Vivimos en un mundo influido por los medios de información masivos; a veces, en forma frontal, pero otras veces subliminalmente. En Estados Unidos, por ejemplo, se ha vuelto común ver que todos quienes trabajan en el sector financiero tengan prendido en su lugar de trabajo un televisor con la imagen de la cadena CNBC regurgitando noticias –unas trascendentes, otras banales– mientras que algún “sabio” interpreta qué efecto tendrá cada una en los mercados de acciones, bonos, monedas, materias primas, o en el futuro de las economías del mundo.
Estoy convencido de que ha habido un cierto contubernio entre medios e intermediarios para ir fomentando una cultura pavloviana entre los inversionistas. Si una acción baja, hay que comprar, si sube, vender; si el mercado accionario bajó en los últimos meses, seguro viene una recuperación igualmente fuerte después; si hay estímulos fiscales, eso provocará crecimiento económico; si hay mucha emisión monetaria, habrá inflación. Cada noticia sobre cada indicador económico amerita una acción concreta de cajón, un reflejo condicionado. ¿El resultado? Que los inversionistas hagan más y más transacciones sintiéndose proactivos e informados a pesar de que el resultado de ese tipo de estrategia es, a largo plazo, siempre malo para el inversionista, pero muy rentable para el intermediario.
Analistas e inversionistas siguen viendo la crisis actual como si fuese, simplemente, un caso extremo de una corrección normal. No lo es. Como he dicho hasta el cansancio, estamos frente a un ajuste profundamente estructural.
Desafortunadamente, la aplicación de las recetas de cocina que todos recitan ha llevado a una contundente recuperación en los mercados, provocando que el comportamiento de éstos tenga poca relación con lo que está ocurriendo en la economía. El reporte de las cifras de desempleo la semana pasada, por ejemplo, es evidencia del agudo ajuste económico que se vive, pero, a la vez es la causa de qué éste se siga profundizando.
La cifra de desempleo ha llegado ya a 9.5%, pero si incluimos a quienes están subempleados por no tener acceso a un trabajo mejor, hay 30 millones de estadounidenses sin empleo. Muchos de ellos han decidido utilizar su tarjeta de crédito como puente para mantener su estilo de vida, con la esperanza de que pronto serán contratados. No sólo la mayoría de ellos no lo serán, sino que la cifra rebasará 10.5%, en mi opinión, a mediados de 2010. ¿Se acuerda usted de cuando Obama empujó al legislativo a aprobar su segundo paquete de estímulo fiscal porque, de no hacerlo, el año próximo el desempleo rebasaría 9%? Pues apenas en la primera mitad de 2009 ya estamos muy por arriba.
Por ello, la morosidad en la cartera de tarjetas de crédito bancarias ha llegado a su nivel más alto desde 1974 y, con certeza, el deterioro continuará. Esto llevará a que los bancos reduzcan la disponibilidad de crédito y busquen recuperarse con otros cargos por los servicios que prestan. Esto se combina con la aún creciente morosidad en las carteras hipotecarias que, aun en casos de hipotecas de alta calidad, no se están pagando, ya que la deuda vale más que el inmueble.
En un entorno como el actual, vemos cómo los patrimonios de las familias se contraen y los ingresos bajan, pero el valor de lo que se debe se mantiene inconmovible.
El alto desempleo es profundamente deflacionario. Por ello, la reacción pavloviana de pensar que un alto nivel de emisión monetaria se traducirá en inflación está equivocada. Como he dicho antes, es imposible generar inflación con el descomunal nivel de capacidad instalada que está ocioso, y con tanta gente dispuesta a reemplearse aceptando recortes en su ingreso. Al menos este año y el que viene, la inflación será menor a 1% en Estados Unidos.
Es columnista en el periódico Reforma.