacidad de los gobernantes para enfrentar los retos que ésta despliega. En ese sentido, ésta ha sido una crisis que apunta a la grotesca corrupción que, en mayor o menor medida, se ha apoderado de los sistemas políticos tanto de países industrializados como de aquellos en vías -quiera dios– de serlo.
La evidente polarización en Estados Unidos de los órganos que deberían introducir cordura en la reacción del gobierno, como es el caso del Congreso, refleja no el hecho de que los congresistas se hayan vuelto locos o se hayan radicalizado, sino el hecho de que se han vuelto los simples guardianes de los intereses de sus amos –los poderes fácticos que financian sus campañas políticas.
La irresponsabilidad de los gobernantes es pasmosa. Por ello, creo que de lo otro que hablarán los libros de historia es de las oportunidades perdidas. En el caso de Estados Unidos, primero Bush decidió usar el pretexto del ataque del 11 de septiembre, pero no para hacer una reforma de fondo en la cual ese país redujera, por ejemplo, su letal dependencia a los hidrocarburos (con la que se financian Irán, Chávez, y todos los enemigos de Estados Unidos). Esto pudo hacerse, por ejemplo, con un impuesto a la gasolina, que les vendría de perlas en estos momentos de apuro fiscal y que nadie hubiera objetado en ese momento. En vez de eso, prefirió aprovechar para declararle la guerra a un país que no tuvo vela en el entierro, y gastar cientos de miles de millones de dólares en ese ejercicio, sin pedir sacrificio alguno del pueblo estadounidense en el proceso. ¿Quién se benefició de esa decisión? Ya lo discutiremos.
Ahora, Obama tampoco aprovecha la peor crisis financiera en décadas para hacer una reforma financiera de fondo que fortalezca al sistema. Hubiera sido un momento ideal para forzar a los enormes bancos a partirse en pedazos más manejables, para reintroducir la Glass-Steagal (ley que separaba a los bancos comerciales, que reciben depósitos del público, de los bancos de inversión, y que fue derogada gradualmente entre los años ochenta y el año 2000) y para permitir que la Reserva Federal pudiera tomar el control de los bancos de inversión en problemas (hoy sólo pueden hacerlo con bancos comerciales), a fin de evitar quiebras desordenadas como la de Lehman. Lejos de hacer eso, permitió la formación de grupos financieros aún más grandes y, por ende, más blindados ante una posible quiebra –por ser “demasiado grandes para dejarlos caer”. Esto equivale a darles un endoso en blanco para que sigan tomando riesgos desmedidos, sabiendo que las utilidades serán para ellos y las pérdidas para los cada vez más vapuleados contribuyentes fiscales.
Adicionalmente, se festeja con bombo y platillo la reciente aprobación de la reforma al sistema de salud, la cual es, a mi juicio, paupérrima. Considere usted que, durante la próxima década, el gran problema que enfrentarán Estados Unidos y la mayoría de los países industrializados, será predominantemente fiscal. En Estados Unidos será imposible detener el crecimiento del déficit presupuestal. Esto se debe a que más del 70% de éste provendrá de tres fuentes: gasto militar, intereses sobre la deuda y el gasto contingente que proviene de programas ya establecidos como Medicare, Medicaid, y el Seguro Social (exacerbado por el envejecimiento de la población).
Lejos de enfrentar el descomunal costo de salud en Estados Unidos –donde proveerla cuesta el doble que en los países europeos–, lo cual implicaría afectar a sectores poderosos como el de las aseguradoras, las farmacéuticas, o los litigantes, mejor se mantiene el costo intacto y se adquieren nuevos gastos contingentes que se sumarán a los que ya existen, por montos superiores al millón de millones de dólares. Esto, sabiendo que es probable que tanto el gasto militar como el costo de la deuda (por incrementos en las tasas de interés) suban. ¿Cómo se financiará un déficit de tal magnitud y, sobretodo, a qué tasa? Merece analizarse después.
Pero, mientras tanto, el congreso estadounidense cumplió su cometido de cuidar al patrón. Las aseguradoras, las farmacéuticas y los litigantes salieron intactos, y ahora incluso tendrán un mercado más grande y al mismo costo. Si pudiéramos invertir con ellos, esa sí sería una inversión incuestionablemente rentable. Se estima que el cabildeo les costó en total 500 millones de dólares, y el gasto público en su beneficio se incrementará más de cien veces esa cantidad cada año.
¿Por qué habría de decidir Obama lanzar una legislación que le cuesta tanto capital político, cuando tiene tanto camino por recorrer enfrentando la peor crisis económica en 80 años? Hay dos respuestas posibles. Una, porque cree que la reforma le da algo que enseñar en la elección de este año que pasará en medio de enorme desempleo o, la peor respuesta posible, porque de verdad cree que vamos de salida.
A reserva de hablar más sobre el tema, simplemente hago mención del hecho que debido al colosal cabildeo de los poderes fácticos, y por la penosa miopía de los gobernantes, ésta ha sido una crisis en la cual han empeñado recursos monumentales para paliar los efectos de la crisis, sin dedicar un ápice a resolver las causas.
Lo que se ha hecho es como darle a un enfermo con un tumor en el cerebro grandes dosis de analgésicos para evitarle el dolor, a sabiendas de que la incomodidad y la convalecencia posterior a la cirugía indispensable podrían hacer que el paciente se moleste con el médico. Pero el tumor crece, y la efectividad de la cirugía será menor cada día que la pospongamos. Además, los analgésicos son caros y quizá nos vamos a quedar sin recursos para pagar la operación.
Que no le quede duda: La segunda fase de esta crisis llegará. Mientras más tarde en hacerlo, más severa será. Y, a diferencia de ésta, en la segunda contaremos con un arsenal mucho más limitado para hacerle frente.
Si tratáramos de simplificar la causalidad que provocó la peor crisis desde la Gran Depresión, podríamos discutir tres entre los múltiples motivos: la formación de la descomunal burbuja en el mercado inmobiliario estadounidense (y de otros países como el Reino Unido y España); los enormes desbalances entre los grandes países superavitarios como China, Japón y Alemania con los deficitarios, aquellos donde se manifestó la burbuja; y el endeudamiento excesivo tanto de las instituciones financieras como de las familias en los países deficitarios.
En el primer caso, se ha dado una caída en los precios de los inmuebles, pero en la búsqueda de proveer de analgésicos para el dolor de cabeza, el gobierno estadounidense ha dedicado carretadas de recursos a tratar de que los precios de las propiedades no bajen demasiado, recurriendo a medidas artificiales como congelar los embargos de éstas o tratar de modificar los términos de los contratos de hipoteca. Pero el problema de tener tan colosal inventario de propiedades en venta es que éstas, tarde o temprano, tienen que ponerse a la venta. Adicionalmente, aun modificando la hipoteca, una tasa de desempleo superior a 10% nos dice que muchos no podrán hacer frente a sus pagos mensuales, por mucho que la hipoteca cambie.
Los embargos de propiedades seguirán, independientemente del esfuerzo para tratar de detenerlos, y esto hará que los bancos se sigan volviendo el principal propietario de inmuebles del país. Considerando que 23% de todas las hipotecas en el mercado están “bajo el agua” (esto incluye a aquellas contratadas hace muchos años y que, por definición, tienen ya mucho capital, por lo que asumimos que muchas de las nuevas están en problemas), es decir que el monto de lo que se debe al banco excede al valor de mercado de la propiedad, uno pensaría que la situación financiera de los bancos sería precaria.
Y lo es. Sin embargo, el ferviente deseo del gobierno de mostrar que lo peor de la crisis quedó atrás y que su desempeño oportuno y valiente salvó la tarde, llevó a que los reguladores decidieran permitir que los bancos no reflejen esas feas cifras de precios de mercado en sus libros, prefiriendo dejar que las sigan considerando al precio en que las adquirieron.
Como he dicho antes, a los bancos chicos les sirve de poco el permiso para usar tanto maquillaje. Estos tienen el problemita de recibir depósitos por un lado, (a los cuales tienen que compensar con alguna tasa de interés, por baja que sea) y créditos hipotecarios que otorgaron pero que no están cobrando, por el otro. En un momento dado, el flujo de efectivo deja de alcanzar y revientan. Por ello, más de 130 bancos pequeños han sido ya intervenidos por el FDIC (la entidad gubernamental que protege los depósitos del público), y más de 300 están en la lista de aquellos en peligro de serlo.
Y, por si el problema en el mercado de bienes raíces residencial fuera poco, el colapso en el mercado de inmuebles para uso comercial sigue viento en popa.
Pero, como dije antes, el problema no es sólo estadounidense y, creo yo, éste será el año en el que Europa mostrará los enormes problemas estructurales que lleva rato arrastrando. Para empezar con el tema, en mi próximo escrito hablaré del siguiente Cisne Negro: España.
Es columnista en el periódico Reforma.