El autor de El vendedor de silencio, Enrique Serna, trabaja ahora en una novela que ocurre cien años antes de la Conquista. ¿Cómo recrea el lenguaje de ese tiempo, y con el lenguaje, el pensamiento y las costumbres? ¿Qué tanto investiga el novelista, qué tanto inventa? ¿De dónde surgen sus personajes, cuáles son sus modelos literarios? ¿Qué lee, desde cuándo lee, por qué lee? ¿Desde cuándo escribe, por qué escribe, que está escribiendo ahora?
Conocí a Enrique Serna a propósito de la publicación de El ocaso de la primera dama (ahora Señorita México) en 1987, cuando yo era reportero del unomásuno. Conseguí su dirección, me presenté en su casa con unas cervezas y le hice una breve entrevista. En estos 36 años no he dejado de seguir el desarrollo de su obra y de dialogar con él. Esta entrevista es un eslabón más de esa cadena literaria.
¿Cuáles son tus hábitos de lectura?
Leo por las tardes porque las mañanas las dedico a escribir. Escribo de diez de la mañana a las tres de la tarde y por las tardes leo unas tres horas. Mis hábitos de lectura dependen de lo que esté escribiendo. Ahora que estoy escribiendo una novela que ocurre cien años antes de la Conquista, leo libros de historia sobre los aztecas. Combino esas lecturas con otras que me resultan más entretenidas porque a veces leer ese tipo de libros resulta muy árido. Leo también poesía porque me ayuda a pulir el estilo.
¿Acostumbras releer? ¿Qué autores te parecen dignos de relectura?
A mis 64 años ya estoy en la etapa de relecturas. He regresado a muchos libros que leí en mi juventud. Acabo de releer a los trágicos griegos: Esquilo, Sófocles y Eurípides. Leí también la poesía completa de Octavio Paz y de Antonio Machado. A través de mis subrayados veo que de joven me llamaban la atención cosas que ahora ya no me interesan, y que ahora aprecio otras cosas que me habían pasado inadvertidas. La madurez ayuda a tener una mejor apreciación de la lectura, ahora leo mejor que antes.
¿Cuáles son para ti las mejores condiciones para escribir?
Estar tranquilo, sin interrupciones, sin perturbaciones emocionales, algo que es difícil en mi caso porque padezco de insomnio. Me provocan insomnio tanto las cosas buenas como las malas. Estoy siempre luchando contra esto, es mi peor enemigo literario. Intento no interrumpirme, sobre todo cuando estoy escribiendo novelas, porque después de una interrupción es muy difícil volver a meterte en el mundo ficticio en el que estás inmerso.
¿Cómo trabajas tu prosa? ¿Reescribes mucho?
Reescribo mucho, más con la computadora. Hasta que no siento que me quedó bien un párrafo o una línea, la sigo trabajando obsesivamente. Luego, cuando ya terminé de escribir un cuento o una novela, la someto a revisión. Me detengo cuando siento que en lugar de mejorar el texto lo estoy empeorando.
¿Cómo comienzas a escribir una novela? ¿Haces mucha investigación, tomas notas, haces fichas, lees muchos libros antes de ponerte a escribir?
Para las novelas históricas hago investigaciones bastante arduas. Para hacer una buena reconstrucción de época tienes que conocerla a fondo. No llego, desde luego, al grado de profundidad que tienen los historiadores. Cuando estaba escribiendo El seductor de la patria, fui a ver a Josefina Zoraida Vázquez, que llevaba 20 años estudiando la época de Santa Anna. Ella me dijo que, conforme más leía, sabía cada vez menos. Los novelistas históricos somos bastante irresponsables, ya que tienes la ventaja de estar escribiendo ficción. Eso te otorga una licencia que no tienen los historiadores.
¿Cuál es la diferencia entre escribir una novela, un cuento o un ensayo?
El ensayo nace de inquietudes intelectuales, vas encadenando ideas en torno a ellas. Es un género en el que interviene mucho la creatividad. Para escribir un ensayo hay que tener la ilusión de que estás aportando algo, aunque esto puede ser ilusorio, eso ya lo decidirán los críticos y los lectores. La narrativa, en cambio, parte de pequeños embriones que vas desarrollando inconscientemente, hasta que empiezan a cobrar forma. En ocasiones, aunque esto suele ser muy raro, una trama se te presenta completa. Me pasó con el cuento “Hombre con minotauro en el pecho”, que se me ocurrió entero en una conversación con mi primera esposa en un restaurante. Me había tomado un tequila, estaba muy contento y de pronto pensé: qué pasaría si un niño le pide un autógrafo a Picasso y este se lo dibuja en la piel… También me pasó con un cuento que aparece en La ternura caníbal, “La vanagloria”, que se me presentó completo en un sueño. En el sueño el protagonista era yo, no así en el cuento. Esas son las mejores ideas, las que se presentan sin que las estés buscando, cuando no se tiene que hacer un esfuerzo por ordeñar la imaginación.
Cuando estás escribiendo una novela y se te ocurre un cuento, ¿te interrumpes y lo escribes, o esperas a terminar para crear algo nuevo?
Cuando estoy escribiendo un cuento me ha pasado que tengo dos o tres ideas que a lo mejor podrían servir para una novela si las desarrollo con amplitud, pero como estoy escribiendo cuentos y no quiero que se me queden esas ideas sin publicar, lo que hago es escribir novelas cortas que pueden encajar dentro de un volumen de cuentos. La condensación mejora la literatura. No puedo llegar a la maravillosa condensación que tuvieron Augusto Monterroso o Juan José Arreola. Envidio mucho esa capacidad, yo tiendo a extenderme. Mi oficio de novelista hace que trate de escarbar a fondo en la psicología de los personajes.
Cuando terminas una novela, ¿te tomas un descanso o de inmediato comienzas a escribir algo nuevo?
Me tomo un descanso, no puedo estar trabajando como una gallina ponedora. De lo contrario cae uno en lo que hacen muchos escritores españoles, que firman contratos para publicar una novela cada año, lo cual sin duda deteriora la calidad de la literatura.
¿Cuál es la diferencia entre una novela histórica y una novela de creación pura? ¿Te basas siempre en personas o personajes de la realidad?
En algunas de mis novelas históricas, específicamente El seductor de la patria y El vendedor de silencio, que son novelas biográficas, una sobre Santa Anna y la otra sobre Carlos Denegri, parto de la vida de los personajes. Pero en Ángeles del abismo, que es una novela de época mas que histórica, tuve como punto de partida un proceso inquisitorial del siglo XVII abierto contra una falsa beata a la que llamaban “la falsa Teresa de Jesús”. En mi novela se llama Crisanta, que era el nombre de una maestra que tuve en el Instituto Patria. En esa novela partí de ese proceso inquisitorial y le fui incorporando personajes que no tenían nada que ver con eso. Terminó siendo en su mayor parte una historia de ficción. Es lo mismo que me está sucediendo con la novela de tema prehispánico que estoy escribiendo.
No eres un escritor que describas paisajes, te interesa más la psicología de los personajes, la tensión entre la psicología de tus personajes y su contexto histórico, ¿cómo creas esa tensión?
Trato de dar una descripción somera de los paisajes y los lugares cuando creo que tienen alguna significación para el tema de la novela o del cuento que escribo. Probablemente los escritores del siglo XX y XXI ya no somos tan descriptivos como lo eran los del XIX porque en nuestra época existen los lenguajes audiovisuales, que en ese terreno nos han desbancado. Por tanto, se tiende a profundizar más en el alma de los personajes. Esto es muy evidente en novelistas históricos como Marguerite Yourcenar o Robert Graves, que realizan estudios a fondo de la personalidad de los Césares. Ambos crearon obras maravillosas por la complejidad de sus personajes.
Tus novelas están situadas en diferentes contextos históricos: el siglo XIX en El seductor de la patria, los años cuarenta y cincuenta en El vendedor de silencio, la época contemporánea en El miedo a los animales. ¿Cómo te preparas para la recreación del lenguaje en cada una de ellas?
En el caso de las novelas históricas, trato de aproximarme a lo que pudo haber sido el lenguaje de la época sin pretender tampoco hacer una reproducción arqueológica. En Ángeles del abismo me ayudaron mucho mis lecturas del Siglo de Oro. Hice mi tesis de licenciatura sobre la poesía de Sandoval Zapata, por lo que tuve que leer a profundidad a los poetas barrocos de México y de España. Al mismo tiempo que recreaba ese lenguaje intenté hacer un lenguaje que no remitiera al lector constantemente al diccionario; traté de que cada palabra se entendiera por su contexto. En el caso de las novelas que ocurren en la actualidad suelo ser bastante coloquial. No al extremo de lo que hace José Agustín quien, además de ser coloquial, incluye muchos retruécanos y albures. En mi caso he tratado de mantener el tono coloquial porque creo que le da vida a la literatura, si se hace con rigor estilístico.
La experiencia, la observación, la imaginación y la investigación son importantes para el escritor. ¿Qué papel juega en tu obra la inspiración?
Un papel importantísimo. De las conversaciones con amigos surgen ideas, lo mismo de lo que escuchas en la calle. Procuro tener las antenas abiertas. Las lecturas forman parte importante de las experiencias de un escritor.
Dice Vargas Llosa que cuenta las historias que él no pudo vivir, ¿es ese tu caso?
No solo las que no he vivido, yo he contado también las que he vivido. En Fruta verde, por ejemplo.Situaciones que no pude vivir cuentan también, por supuesto. Uno se coloca en una situación imaginaria, inventas un yo potencial y lo colocas en una circunstancia que nunca has vivido y ves qué puede salir de ahí. Le prestas a ese yo potencial elementos de tu carácter. Eso incluye a personajes femeninos, que a mí me gusta mucho crear.
¿Cuándo comenzó tu carrera de escritor? ¿En que momento decidiste que te ibas a dedicar a esto toda tu vida?
El momento que decidió mi vocación fue cuando publiqué un cuento en el suplemento que se llamaba Revista Mexicana de Cultura del periódico El Nacional. Se trataba de un cuento fantástico inspirado en los autores de cabecera que tenía en esa época: Poe, Lovecraft, H.G. Wells. Me lo publicaron a pesar de que era un cuento muy malo. Sentí una enorme emoción, había descubierto mi vocación. Comenzó entonces un largo proceso de aprendizaje.
¿Tu familia aceptó tu destino de escritor? ¿Hubo apoyo, rechazo o indiferencia?
Siempre tuve un gran apoyo. Cuando publiqué mi primer cuento, mi papá compró 20 ejemplares de El Nacional para repartirlo entre sus amigos. Hasta vergüenza me daba. Más tarde, cuando publicaron mis primeros libros, compraba directamente a la editorial 40 o 50 ejemplares para repartirlos a sus compañeros de trabajo. Mi madre fue la principal impulsora de mi vocación. Era muy buena lectora, sin pretensiones culturales y sin prejuicios contra los clásicos. La veía leer durante tardes enteras. Eso despertó mi curiosidad. Comencé a pedirle libros. Así fue como me hice lector, gracias a ella.
¿Qué libro te ha costado más trabajo?
Fruta verde ha sido el libro que más trabajo me ha costado. Temía pecar de exhibicionista. Quienes escriben sobre su intimidad son las estrellas de la farándula. Pensaba que iba a parecer ridículo que me pusiera a contar cosas íntimas como si presupusiera que existía una curiosidad al respecto. Sentía que lo único que me podía salvar de esas críticas era un rigor estilístico exacerbado. Tardé tres meses en escribir las quince cuartillas del capítulo final, que por cierto escribí al comenzar la novela.
Has escrito guiones para la televisión, ¿algunos de tus cuentos o novelas han sido adaptados a ese medio?
Hace poco escribí una adaptación de La doble vida de Jesús que me pidió Televisa. Escribí unos 30 capítulos de una hora. Los entregué, pero desde entonces no ha avanzado el proyecto. Tengo ahora en marcha algo con El vendedor de silencio y Fruta verde.
¿Alguna vez has escrito teatro?
No, nunca. Es un género que me gusta mucho. Voy con frecuencia al teatro, pero debido a mi amistad con Carlos Olmos, a quien tanto vi sufrir con sus puestas en escena, me alejé de ese género. Los directores le modificaban sus textos, tenía que enfrascarse en luchas muy complicadas para lograr que una institución le produjera sus obras. En la narrativa o el ensayo no necesitas más que un editor y punto.
George Steiner escribió un libro con los bosquejos de “los libros que nunca escribió”. ¿Qué libros te gustaría emprender pero sabes que no tienes tiempo o voluntad para hacerlo?
Geología de la soberbia intelectual originalmente iba a ser una novela, se iba a llamar Historia de la pedantería. Tenía la idea de empezar con un capítulo situado en el antiguo Egipto. Un sumo sacerdote acaparaba un gran poder a través de sus conocimientos. Se convertía en el consejero del faraón. Un tipo bastante siniestro. Moría y reencarnaba en un sofista griego y luego en otros personajes y así seguía viviendo hasta la época contemporánea. En ese momento me propusieron escribir un cuento para un libro de la SEP. Decidí escribir un cuento infantil que ocurriera en el antiguo Egipto, “La recompensa de Nefrú”. Al escribirlo me di cuenta de todas las lagunas que tenía sobre esa época. ¿Qué llevaban en los pies, cómo eran las sandalias que usaban? Pensé: ¿puedo hacer una reconstrucción de época diferente para cada capitulo? Decidí abandonar la novela y escribí en cambio La genealogía de la soberbia intelectual.
Estás escribiendo tu novela prehispánica, ¿qué grado de avance llevas?
Me falta poco para llegar a la mitad. Después de Fruta verde es lo mas difícil que he escrito. Me ha costado mucho sobre todo por problemas estilísticos, por no poder utilizar los coloquialismos que son tan comunes en mi narrativa. No quiero pecar de pedagógico. Esa es la principal dificultad de esta novela.
¿Cuáles son tus modelos literarios?
Los clásicos del cuento cruel: Villiers de L’Isle- Adam, Baudelaire (algunos de los textos de El spleen de París se pueden considerar cuentos), Kafka, Virgilio Piñera, Rubén Fonseca. Autores que me dejaron una huella muy profunda. Me ayudaron a descubrir el humor cruel, el humor negro, una veta importante para mí. Hay muchos otros que no puedo presumir de que me hayan influenciado y que sin embargo son muy importantes, como Vargas Llosa y García Márquez, a quienes leí con devoción desde la adolescencia. Puedo mencionar también a José Agustín, José Revueltas, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Vicente Leñero, Jorge Ibargüengoitia, Elena Garro. Autores fundamentales para mí.
Cíclicamente se decreta la muerte de la novela, ¿cuál crees que sea el estado de salud de este género?
La novela no va a morir porque ningún otro género literario o audiovisual puede decir lo que dice la novela. La introspección a la que puedes llegar por medio de la novela no la tiene el teatro ni el cine, no la tiene ningún otro medio. Por ese motivo va a sobrevivir. ¿Con cuánto público? Eso sí no lo sé. Hay un embrutecimiento colectivo que va avanzando de una manera terrible. Las redes sociales han provocado que la gente tenga una cultura muy fragmentada, que se disperse mucho la atención. Yo dejé las redes sociales porque me di cuenta de que me estaba enviciando con bobadas. No tengo la capacidad mental para absorber toda esa información. Necesito estar concentrado en lo que hago.
¿Cuáles son tus personajes novelísticos favoritos, no tuyos sino de la novela en general?
Me encanta Lucien de Rubempré, personaje de Las ilusiones perdidas de Balzac. Esa novela fue el modelo para escribir El miedo a los animales. Narra cómo un joven lleno de ideales llega a París para entrar en el mundillo literario y descubre que ese mundillo es una pocilga. El miedo a los animales es la versión mexicana de Las ilusiones perdidas. Me encanta también el protagonista de Memorias del subsuelo de Dostoievski, un hombre lleno de rencores, que siente que ha sido maltratado por la vida. Lo mismo Raskolnikov, de Crimen y castigo. Lo maravilloso de Dostoievski es que logra meterse a fondo en el alma de sus personajes. Hace que conozcas mejor a sus personajes que a ti mismo.
¿Estás satisfecho con la respuesta crítica que han tenido tus libros?
Sí. No solo de las críticas favorables sino también de las adversas. Cuando alguien hace una crítica contraria pero con buenos argumentos, eso le sirve al autor. Cuando solamente te descalifican sabes que tu libro no le gustó al crítico, pero no entendiste por qué. No puede uno ponerse exigente con los reseñistas y pedirles que hagan estudios muy profundos sobre una novela en las dos cuartillas que tienen de espacio, cuando además tienen muy poco tiempo para escribirlas.
Si el escritor maduro Enrique Serna pudiera darle un consejo al joven escritor Enrique Serna, ¿cuál sería?
Que bebiera menos. Hasta la fecha vengo arrastrando las consecuencias de haber sido tan parrandero.
¿Te preocupa el futuro del país?
Me preocupa mucho. Estamos en un retroceso autoritario terrible, que puede tener consecuencias bastante graves. Espero que haya una reacción ciudadana que pueda frenar los aspectos más peligrosos que está tomando este gobierno, como su intento de suprimir la Suprema Corte y de apoderarse del órgano electoral para perpetuarse en el poder. Confío en que sobreviva la democracia. ~