En Literatura infantil (Anagrama, 2023) Alejandro Zambra retorna a su propia infancia de la mano de su hijo recién nacido. Lo ve crecer, rememora lo que para él significó ser padre y la relación que tendrá ahora con el mundo a partir del suceso, ahonda en sus propias palabras, en sus propias narrativas y lecturas y entrega un libro donde padre e hijo y mucha literatura infantil van de la mano. Conversé con él a propósito de su lanzamiento.
Alejandro, han pasado unos doce años desde Formas de volver a casa (Anagrama, 2011), novela autobiográfica donde ya está presente la relación del padre con el hijo. ¿Qué ha cambiado en esta relación, más allá de que ahora seas tú el padre?
Todo y nada. Formas de volver a casa construye un “yo” más colectivo y creo que ese es el énfasis: tiene que ver con la ilusión de encontrar ciertas recurrencias generacionales entre personas que creíamos más desvinculadas; creo que crecimos demasiado apegados a lo que se supone que esa historia contaba a través de nosotros y que se circunscribía a la historia de nuestros padres. Y aunque son dos libros muy distintos, me parece muy interesante compararlo con Literatura infantil porque, claro, aterrizando doce años después, puedo decir que no tengo nada que ver con mi padre, porque fui un padre tardío y elegí la paternidad; además me cambié de país y transmito algo en otra variante del español. Diría que en Literatura infantil el personaje del padre, digamos el personaje simbólico, fue lo que me llevó a lo particular, a lo contingente, porque una vez que estás en la condición de padre, hagas lo que hagas, seguirás siendo padre. Pero si pienso en la condición de ser padre empiezo a teorizar, porque la idea del padre resulta muy atractiva teóricamente.
¿Cuándo te convenciste de escribir un libro cuya temática fuese la infancia, tanto en tu dimensión como en la de tu hijo?
La infancia siempre me ha parecido uno de los temas esenciales, siempre he sentido que hay algo en la literatura que intenta recuperar percepciones infantiles. Escribir acerca de la paternidad fue completamente natural, lo raro hubiera sido no hacerlo.
¿Cómo llega la literatura a tu vida?
Para mí, antes que la lectura, la escritura está presente en mi vida desde siempre. Tuve la suerte de que me fuera inculcada por mi abuela materna: “¡escribe, escribe, Alejandro!”, me decía a mí y a todos sus nietos, nos decía que tomáramos notas, que lleváramos un diario de vida, y sin embargo mi abuela no era un personaje cultural clásico, no había una biblioteca en mi casa, a ella nunca la vi con un libro en las manos, pero tenía una relación con la escritura.
Tú adoptaste esa relación.
Sí, esa misma relación tenía una continuidad con el humor, con los relatos orales, con la música, con todo ese espacio que yo llamo “preliterario”. Entonces siempre he escrito, y lo digo también para quitarle imprecisión, no quiero decir que siempre he sido un escritor, sino que siempre tuve la suerte de que la escritura fuera un hábito y un juego, y nunca ha dejado de ser esas dos cosas, y luego empieza cierto tipo de escritura que termina en un libro.
¿Así llegaste a Literatura infantil?
Cuando llegó mi hijo tomé ciertas decisiones. Yo estaba escribiendo una novela que se llamaba “Los poetas chilenos” y la suspendí. Dije, quiero que cuando nazca mi hijo yo esté completamente disponible y no deje de escribir sobre él. Y en algún momento sí pensé que había un libro, pero también pensé que si lo veía como un libro lo iba a neutralizar y que este era un libro más salvaje. Lo que hice fue ir acumulando material. Aparece mencionado Andrés Braithwaite al comienzo del libro, en la portadilla; también menciono a muchas personas al final porque yo creo que Literatura infantil lo compartí mucho con amigos; también publiqué algunos fragmentos, sobre todo en inglés, antes de que apareciera. El libro se nutrió mucho de lo que estos primeros lectores vieron ahí. Hubo mucha gente que leyó una versión más amplia y que fue opinando y en función de eso fui tomando decisiones. Entonces, quiero pensar que en el fondo el libro fue encontrando su forma en este ir y venir por unos primeros lectores que de pronto estaban más capacitados que yo para leerlo, porque igual era un libro muy cercano a mi experiencia.
Ya has señalado que no crees en los géneros literarios tradicionales. Podríamos decir que Literatura infantil carece de trama, en el sentido tradicional, y se estructura desde anécdotas de donde parten las distintas posibilidades de la escritura.
No, no sé: es la trama de la vida. No creo en los géneros literarios porque son como ropa que te pones y que al principio siempre te queda medio mal, la ropa nueva, y después va tomando la forma de tu cuerpo. Luego son formas de jugar, también, vas cambiando de posición, pero no me parece esencial. Creo que se exagera en la discusión acerca de los géneros literarios y su clasificación y al final eso termina condicionando demasiado la lectura. Acá, en Literatura infantil, hay unos personajes que van creciendo, hay un devenir, pero no creo que sea necesario definirse.
Mi propuesta no sé cuál es. No es que tú tengas un plan y lo proyectes en un Power Point, es un espacio que compartes y que sometes a discusión; no es que estés planteando un test de opción múltiple, o señalando un camino. Tengo un ritmo, se parece más a la música que a una pancarta o a un resumen ejecutivo. Siento que el libro puede ir hacia un espacio en que la discusión no se resuelve y no es necesario que se resuelva artificialmente, me gusta que sea así.
¿Crees que la literatura en general debería partir de los principios literarios de la literatura infantil, como lo propones en tu libro?
Sí y no. No creo que haya principios y sí creo que hay un deseo de trascender lo meramente informativo. En todo texto literario está ese deseo, y lo mío está muy cerca del juego, los adultos también lo estamos. No creo que sea necesario separar tanto las cosas, se clasifica demasiado la literatura y lo que me gustaría es más bien avanzar hacia una redención completa de cómo se enseña la literatura. Creo que está sobrepedagojizada, que hemos perpetuado hasta el ridículo la separación entre lectura y escritura y que es necesario pensar los espacios nuevos y volver a vincular la literatura con la música y con el humor y tratar de repensar verdaderamente cómo vamos a vincular a los niños con la poesía y con la narrativa de ahora en adelante, cómo vamos a quitar esa solemnidad que vuelve a la literatura letra muerta tan fácilmente.
No es una tarea sencilla…
Siento que hay una brecha generacional y que nosotros, al menos parte de mi generación, entramos más bien a la literatura por la ventana y nos acercamos a ella como quien se encuentra de pronto con una banda musical rara y le encanta y se vuelve fanático de esa banda y no es tan conocida, y se empieza a juntar con personas a las que les gusta esa banda; no entras por el espacio sagrado, vertical. Luego, claro, ese espacio te funciona y te interesa y vas a los clásicos e incluso experimentas una especie de nostalgia de no haber leído más, de no haber conocido todo desde un comienzo, de haber perdido el tiempo, pero la verdad es que hay algo específico del sonido de esa banda que te volvió loco de alegría. ¿Cómo transmitir eso a la enseñanza de la literatura? Yo creo que se puede, pero no creo que esté sucediendo ahora mismo. ~
ha publicado en Newsweek en español, GQ México, Laberinto, Replicante Revista Cultural, Opera Mundi, Forbes México, Milenio, así como en distintas antologías.